De la primavera Oda V

La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles.

Despejado ya el cielo
de nubes inclementes,
con luz cándida y pura
ríe a la tierra alegre.

El alba de azucenas
y de rosa las sienes
se presenta ceñidas,
sin que el cierzo las hiele.

De esplendores más rico
descuella por oriente
en triunfo el sol, y a darle
la vida al mundo vuelve.

Medrosos de sus rayos
los vientos enmudecen,
y el vago cefirillo
bullendo les sucede,

el céfiro, de aromas
empapado, que mueven
en la nariz y el seno
mil llamas y deleites.

Con su aliento en la sierra
derretidas las nieves,
en sonoros arroyos
salpicando descienden.

De hoja el árbol se viste,
las laderas de verde,
y en las vegas de flores
ves un rico tapete.

Revolantes las aves
por el aura enloquecen,
regalando el oído
con sus dulces motetes.

Y en los tiros sabrosos
con que el ciego las hiere,
suspirando delicias,
por el bosque se pierden,

mientras que en la pradera,
dóciles a sus leyes,
pastores y zagalas
festivas danzas tejen,

y los tiernos cantares
y requiebros ardientes
y miradas y juegos
más y más los encienden.

Y nosotros, amigos,
cuando todos los seres
de tan rígido invierno
desquitarse parecen,

¿en silencio y en ocio
dejaremos perderse
estos días que el tiempo
liberal nos concede?

Una vez que en sus alas
el fugaz se los lleve,
¿podrá nadie arrancarlos
de la nada en que mueren?

Un instante, una sombra
que al mirar desparece,
nuestra mísera vida
para el júbilo tiene.

Ea, pues, a las copas,
y en un grato banquete
celebremos la vuelta
del abril floreciente.

Juan Meléndez Valdés



El amor mariposa

Viendo el Amor un día
que mil lindas zagalas
huían de él medrosas
por mirarle con armas,
dicen que de picado
les juró la venganza
y una burla les hizo,
como suya, extremada.

Tornóse en mariposa,
los bracitos en alas
y los pies ternezuelos
en patitas doradas.

¡Oh! ¡qué bien que parece!
¡Oh! ¡qué suelto que vaga,
y ante el sol hace alarde
de su púrpura y nácar!

Ya en el valle se pierde,
ya en una flor se para,
ya otra besa festivo,
y otra ronda y halaga.

Las zagalas, al verle,
por sus vuelos y gracia
mariposa le juzgan
y en seguirle no tardan.

Una a cogerle llega,
y él la burla y se escapa;
otra en pos va corriendo,
y otra simple le llama,

despertando el bullicio
de tan loca algazara
en sus pechos incautos
la ternura más grata.

Ya que juntas las mira,
dando alegres risadas
súbito amor se muestra
y a todas las abrasa.

Mas las alas ligeras
en los hombros por gala
se guardó el fementido,
y así a todas alcanza.

También de mariposa
le quedó la inconstancia:
llega, hiere, y de un pecho
a herir otro se pasa.

Juan Meléndez Valdés



El despecho

Los ojos tristes, de llorar cansados,
Alzando al cielo su clemencia imploro;
Mas vuelven luego al encendido lloro,
Que el grave peso no los sufre alzados.

Mil dolorosos ayes desdeñados
Son ¡ay! tras esto de la luz que adoro;
Y ni me alivia el día, ni mejoro
Con la callada noche mis cuidados.

Huyo a la soledad, y va conmigo
Oculto el mal y nada me recrea;
En la ciudad en lágrimas me anego.

Aborrezco mi ser y aunque maldigo
La vida, temo que la muerte aún sea
Remedio débil para tanto fuego.

Juan Meléndez Valdés




El pronóstico

No en vano, desdeñosa, su luz pura
ha el cielo a tus ojuelos trasladado,
y ornó de oro el cabello ensortijado,
y dio a tu frente gracia y hermosura.

Esa rosada boca con ternura
suspirará; tu seno regalado
del blando fuego bullirá agitado,
y el rostro volverás con más dulzura.

Tirsi, el felice Tirse, tus favores
cogerá, altiva Clori, su deseo
coronando en el tálamo dichoso.

Los cupidillos verterán mil flores,
llamando en suaves himnos a Himeneo,
y Amor su beso le dará gozoso.

Juan Meléndez Valdés



“En pálidos fulgores fallece el día, y su enlutado velo la noche tiende por el ancho cielo.”

Juan Meléndez Valdés


La caída de Luzbel
(fragmento)

Tales fueran los grandes generales
que al ejército el Todopoderoso
de sus furores dio, todos iguales
en celo y en lealtad, del ambicioso
Luzbel y sus sacrílegos parciales
enemigos sin fin, y el pecho honroso
ardiendo en comunal alto deseo
de hacer sus frentes de su pie trofeo.

Únense en líneas, mil y mil se ordenan
y millares sin cuento; blandamente
sus grandes alas al plegarse suenan;
y en rededor el delicado ambiente
de olor de gloria y mil esencias llenan.
Sigue a una voz el himno reverente
de loor al Excelso; y acabado,
de un vuelo el gran caudillo en medio alzado,

cual un cometa hermoso: «Campeones,
—les habla—, en quien su honor el Señor fía
y alistó la lealtad en sus pendones,
de Luzbel la sacrílega osadía
visteis, y por sus locas sugestiones,
la tercer parte de astros que servía
obsequiosa ante el trono deslumbrada,
de su inefable Autor mofar osada.

¡Insensatos! ¿Ignoran que su mano
los sacó de la nada, y que si aleja
de sobre ellos su aliento soberano,
a nada tornarán? ¿Burlar se deja?,
¿o el rayo asolador enciende en vano?
Este rayo nos da: su justa queja
venguemos, y en nosotros el impío,
de Dios sienta el inmenso poderío.

Hijos suyos, esclavos venturosos
somos de su bondad; serlo queremos,
y estos son nuestros timbres más gloriosos.
El con nosotros va: ¿de qué tememos?
¿Quién como Dios?». Los vítores gozosos
no le dejan seguir, y a los extremos
del infinito el eco los llevaba:
«Dios, Dios, ¿quién contra Dios?», solo sonaba.

Las prestas alas súbito desplegan
entre salvas de bélica armonía,
y más veloces que los rayos llegan
del solar globo hasta la tierra umbría;
con sesgo vuelo rápidos navegan
del vasto espacio la región vacía,
con quien el ancha tierra fuera nada,
toda en sola una línea prolongada.

Juan Meléndez Valdés



“La música fue siempre del alma un fiel espejo, donde involuntarios brillan sus íntimos afectos.” 

Juan Meléndez Valdés



La noche de invierno

¡O! ¡quan hórridos chocan
Los vientos! ¡o que silbos,
Que cielo y tierra turban
Con soplo embravecido!
Las nubes concitadas
Despiden largos ríos,
Y aumentan pavorosas
El miedo y el conflicto.
La luna en su albo trono
Con desmayado brillo
Preside a las tinieblas,
En medio de su giro;
Y las menores lumbres,
El resplandor perdido,
Se esconden a los ojos
Que observan sus caminos.
Del Tormes suena lejos
El desigual ruido,
Que forman las corrientes
Batiendo con los riscos.
¡O invierno! ¡o noche triste!
¡Quan grato a mi tranquilo
Pecho es tu horror! ¡tu estruendo
Quan plácido a mi oído!
Así en el alta roca
Cantando el pastorcillo,
Del mar alborotado,
Contempla los peligros.
Tu confusión medrosa
Me eleva hasta el divino
Ser, adorando humilde
Su inmenso poderío;
Y ante él absorto y ciego
Me anego en los abismos
De gloria, que circundan
Su solio en el empíreo.
Su solio desde donde
Señala los lucidos
Pasos al sol, y encierra
La mar en sus dominios.
¡O ser inmenso! ¡o causa
Primera! ¿dónde altivo
Con vuelo temerario
Me lleva mi delirio?
¡Señor! ¿quien sois? ¿quien puso
Sobre un eterno quicio
Con mano omnipotente
Los orbes de zafiro?
¿Quién dixo a las tinieblas:
Tened en señorío
La noche; y vistió al alba
De rosa el manto rico?
¿Quién suelta de los vientos
La furia, o llevar quiso
Las aguas en sus hombros
Del ayre al gran vacío?
¡O providencia! ¡o mano
Suave! ¡o Dios benigno!
¡O padre! ¡do no llegan
Tus ansias con tus hijos!
Yo veo en estas aguas
La mies del blondo estío,
De abril las gayas flores,
De octubre los racimos.
Yo veo de los seres
En número infinito
La vida y el sustento
En ellas escondido.
Yo veo... no sé como,
Dios bueno, los prodigios
De tu saber explique
Mi pecho enternecido.
Qual concha nacarada,
Que abierta al matutino
Albor, convierte en perlas
El cándido rocío;
La tierra el ancho gremio
Prestando al cristalino
Humor, con él fecunda
Sus gérmenes activos.
Y un día el hombre ingrato
Con dulce regocijo
Las gotas de estas aguas
Trocadas verá en trigo.
Verá el pastor que el prado
Da yerbas al aprisco,
Saltando en pos sus madres
Los sueltos corderillos
Y en las labradas vegas
Tenderse manso el río,
Los surcos fecundando
Con paso retorcido.
Los vientos en sus alas,
Qual ave que en el pico
El grano a sus polluelos
Alegre lleva al nido;
Tal próvidos extienden
A términos distintos
Las fértiles semillas
Con soplo repetido.
Las plantas fortifican
En recio torbellino,
Del ayre desterrando
Los hálitos nocivos,
Y en la cansada tierra
Renuevan el perdido
Vigor, porque tributo
Nos rinda más opimo.
¡O de Dios inefable
Bondad! ¡o altos designios,
Que inmensos bienes causan
Por medios no sabidos!
Do quiera que los ojos
Vuelvo, Señor, yo admiro
Tu mano derramando
Perenes beneficios.
¡Ay! siéntalos mi pecho
Por siempre; y embebido,
En ellos te tribute
Mi labio alegres himnos.

Juan Meléndez Valdés

La paloma

Suelta mi palomita pequeñuela
y déjamela libre, ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuanto la quiero,
y mi dolor con ella se consuela.

Tú allá me la entretienes con cautela;
dos noches no ha venido, aunque la espero.
¡Ay!, si ésta se detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh crudo!, y tú verás cuál vuela.

Si señas quieres, el color de nieve,
manchadas las alitas, amorosa
la vista, y el arrullo soberano,

lumbroso el cuello, y el piquito breve...
mas suéltala y verásla bulliciosa
cuál viene y pica de mi mano el grano.

Juan Meléndez Valdés


La partida

En fin, voy a partir, bárbara amiga,
voy a partir, y me abandono ciego
a tu imperiosa voluntad. Lo mandas;
ni sé, ni puedo resistir; adoro
la mano que me hiere, y beso humilde
el dogal inhumano que me ahoga.
No temas ya las sombras que te asustan,
las vanas sombras que te abulta el miedo
cual fantasmas horribles, a la clara
luz de tu honor y tu virtud opuestas,
que nacer sólo hicieron... En mi labio
la queja bien no está; gime y suspira;
no a culpar tu rigor de los instantes
del más ardiente amor tal vez postreros.

¡Qué proyectos formábamos!... Mi vida,
mi delicia, mi amor, mi bien, señora,
amiga, hermana, esposa, ¡oh si yo hallara
otro nombre aun más dulce!, ¿qué pretendes?
¿Sabes do quieres despeñarme? Espera,
aguarda pocos días; no me ahogues;
después yo mismo partiré; tú nada
tendrás que hacer ni que mandar; humilde
correré a mi destierro y resignado.
Mas ora, ¡irme!, ¡dejarte!  Si me amas,
¿por qué me echas de ti, bárbara amiga?
ya lo veo, te canso; cuidadosa
conmigo evitas el secreto; me huyes;
sola te asustas y de todo tiemblas.
tu lengua se tropieza balbuciente,
y embarazada estás cuando me miras.
Si yo te miro, desmayada tornas
la faz y alguna lágrima...,  ¡oh martirio!
Yo me acuerdo de un tiempo en que tus ojos
otros, ¡ay!, otros eran; me buscaban,
y en su mirar y regaladas burlas
alentaban mis tímidos deseos.
¿Te has olvidado de la selva hojosa,
do huyendo veces tantas del bullicio,
en sus oscuras solitarias calles
buscamos un asilo misterioso,
de alentar libres de mordaz censura? 
¡Qué sitio no halló allí nuestras ternezas!
¿No ardió con nuestra llama? Al lugar corre
do reposar solíamos y escucha
tu blando corazón: si él mis suspiros
se atreve a condenar, dócil al punto
cedo a tu imperio y parto. Pero en vano,
te reconvengo, yo te canso; acaba
de arrojarme de ti, cruel,,, Perdona,
perdona a mi delirio; de rodillas
tus pies abrazo y tu piedad imploro.
¡Yo acusar tu fineza!... Yo cansarte,
a ti, que me idolatras...no: la pluma
se deslizó; mis lágrimas lo borren.
¡Oh Dios!, yo la he ultrajado; esto restaba
a mi inmenso dolor. Mi bien, señora,
dispón, ordena, manda: te obedezco;
sé que me adoras; no lo dudo; humilde
me resigno a tu arbitrio... El coche se oye,
y del sonante látigo el chasquido,
el ronco estruendo, el retiñir agudo,
viene a colmar la turbación horrible
de mi agitado corazón... Se acerca
veloz y para; te obedezco y parto.
Adión, amada, adiós... El llanto acabe,
que el débil pecho en su dolor se ahoga.

 Juan Meléndez Valdés



La resignación amorosa

"¿Qué quieres, crudo Amor? Deja al cansado
ánimo respirar solo un momento;
baste el veneno en que abrasarme siento,
y el dardo agudo al corazón clavado.

Ni duermo, ni reposo; y de mi lado
cual sombra huye el placer; ¡ah!, ¡qué lamento
suena en mi triste oído! De tormento
basta, Amor, basta, pues de mí has triunfado.

Le ruego así; y a mi dolor movido,
él me muestra la lumbre por que muero,
puro rayo de angélica hermosura;

yo me postro a adorarla, y encendido
en fuego celestial, penar más quiero,
y morir pido como gran ventura."

Juan Meléndez Valdés


"Libros: Siempre maestros de mi vida, siempre fieles amigos."

Juan Meléndez Valdés



Los besos de amor

Cuando mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos,
y mil veces me besa;
cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta;
y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas;
y ella entre dulces ayes
se mueve más, y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua;
ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela.
Entonces ¡ay! si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.

Juan Meléndez Valdés


“Mientras más te contemplo y con más ansia
te sigo, más te alejas,
y tu bondad inmensa y mi ignorancia
tan sólo ver me dejas.”

Juan Meléndez Valdés


Oda VI

¡Cómo se van las horas, 
y tras ellas los días 
y los floridos años 
de nuestra frágil vida! 
La vejez luego viene, 
del amor enemiga, 
y entre fúnebres sombras 
la muerte se avecina, 
que escuálida y temblando, 
fea, informe, amarilla, 
nos aterra, y apaga 
nuestros fuegos y dichas. 
El cuerpo se entorpece, 
los ayes nos fatigan, 
nos huyen los placeres 
y deja la alegría. 
Si esto, pues, nos aguarda, 
¿para qué, mi Dorila, 
son los floridos años 
de nuestra frágil vida? 
Para juegos y bailes 
y cantares y risas 
nos los dieron los cielos, 
las Gracias los destinan. 
Ven ¡ay! ¿qué te detiene? 
Ven, ven, paloma mía, 
debajo de estas parras 
do leve el viento aspira; 
y entre brindis süaves 
y mimosas delicias 
de la niñez gocemos, 
pues vuela tan aprisa.

Juan Meléndez Valdés



“¡Todo es paz, silencio todo; todo en estas soledades me conmueve y hace dulce la memoria de mis pasados males…!”

Juan Meléndez Valdés










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