"¿Adónde, adónde, adónde voy?
Conozco el camino pero mi paso es incierto
cuando vuelvo a ganar humanidad;

no puedo, indecente, aferrarme a tus áloes,
tus palmeras...¿o acaso puedo?
¿Es indecente la flaqueza del cuerpo?

Así parece cuando pienso en Bar-Isis,
ese Memnón del desierto:
¿eran irónicas sus palabras?

"Te ves bien", me dijo,
y esas fueron sus últimas palabras
cuando lo vi en un sitio extraño, en compañía

de otros; me escribiría, dijo,
y escribió, y respondí, y aguardé otra carta,
pero aquello al parecer había acabado.

No llegaba él a los 40.
Yo pasaba de los 70 y volví entonces a leerte.
Quisiera recordar, tu Istar, Baal, o algún otro,

y dejar que la humanidad siga su paso;
arrogante, impudente, no quiero detenerme,
no quiero mirar hacia abajo;

lo insondable te pertenece,
arena, duna, montón y montículo,
continente, imperio; yo dejé atrás peces alados

y cardúmenes que eran auténticos meteoros;
nunca necesito hablar: soy tan insignificante
para ellos como lo era en las alturas aéreas;

sí, Egina me engendró,
y allí están tú y el Bosquecillo, pero
para acabar debo rastrear al tal Asmodeo,

París, Bar-Isis: reptar hasta su cueva,
con mi mano golpear contra su pecho,
despertar su corazón al momento presente..."

H. D.

 "Definición hermética". Traducción correspondiente a Ulalume González de León.

Amapolas de mar

"Cáscara de ámbar,
surcada de oro,
fruta en la arena
marcada con un grano abundante,

tesoro
derramado cerca de los arbustos de pinos
para blanquearse en los peñascos:

tu tallo ha echado raíz
entre guijarros mojados
y el montón arrojado por el mar
y conchas ralladas
y caparazones de concha escindidos.

Hermosa, extendida ampliamente,
fuego sobre hoja,
¿qué pradera ocasiona
tan fragante hoja
como tu radiante hoja?"

Hilda Doolittle, más conocida por sus iniciales H. D.


El Maestro

Era muy bello
el viejo,
y yo conocí la sabiduría,
hallé la verdad sin medida
en sus palabras,
su autoridad
era decisiva
(¿cómo era que comprendía?)
...
nada se perdía,
cada vestido tenía significado,
cada gesto es sabiduría,
me enseñaba;
nada se pierde,
decía;
me acostara tarde
o temprano,
atrapaba el sueño
y me levantaba soñando,
y forjábamos filosofía con el contenido del sueño
y yo estaba contenida;
nada se perdía
pues Dios es todo
y el sueño es Dios
sólo para nosotros,
para nosotros
es pequeña la sabiduría
pero suficientemente grande
para conocer a Dios en todas partes;
Oh era justo,
aun cuando yo le arrojara sus palabras a la boca
me decía
"pronto estaré muerto, "
debo aprender de los jóvenes;
su tiranía era absoluta,
pues yo tenía que amarlo entonces,
debía reconocer que él estaba más allá de cualquier hombre,
más cerca de Dios
(era tan viejo),
tenía que clamar
su perdón,
que él me concedía
con su vieja cabeza
tan sabia,
tan bello
con su boca tan joven
y sus ojos;
Oh dios,
deja que haya alguna sorpresa en el cielo para él,
pues nadie sino tú podría idear
algo adecuado
para él
tan bello

IV

Estaba furiosa con el viejo,
quería una respuesta,
una respuesta nítida,
cuando discutí y dije, "bien, dímelo,
pronto estarás muerto,
el secreto está en ti",
me dijo,
eres poeta;
no quiero ser tratada como niña, como débil,
así que dije
(estaba furiosa)
"no durarás para siempre, "
el fuego de la sabiduría muere contigo,
he venido a Mileto desde lejos,
ya no estarás mucho entre nosotros,
vine a buscar una respuesta;
estaba furiosa con el viejo,
con su charla sobre la fuerza viril,
estaba furiosa con su misterio, sus misterios,
discutí hasta el amanecer;
Oh era tarde,
y Dios me perdonará, perdonará mi furia,
pero no podía aceptarlo.
No podía aceptar de la sabiduría
lo que enseñaba el amor:
la mujer es perfecta.

VI

el mundo entero ha de sufrir,
sólo nosotras
que somos libres
podemos predecir,
profetizar,
él
(es el viejo
quien hará nacer un mundo nuevo),
es él,
es él,
quien ya ha formado una tierra nueva.

VII

Por muchos eones todavía
él inquietará el pensamiento de los hombres,
que viajarán mucho y lejos,
discutirán todas sus palabras escritas,
su pluma será sagrada,
ellos construirán un templo
y pondrán a salvo todas sus escrituras sagradas
y vendrán los hombres
y los hombres pelearán
pero él estará a salvo;
ellos fundarán templos en su nombre,
su fama será tan grande
que cualquiera que lo haya conocido
será visto también como maestro,
vidente,
intérprete;
sólo yo,
yo escaparé.

VIII

Y fue él, él mismo quien me libró
a la profecía,
no me dijo
"se "
mi discípula,
no me dijo
escribe,
cada palabra que digo es sagrada,
no me dijo "enseña",
no me dijo
cura
o sella documentos en mi nombre,
no,
era bastante informal,
no discutiremos eso
(dijo)
eres poeta.

IX

Así que seguí adelante
un poco cegada por esa clase de lágrimas terribles
que no quieren brotar;
le dije adiós
y vi su vieja cabeza
mientras él giraba,
mientras salía del cuarto
dejándome sola
con todos sus viejos trofeos,
los mármoles, los vasos, la Esfinge de piedra,
las viejas jarras de Egipto;
me dejó sola con esas cosas
y su vieja espalda se encorvaba;
Oh Dios,
esas lágrimas no querían brotar,
¿cómo podrían?
me fui,
dije
"no soportaré esta tiranía "
de un viejo,
es demasiado viejo,
moriré si lo amo;
no puedo amarlo,
está demasiado cerca,
es demasiado precioso para Dios.

XI

Ahora puedo soportar incluso a Dios,
pues la risa de una mujer
profetiza
felicidad;
(no el hombre, no los hombres,
sólo uno, el viejo,
sagrado para Dios);
ningún hombre puede estar presente en esos misterios,
aunque todos los hombres se arrodillarán,
ningún hombre será potente,
importante,
aunque todos los hombres sentirán
qué es ser una mujer,
añorarán,
arderán,
cambiarán el placer fácil
por el esfuerzo
del espíritu,
los hombres verán por cuanto tiempo han
sido ciegos,
pobres hombres
pobres hombres de la humanidad
cuánto tiempo
cuánto tiempo
esta idea del pulso del varón los ha engañado,
los ha debilitado,
verán a la mujer,
perfecta.

Hilda Doolittle



El templo del acantilado

I

Amplio portal brillante,
borde de roca,
rocas fijadas en salientes largos,
fijadas al oscuro, plateado granito,
a una roca más clara
—un corte limpio, blanco contra blanco.

Ninguna cabra, arriba
—arriba—, trepa, ni oveja alguna
pisa tu suave hierba;
te alzas, borde del mundo,
pilar celeste.

El mundo se elevó:
estamos junto al cielo;
sobre nosotros chillan los halcones,
planean las gaviotas
—el terrible oleaje queda mudo
desde este lugar.

Abajo, al filo de la roca,
donde la tierra es presa de fisuras
del roto acantilado,
un arbusto resiste al vendaval,
se dobla —pero huelen
sus blancas flores a esta altura.

Y bien abajo,
ruge el viento:
silba, retumba,
gruñe —aplasta la hierba
con su gran pie.


II

Dije:
¿debo seguirte siempre, siempre,
a través de las piedras?
Casi te alcanzo. Escapas:
corres más que mi mano.


Me asombraste.
Grité: querido, bello, misterioso
—pulpa blanca de mirto.

Me astillé y desgarré:
el sendero ascendía
más veloz que mis pies.

Si un demonio pudiera vengar este dolor,
le lloraría —si un fantasma pudiera,
gritaría, oh maldad,
sigue a este dios,
ríete de su mal y de su vicio. 


III

¿Me tiro desde aquí,
salto, y así estaré contigo?
¿Me dejaré caer, amado, amado,
unidos los tobillos?
¿Te daría yo pena, oh pecho blanco?

Si despertara, ¿te daría pena,
se encontrarían nuestros ojos?

¿Te has dado cuenta,
sabes cómo subí por esta roca?
Falta de aliento, me incliné hacia fuera,
tambaleante entre los arrayanes.

Dios del acantilado, ¿te das cuenta
de lo lejos que están los bordes de tu casa,
cuánto tuve que andar?


IV

Sobre mí gira el viento.
Estuve ante tu puerta
y yo sé
que tú estás más allá,
más lejos todavía, en otro acantilado. -

Hilda Doolittle
Traducción colectiva del taller de traducción literaria de la Universidad de La Laguna



Jardín protegido

"Ya tuve suficiente.
Respiro con dificultad.

Todos los caminos se terminan, todas las calles,
todos los senderos al final llevan
a la cima de la colina
–después, una aminora el paso
o encuentra la misma pendiente del otro lado,
y se lanza.

Ya tuve suficiente—
claveles, clavelinas, siemprevivas,
hierbas, berros.

Oh, por el latigazo de una rama
—en este lugar
no hay olor a resina
ni sabor a corteza, a pasto común,
aromático, astringente—
nada más canteros y canteros de claveles perfumados.

¿Alguna vez vieron bajo techo frutas
que busquen la luz?—
¿las peras envueltas en trapos
protegidas del hielo,
los melones casi maduros,
asfixiados en paja?

¿Y por qué no dejar que las peras se aferren
a la rama vacía?
—Tanta persuasión solamente va a dar
una fruta más amarga—
Déjenlas aferrarse, madurar por sí mismas,
demostrar su valor,
marchitas y mordidas por la escarcha
para que caigan, al final, hermosas
con su abrigo rojizo.

O al melón
—Déjenlo desteñir amarillo
bajo la luz invernal,
aunque sea ácido—
es mejor tener gusto a escarcha
—escarcha exquisita—
que a pasto seco y paja de embalar.

Por esta belleza,
belleza sin fuerza,
la vida se ahoga.
Yo quiero un viento que rompa
y disperse estos tallos rosados,
que arranque su cabezas fragantes y
las arroje sobre las hojas secas—
que esparza las ramitas por los caminos,
los gajos rotos.
que arrastre las ramas grandes de los pinos
que volaron de un bosque, lejos,
justo encima del huerto de melones,
que rompa las peras y los membrillos,
que deje los árboles por la mitad, destrozados, retorcidos
pero mostrando que la pelea fue valiente.

Oh, que borre este jardín
para olvidar, para encontrar una belleza nueva
en algún lugar atroz
atormentado por el viento."

Hilda Doolittle, más conocida por sus iniciales H. D.


La vara en flor

Voy donde amo y soy amada
hacia la nieve;

Voy hacia aquello que amo
sin ningún pensamiento de deber o piedad;

Voy hacia donde pertenezco, inexorable,
como la lluvia que no ha cesado de caer

hacia los surcos; he dado
o podría haber dado

vida al grano;
pero si éste no crece o madura

con la lluvia de la hermosura,
la lluvia retornará a la nube,

quien cosecha afila su acero sobre piedra;
pero éste no es nuestro campo,

no lo hemos sembrado;
impiadosos, impiadosos, dejemos

el sitio de la calavera
para aquellos que lo compusieron.
...

Satisfechos, insatisfechos,
saciados o entumecidos de hambre,

he aquí la urgencia eterna,
la desesperación, el deseo de equilibrar

la variante eterna;
tú percibes este llamado insistente,

esta demanda de un cierto instante,
la vocación de gozar, de vivir,

no el mero afán de perdurar,
la vocación de vuelo, de consecución,

la vocación de reposo tras un largo vuelo;
pero ¿quién conoce la desesperada urgencia

de esos otros –verdaderos tal vez ahora
míticos pájaros—que buscan, infructuosos, reposo

hasta que se desploman desde el punto más alto de
la espiral
o caen del centro mismo de un círculo cada vez más estrecho?

pues ellos recuerdan, recuerdan, al mecerse y revolotear
lo que existió una vez –recuerdan, recuerdan—

ellos no se desviarán –han conocido la bienaventuranza
el fruto que satisface –han retornado—

¿y si las islas se perdiesen? ¿si las aguas
cubrieran las Hespérides? Mejor es que recuerden—

recuerden las manzanas doradas del árbol;
Oh, no los compadezcas, mientras los ves caer uno por uno,

pues caen exhaustos, adormecidos, ciegos,
pero en un cierto éxtasis,

pues de ellos es el hambre
del Paraíso.

 H. D.
De Trilogía, 1944-1946



Leda

Donde el río lento
se encuentra con la marea,
un cisne rojo alza unas alas rojas
y un pico más oscuro,
y debajo del morado, debajo
de su pecho suave
desenrosca su pata de coral.

A través del morado intenso
del calor que agoniza
del sol y de la niebla,
el rayo horizontal de luz solar
acaricia
al lirio de pecho oscuro
y esparce un oro más rico
en su cresta dorada.

En el ascenso lento
de la marea,
flota hacia el río
y va lentamente a la deriva
entre las cañas
izando las banderas amarillas,
flota
donde río y marea se encuentran.

Ah, beso soberano--
no hay más arrepentimiento
ni recuerdos antiguos
para arruinar el éxtasis;
donde los juncos bajos se espesan,
la azucena amarilla
se despliega y descansa
bajo el aleteo suave
de las alas del cisne rojo
y el temblor tibio
de su pecho.

 H. D.


Leteo

Ni piel ni cuero ni vellón
             te cubrirán,
ni cortina de seda ni refugio 
de cedro hallarás sobre vos,
             Ni el pino
             Ni el abeto.


Ni la vista de la aliaga o del espino
             o del tejo de río,
Ni la fragancia del arbusto en flor,
ni la queja del tordo para despertarte,
             ni la del zorzal,
             ni la del pardillo.


Ni la palabra ni el contacto ni la visión
             del amante anhelarás
en la noche, sino esto:
el rodar de la marea entera que te cubra
             sin preguntas,
             sin besos.

Hilda Doolittle


Los misterios quedan

"Los misterios quedan,
yo sigo el mismo
ciclo del tiempo de la siembra
y del sol y la lluvia;
como Démeter en la hierba,
multiplico,
renuevo y bendigo
como Baco en la viña,
sustento la ley,
abrazo los misterios verdaderos,
el primero de ellos
nombrar a los muertos, a los vivos;
soy el pan y el vino.
abrazo la ley,
Sustento los misterios verdaderos,
yo soy la viña,
y las ramas, vos
y vos."

 H. D.

Rosa de mar

"Rosa, áspera rosa,
estropeada y de pocos pétalos,
flor magra, delgada,
escasa de hojas,

más preciosa
que una rosa mojada
única en un tallo
—sujeta a la deriva.

Atrofiada, con hoja pequeña,
eres arrojada a la arena,
eres alzada
en la crujiente arena
que se mueve en el viento.

¿Puede la rosa que es especia
gotear tan acre fragancia
endurecida en una hoja?"


H. D.







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