Canción

Canto porque vuelves
cuando canto
canto porque cruzas todos los días
millas de soledad
para secarme el llanto.

Pero me avergüenza pedirte tanto
y ceso el canto.

Canto y soy ligero
como una flor de tilo
canto y justo me siento
donde me maravillo:

al inicio del mundo

está la sombra blanca de las primeras rosas
que ya no amargan más
porque canto y te veo volver
como vuelven a la orilla las cosas:
sin pasado,
con el pecho lavado
por el mar.

¡Mira!,

subes las escaleras como un chiquillo
que sacude de sus pestañas una corona de sal,
da dos picotazos de índice
a la puerta, se arrodilla
rápido, rápido
dice: “¡Ven!,
te llevo al mar” y me sonríe, desde su altura
de nevisca y de rosas, desde su gasa de alma salvada
por las pequeñas cosas.

Desde su boca blanca ríe el mundo
y ríen las cosas
transparentes del cielo
si, girándose apenas
por pudor, dice: “Lo ves, ya no tengo más miedo”.

como hablando a una sombra volatilizada
en la inocencia

calma de las ginestas, a un jadear de rosas
que se ha ido por las ventanas
abiertas
hasta los fundamentos.

Así me dejas al abierto sin
peso. Y entonces canto
el quedarse sentados
en el vivo, todo el amor carente,
que no cese

la presencia perfecta
de quien no pesa

pero no tiene voluntad, ni escombros, ni acontecimientos
de la materia

es solo polvo que tiende a la luz.

Maria Grazia Calandrone


El altar de la especie

"Era fácil amarla pero estaba destinada
a irse presurosamente y también a sumarse
a ciertos preparativos que los indicios consideran
meticulosos. Por la tarde cuidaba el jardín
en silencio. No entendíamos lo que pensaba, estaba
tranquila. O bien
hurgaba en un bloc de notas. Todas las noches –ya que se había vestido
el último cliente– compraba un dulce para el desayuno de la madre.

Por el agua viajan los desperdicios y son
retenidos a intervalos regulares por la rejilla enterrada
en la oscuridad y en el silencio que se crean a muchos metros bajo
el aspecto superficialmente aéreo del agua
que depende de la demora del sol en el ápice como una laca
democrática, un chorro desbordante de optimismo
también en las urticarias deshuesadas por el golpe de las fábricas.
Se llama calle de la fábrica de cáñamo y lleva,
en una mezcla de cieno y terrón
resistente al imprimirse del deshecho animal a la central
hidroeléctrica – es un sentimiento interrumpido, una deriva de los continentes y de
los correspondientes desastres sumergidos
en la isla del cuerpo que termina
en la puerta del gran casamiento: hay sólo un guarda y controla
el va y viene entre las dos partes de agua y llama serpentina o quizás
transmigración.
La encontramos en un extraño abandono
como si escindidas todas las ligaduras:
casi nada del agua del canal
ningún mal pensamiento
ninguna ironía
ni una gota de agua en los pulmones, ni siquiera
diatomeas –el cuerpo sostenido por una luz crítica
más allá del propio abandono– palpitaba al sol como presa de un éxtasis."

Maria Grazia Calandrone








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