"Amanecía, en hermoso campo meridional, bellísimo y poético día de Abril. Una ligera niebla, que doraban los rayos de la naciente aurora, se desvanecía en la cima de las montañas, semejándose a blanca nube de incienso perdida en el templo de la Naturaleza. El cielo, que a través de esta ligera gasa se descubría, estaba azul, sereno, transparente, ocultando entre sus arreboles las estrellas, que parecen volar, al nacer el día, a Dios, para beber nueva luz. Los campos, cubiertos de flores que ostentaban ufanas las gotas de rocío, sembrados de varios árboles, que parecían exhalar savia de sus tiernas recién nacidas hojas; las aves, abriendo a los rayos de la primera luz sus alas, y dando sus tiernos gorjeos a las auras, que suenan blandamente, al deslizarse en la enramada, acompañando en sus murmullos a los arroyos, que por mil pintados cauces reparten en desorden los caudales de las fuentes; la vida latiendo en todos los seres, como la sangre en el corazón apasionado de un joven, dan a la creación en primavera semejanzas con la mariposa que se despierta de un sueño, y al romper su larva despliega las blancas alas, matizadas de mil cambiantes colores. Y si esa tímida luz; ese aroma embriagador que despiden el azahar, la rosa, el jazmín; esas camas de flores que forman en sus ramas los árboles; esa música que conciertan todos los seres; esa vida que palpita en el naciente capullo, en la hoja al brotar; esa alma ignorada que como cautiva se esconde en todos los círculos de la escala de la vida, alma sin conciencia de sí misma, que gime en el ruido que hace la lluvia al caer en el celeste lago, en el rumor de las ondas al estrellarse en la arena; esa alma, que parece aspirar a la libertad, al amor, y pedir redención al hombre, es nuestra compañera en la soledad de los campos. Y cuando un corazón que ama, que sueña con la felicidad, que alimenta ilusiones, que desea, no lo pasajero y fugaz, sino un amor inmenso, infinito, divino, en una de esas mañanas se entrega a convertir en pensamientos las varias sensaciones que Naturaleza le ofrece, liba en ella la miel de su pasión.
En esta mañana de que venimos hablando, en el hermoso campo no se veía más ser humano que una joven. Vestía el traje de las aldeanas de Sorrento, traje que parece haber tomado su color a las gayas flores, sus bellos matices al Mediterráneo. La joven era morena, de ojos rasgados y negros, que tenían indefinible dulzura, de ovalado rostro, cuyas gracias aumentaban dos trenzas que, negras y lustrosas como el azabache, bajaban en desorden de su cabeza, parecida a esas griegas cabezas de las vírgenes de Rafael, sobre los lánguidos hombros, caídos como sus brazos, sin duda por uno de esos arrobamientos que suspenden hasta los latidos del corazón."

Emilio Castelar
La hermana de la Caridad


"El mundo es para el hombre una tienda de campaña levantada un instante para albergarle un día."

Emilio Castelar



“El pensamiento es la presencia del infinito en la mente humana.”

Emilio Castelar


“¡Hijos de este siglo, este siglo os reclama que lo hagáis más grande que el siglo XV, el primero de la Historia moderna con sus descubrimientos, y más grande que el siglo XVIII, el último de la Historia moderna, con sus revoluciones!”

Emilio Castelar


“La demagogia cree que su fiebre es vida, y su fiebre es tisis.”

Emilio Castelar


"La libertad es el instrumento que puso Dios en manos del hombre para que realizase su destino".

Emilio Castelar


“La sociedad y la naturaleza componen sus armonías de sus contradicciones.”

Emilio Castelar



“La vida de un día no satisface ese anhelo de vivir; el amor de un instante no puede llenar los deseos de este corazón inquieto.”

Emilio Castelar


“Las coaliciones son siempre muy pujantes para derribar, pero son siempre impotentes para crear.”

Emilio Castelar


"Las hojas caen de las ramas y surgen de las sepulturas los muertos. Se van las golondrinas y vienen las almas. Por estos primeros días de noviembre llegan los difuntos al corazón y a la memoria, sentándose a una en torno del hogar para pedimos lágrimas como riego a sus huesos, oraciones como incienso a sus espíritus. La Naturaleza parece morirse también. Ha concluido la vendimia, y ni un racimo queda sobre los sarmientos desnudos; se han recogido y entrojado todas las cosechas, incluso los granos de maíz; el suelo está cubierto de amarillos despojos vegetales, empapados en humedad y combatidos por los cierzos; el cielo, a su vez, cubierto está de nubes también y de nieblas, que parecen la bayeta de un catafalco; pálido sol nos ilumina, despidiendo rayos semejantes a los inciertos centelleos fúnebres de un cirio mortuorio; en los aires, entristecidos, resuena el piar de las aves de paso, que nos envían su despedida elegiaca; no hay cigüeñas en la torre ni hay ruiseñores en la enramada, y, en medio de tanta tristeza, recuérdannos las campanas, doblando con sus fúnebres tañidos, que tenemos bajo nuestros pies el suelo formado del polvo de sacros esqueletos; sobre nuestro corazón, afectos con espíritus puros y sombras del otro mundo, los cuales afectos constituyen una religión; en la memoria, remembranzas continuas ligándonos con lo desconocido y con lo misterioso: en la sensibilidad, aspiraciones contradictorias, así a la eternidad como a la vida, y en el pensamiento, conjuros por cuya virtud y eficacia los muertos rasgan el sudario, rompen el ataúd, desvisten la mortaja, viniendo a confundirse con todos nosotros y a damos unas horas de solemne melancolía trágica y espiritual en esta prosaica comedia de costumbres que llamamos humana existencia. ¡Misterios y más misterios por todas partes! Y en estos misterios, encerrado así el comienzo de nuestra vida como la perdurable duración de nuestro ser, lo que habrá de pasarnos allende nuestro tránsito a la región de ultratumba. No queráis penetrar en el misterio: jamás se nos revelará. No llaméis a las losas del sepulcro: nadie os responderá. Renegar del misterio es como renegar de la noche. Un día eterno en el cielo, como una vida eterna en la tierra, nos incomunicarían el primero con la creación y la segunda con el Criador. Así como sin la negra noche no veríamos los soles innumerables, sin el obscuro misterio no veríamos las ideas religiosas. Cuántas veces al mirar las estrellas lejanísimas y ver que ni al pensamiento le es dado el salvar las distancias incalculables interpuestas entre ellas y nosotros, fortalecemos nuestra fe pensando que por los átomos químicos de nuestro cuerpo estamos unidos con los de todo el Universo! La estrella, pues, tiene innumerables relaciones con el cuerpo humano, a pesar de su alejamiento. Y lo mismo sucede con los muertos, pues cuanto pasa en el espacio, pasa también en el tiempo, filosóficamente sinónimos… Descendientes de todos los siglos, debemos identificarnos con todos los muertos, en la Humanidad y en la Historia. De aquí el culto universal a los que se fueron… Tememos a la muerte porque no la miramos de frente, porque nos hemos propuesto desconocerla y olvidarla entre las algazaras del mundo. Pero la muerte no mata; es, sí, un mero nacimiento a otra vida. Parece una descomposición, porque nunca brota el tallo sin descomponer la semilla; nunca el fruto sin secar la flor; nunca una forma nueva sin quebrantar, por lo menos, las formas de las que ha nacido en el crecimiento y progreso de todos los seres. Hay gusanos en el cadáver, pero ellos, al éter del amor divino, se tornan en mariposas del cielo. Si no hubiera muerte, no habría renovación. La tumba, mirada desde abajo, parece un pudridero; mirada desde arriba, una florescencia. El sepulcro, que tanto nos aterra, será mañana nuestra cuna. Mientras nosotros lloramos a un muerto, como la individualidad tan trabajosamente conseguida a través de la evolución no puede perderse jamás, ven otros un recién nacido, porque la vida es eterna. Y mientras haya dolor y haya muerte habrá religión, porque a las puertas del sepulcro se quedará inmóvil y callada la razón, y hablará el Verbo divino y abrirá sus alas a la luz la celestial e inspirada fe… La vida en que no caen, por el dolor, unas gotas de lágrimas es como uno de esos desiertos en los que no cae del firmamento una gota de agua; sólo engendran víboras. Si quitamos de la frente del obrero sus sudores; de las grandes causas, sus mártires; de la obra del artista, sus penas; del amor, sus tristezas y de la vida, en fin, ese fúnebre ciprés que se llama muerte, no habrá fe, pero tampoco habrá ni virtud, ni esperanza, ni poesía, ni belleza moral en el mundo, ya que todo lo grande nace del dolor y crece bajo el riego de las lágrimas… El culto de los muertos es rama principalísima en el árbol místico de la Religión. ¡Cuán poético el dogma profesado por los celtas, creyéndose por la noche seguidos de un espíritu que, sin amedrentarles lo más mínimo, les ampara cual una protección especial de la Naturaleza concentrada sobre sus hijos predilectos!… El toque de ánimas en las altas horas de una noche de invierno nos produce cierto escalofrío al roce de las alas de un espíritu, de un ser del otro mundo en nuestras sienes. El cirio gualdo en la tablilla negra; el pan colocado sobre la piedra sepulcral; la corona de siemprevivas, símbolo de la inmortalidad; el rezo fúnebre, todas estas fases y prendas en las liturgias mortuorias no son más que íntimas comunicaciones de los muertos con los vivos en el seno de la eternidad…"

Emilio Castelar
Tomada del libro El Libro que mata a la Muerte de Mario Roso de Luna, página 80



“Las maldades humanas jamás lograrán obscurecer en mi alma las verdades divinas. Como distingo el bien del mal, distingo la muerte de la inmortalidad. Yo me dejo aquí mi cuerpo como una armadura que me fatiga, para continuar mi infinita ascensión a las altas cimas, bañadas por la eterna luz.”

Emilio Castelar
Tomada del libro El Libro que mata a la Muerte de Mario Roso de Luna, página 83



“Lo ideal, sentido con profundidad y expresado con belleza: he ahí el arte.”

Emilio Castelar


"Los tres grandes destructores del mejor propósito son la envidia, el tiempo y la muerte."

Emilio Castelar


“No quiero hacer elegías, no quiero conmover vuestros corazones; sé muy bien que los corazones de los legisladores suelen ser corazones de piedra.”

Emilio Castelar



"No quiero pesar porque no quiero que el dolor del corazón se una al dolor del pensamiento."

Emilio Castelar


"Señores, Víctor Hugo ha muerto: desde hoy la Tierra pesa menos."

Emilio Castelar
Palabras que pronunció en los funerales de Víctor Hugo
Tomado del libro de Noé de la Flor Casanova, Viajando por el mundo de mis libros, página 113




"Tras la desconfianza en el propio criterio, viene la inmoralidad de la vida."

Emilio Castelar



"Un día eterno en el hombre, o un día eterno en la Tierra, nos aislarían, el primero, del Creador, y el segundo, de la Creación."

Emilio Castelar
Tomado del libro Narraciones Ocultistas y Cuentos Macabros de H.P.Blavatsky comentado por Mario Roso de Luna




“Un mal pensamiento es ya un mal castigo.”

Emilio Castelar


“Una vida en que no cae una lágrima es como uno de esos desiertos en que no cae una gota de agua: sólo engendran serpientes.”

Emilio Castelar

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