"Escucho el canto de las moscas que cantan adentro
cantan para ablandarme para que yo abra mi boca."

Odile Massé

Trampas

-1- 
Asomé la cabeza por el agujero.
El polvo lo había cubierto todo, el polvo de la arena, y la ligera humedad de la noche caían fuerte sobre la plaza, debilitando el resplandor de los reverberos, el ruido de los pasos, de los picos y las palas abandonadas después del trabajo, inmovilizando finalmente a los hombres que yo veía a lo lejos, al otro lado, fijos en ese polvo que cae de los árboles sacudidos por el viento.
Aunque no había ningún peligro: Aventuré una primera pata en el suelo.
Encima de mí, los diarios en los estantes del kiosco temblaban lentamente, hoja tras hoja, llenas aún del calor del día, abanicando a su vez los estantes mientras que subían de la tierra, como asordinados por la distancia, olores de fuegos lejanos, de mejorana, de jazmín, mezclados con fritanga y café.
Entré en los olores. Y a través de ellos me hice un camino, cavando mi huella paso a paso, rozando los muros, rasando el suelo, la nariz estremecida, entré en los olores y, olvidando toda prudencia, me revolqué en el polvo. Respiraba el polvo y la ceniza, de ellos llené mis pulmones, mis orificios y los vellos de mi piel, daba vueltas en todos los sentidos, pegado al suelo y rascaba con mis uñas más profundamente, buscaba el fondo de la arena, la frescura de la tierra y la savia de los plátanos cuando de repente caí en el hoyo, en una trampa que me tenían cavada en medio de la plaza, cubierta con aserrín, en el fondo donde ahora oigo cómo golpean ellos con sus palas, y percuten la tierra, la lanzan y la amontonan, juran, gritan, ruedan sus carretas, borran mis huellas y pisotean el suelo danzando sobre mi cabeza. 

-2- 
De pronto grité : el cielo había desaparecido
encima de mí sólo quedaba una capa sombría que amenazaba aplastarme, asfixiarme, encerrarme entre ella y la tierra en la que yo sentía que al dar un paso me hundía de nuevo, sumergiendo mis piernas en el musgo húmedo, chocándome contra los árboles y rozando los líquenes olorosos, avanzando, dando vueltas sin jamás pasar más allá de mí misma, enloqueciéndome con los ruidos lejanos del silencio que me rodeaban por todos los lados mientras buscaba un claro, las manos extendidas, tropezando a cada paso en la oscuridad, y buscaba una hierba seca para extenderme, husmeaba el suelo, quería detener el estrépito de la sangre en mis orejas, no temblar más, tranquilizarme, sentir bajo mis pies la tierra dura y no esta materia blanda donde sabía que estaban los otros al acecho, al fin me metí en las zarzas; y avanzaba, la nariz contra la tierra, arrastrándome en los arañazos y el calor de la sangre, en el olor húmedo de mi miedo, reptando entre las ramas hacia el fondo del túnel, profundamente, abriéndome paso hacia el alba, lejos, que me esperaba a la salida de la maleza donde me había sentado, cerca de los grandes árboles para lamer mis heridas.
No vi la red abatirse sobre mí. Se me levantó, la cabeza abajo, colgada de una pata, y allí mismo me pusieron a secar. 

-3- 
Ese día me agarraron y me maltrataron, me clavaron contra la puerta, me clavaron de la falda y del vientre y de la blusa, hincándome a martillazos las puntas en mi cuerpo, en mis brazos, en mis piernas, en el olor de mi sangre y los clamores que ardientemente ellos lanzaban, golpeando aún, a pesar de mis protestas, aún hasta la noche, contra la puerta en la que yací para alejar las bestias del bosque. 

-4- 
De este modo corría, galopaba y otra vez corría, la falda volando alrededor de las piernas, enloquecida bajo los reverberos, acosada por las miradas, bocas duras y dedos acusadores, tomada aún en el mismo lugar adonde yo quería huir, y corría de sombra en sombra, de árbol en árbol, sin cesar, tratando de respirar por encima de las cabezas, entre los altos hombros que se levantaban delante de mí, siempre más lejos, huyendo hacia la encrucijada, hacia el parachoques que por fin me hizo saltar de repente en el aire, contra el muro cubierto de mi sangre, negra sobre mi falda roja, petrificada en el suelo sobre el cual ellos caminan, ruedan, hablan sin detenerse jamás. 

-5- 
Y ahora olvido cómo corrí a través de las colinas, cavé la tierra seca y la arena, dormí en el fondo de los barrancos, babeando, las pistas revueltas, amontonadas las ramas, corrí de nuevo husmeando el olor fuerte de ellos, cuando se aproximaban, cuando gritaban y respiraban, olvido las piedras, la jaula y mi miedo, sus dedos levantados cuando me tomaron, atada, expuesta en la plaza y ahora me miran relamiéndose de gusto mientras que muy cerca de los otros preparan un gran fuego.

Odile Massé
Traducción: Pablo Montoya


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