“Platón, pertenece a la categoría de esos poquísimos genios cuyas obras brillan con belleza y juventud inmarcesibles, siendo cada día más estimadas y mayor su influencia, según vamos capacitándonos para comprenderlas y estimarlas, porque aúnan, en íntimo consorcio, único hasta hoy, los primores más exquisitos del arte literario con las inspiraciones más profundas y nobles de la filosofía y de ciencias numerosas, siendo, además de insuperables cuadros dramáticos, inexhaustos depósitos de nobilísimas ideas y orientaciones para una cultura total, y lo que vale aún mucho más, armónica: “Sin Platón, no hay ni Aristóteles, ni Carneades, ni Agustín”, ha dicho Th. Gomperz en su Die griechische Denker. “De Platón acá, todo el pensamiento occidental es Platón”, ha añadido H. P. Blavatsky. Por eso “no se puede entender a Platón sin ser teósofo”. A Platón, en efecto, al alma del Iniciado Platón, no se han podido acercar los más sabios helenistas europeos, quienes, sin darse cuenta, sólo han conseguido caricaturizarle, como aquel profesor Jowett, catedrático de Oxford y traductor de sus Diálogos, que se atreve a decir, pedante, que el Maestro sigue un método antifilosófico (antifilosófico, por supuesto, según la lógica aristotélica, única seguida hasta aquí por los doctos), “pasando bruscamente de las personas a las ideas y a los números, y de éstos a aquéllas, soñando con figuras geométricas y perdiéndose en un flujo y reflujo mental, aunque anticipando a veces grandes verdades, cual inspirado por potestades divinas”. Platón, es un autor lleno de mitos poéticos y profundos; de alusiones a personas, obras, instituciones y costumbres desconocidas por completo para la generalidad. Añádase el aspecto científico de sus Diálogos; su gracia serena, su ironía terrible, su cortés afabilidad y su no igualada profundidad de concepto, y se comprenderá por qué el mundo debiera saludar su memoria siempre, como nosotros lo hacemos, Con aquellas inmortales palabras de Dante a Virgilio, en el canto II de la Divina Comedia: ¡tu, duca; tu, signore; e tu, maestro!”. Desde los días de aquel mártir de Ramús, que sacrificó su felicidad y casi su vida por demostrar a las pedantes Universidades escolásticas que Platón era el único, y su tan ponderado discípulo Aristóteles, un mero, aunque talentudo falsificador de las doctrinas salvadoras del Maestro, los eruditos europeos se han dado a traducir los Diálogos de Platón, atendiendo, por supuesto, siempre más a su letra que a su espíritu, y preparando con ello, quizá, la venida algún día de otra pléyade de teósofos doctos que se encarguen, a su vez, de profundizar en semejante espíritu, y de demostrar su origen iniciático y su derivación consiguiente de Sabiduría Primitiva de las Edades, o Teosofía, merced a los tan discutidos viajes que el Maestro hiciese en su juventud por Egipto, Persia e India. Con ello, los sabios extranjeros no han hecho sino seguir las huellas de españoles del medioevo como aquel Constantino Lascaris, profesor de griego de las hijas de Alfonso V de Aragón, y cuyos manuscritos, junto con el Catálogo de don Juan Iriarte, y con los demás que yacen en nuestra Biblioteca Nacional y en la de El Escorial y otras, sólo aguardan hombres cultos y teósofos que se consagren a la titánica labor de darlos al mundo para la efectiva salvación de los hombres. Este genio admirable, “gloria y afrenta al par de la humanidad”, como dice Emerson, señala por sí solo una cumbre tal de iniciática cultura que, como consigna Edmundo de Erdmann en las páginas 701 y 725 de su Edición de los Diálogos Platónicos (Berlín, 1840). “Si alguien lograse reducir a sistema la doctrina del Maestro, haría al género humano el más señalado de los servicios”. Razón semejante ha movido al doctísimo Hum para decir, en fin, respecto del divino griego: La Filosofía es Platón y Platón es la Filosofía, puesto que ningún sajón ni latino ha podido añadir una sola idea a sus maravillosas Categorías. Por eso, Emerson (Platon or the Philosopher) le llama a Platón El hombre representativo por excelencia. Por eso también el teósofo verdadero, a diferencia de los científicos al uso, que toman la letra de Platón y no su espíritu que vivifica, no se contentan con estudiar eruditamente a Platón, sino que, asimilándose en sus doctrinas, hacen lo posible por vivirle. Como dice un autor, la Filosofía Platónica, en efecto, es el compendio más completo de los sistemas abstrusos de la India antigua. Aunque han transcurrido veintidós siglos y medio desde la muerte de Platón, las grandes inteligencias del mundo todavía se ocupan en sus escritos, porque él era el intérprete del mundo, en el sentido más completo de la palabra, y su Filosofía, la Filosofía más grande de la era pre-cristiana, que reflejó fielmente en sus obras, con su expresión metafísica, el espiritualismo de los filósofos védicos que le precedieron en miles de años. "Vyâsa, Jaimini, Kapila, Patanjali y muchos otros transmitieron sus indelebles huellas a través de los siglos, por conducto de Pitágoras, a Platón y a su escuela. Así queda confirmada la inferencia de que la sabiduría revelada a Platón y a los sabios indos fue la misma. ¡Divina y eterna ha de ser la sabiduría que así sobrevive a la acción del tiempo! Así, pues, si a menudo desfiguró la Teología a la antigua Teosofía, la Psicología y Ciencia modernas han desfigurado a la antigua Filosofía. Ambas se inspiraron, sin reconocerlo, en la Sabiduría antigua, y la vilipendiaron y rebajaron siempre que pudieron hacerlo. Por falta de comprensión de los grandes principios filosóficos y teosóficos, los métodos de la Ciencia moderna, aunque exactos, han de acabar en la nada. En ninguna materia puede demostrar el origen y fin de las cosas. En vez de deducir el efecto de su origen primitivo, marcha en sentido contrario. Enseña que sus especies superiores han evolucionado todas de otras inferiores que las precedieron. Parte de lo bajo del ciclo, guiada paso a paso, en el gran laberinto de la Naturaleza, por un hilo de Materia. En cuanto éste se rompe, pierde el norte y huye temerosa de lo Incomprensible, confesándose impotente. No procedían así los filósofos antiguos. Para ellos, como para nosotros, las especies inferiores son sólo las imágenes concretas de especies abstractas superiores. El espíritu, que es inmortal, tiene un principio aritmético, así como el cuerpo lo tiene geométrico. Ese principio, como reflejo del gran Archeaus Universal, muévese por sí mismo, y desde el centro se difunde sobre el cuerpo entero del microcosmo. ¿Es acaso la triste percepción de esta verdad, cuyo reconocimiento y adopción por parte de cualquier hombre de Ciencia resultaría ahora mortal, la causa de que tantos sabios y estudiantes ilustres confiesen la importancia de la Ciencia Física, aun tratándose del mundo, de la materia? “¡Cuán grande sería para nosotros el beneficio de los Diálogos platónicos si con la gracia serena, la ironía, la cortés afabilidad y la profundidad de conceptos que campean en ellos nos adiestrasen en conversar, y no en charlar ni en vociferar! Y es que en la época moderna, agobiados por las exigencias económicas, el afán insensato del lujo, la lucha brutal por unos ideales que no merecen tal calificativo y miles de preocupaciones más a causa de la errada orientación en las ideas fundamentales, directoras de nuestra vida, la hemos desquiciado, acabando con la vida culta de relación, la conducta afable y cortés, la fraternidad humana, el Derecho y tantas otras cosas que se creían ya patrimonio firme y común de todos los pueblos que se llaman civilizados… Pues bien, estos Diálogos tan artísticos y dramáticos son la representación más genuina de ese aticismo delicado, sin dejar su elevación. Platón quiere convencernos, y lo consigue, de que sus personajes conversan finamente y no disertan como pedantes. Para conseguirlo no emplea la dialéctica ni aun para los problemas filosóficos de mayor profundidad.”

Emeterio Mazorriaga y Fernández-Agüero
Tomada del libro El Libro que mata a la Muerte de Mario Roso de Luna, página 114





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