“¿Cuáles son mis pensamientos? No me acuerdo. Vagos, como de costumbre... ¿Mi estado interior?... sin ninguna de esas perturbaciones que, según se pretende, disponen al misticismo (...) No tengo angustias metafísicas (...) No tengo preocupaciones, no las causo a los demás... el año es tranquilo... ninguna ansiedad... Mi salud es buena; soy feliz, tanto como se puede ser y saberse... y espero. En fin, no siento curiosidad alguna por las cosas de la religión...”

André Frossard


"El hombre es esencialmente un ser paradójico. Es cuando más cruelmente siente su fragilidad que es grande."

André Frossard


"El matrimonio cristiano es una apuesta sobre lo absoluto; pero para ganarla, es preciso no reservar nada de sí mismo. Esta es la razón de que se apueste menos, desde hace algún tiempo."

André Frossard



"El matrimonio no hace dos cautivos, sino una libertad en dos personas. Se puede decir que tuvo éxito cuando, habiéndose tomado el compromiso inicial, y habiéndose convertido la unión en algo natural, los esposos no tienen siquiera ya la impresión de estar casados."

André Frossard


"En Francia, sólo duramos en la oposición y la única forma de escapar al cambio es exigirlo todos los días."

André Frossard



"Eramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo. Los últimos militantes anticlericales que todavía predicaban contra la religión en las reuniones públicas nos parecían patéticos y un poco ridículos, exactamente igual que lo serían unos historiadores esforzándose por refutar la fábula de Caperucita roja. Su celo no hacia más que prolongar en vano un debate cerrado mucho tiempo atrás por la razón. Pues el ateísmo perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni siquiera se planteaba el problema. (...)
Dios no existía. Su imagen o las que evocan su existencia no figuraban en parte alguna de nuestra casa. Nadie nos hablaba de Él. (...)No había Dios. El cielo estaba vacío; la tierra era una combinación de elementos químicos reunidos en formas caprichosas por el juego de las atracciones y de las repulsiones naturales. Pronto nos entregaría sus últimos secretos, entre los que no había en absoluto Dios.
¿Necesito decir que no estaba bautizado? Según el uso de los medios avanzados, mis padres habían decidido, de común acuerdo, que yo escogería mi religión a los veinte años, si contra toda espera razonable consideraba bueno tener una. Era una decisión sin cálculo que presentaba todas las apariencias de imparcialidad. ¿A los veinte años quiere creer? Que crea. De hecho, es una edad impaciente y tumultuosa en la que los que han sido educados en la fe acaban corrientemente por perderla antes de volverla a encontrar, treinta o cuarenta años más tarde, como una amiga de la infancia... Los que no la han recibido en la cuna tienen pocas oportunidades de encontrarla al entrar en el cuartel...
Mi padre era el secretario general del partido socialista. Yo dormía en la habitación que, durante el día, servía a mi padre de despacho, frente a un retrato de Karl Marx, bajo un retrato a pluma de Jules Guesde (socialista que colaboró en la redacción del programa colectivista revolucionario) y una fotografía de Jaurès.
Karl Marx me fascinaba. Era un león, una esfinge, una erupción solar. Karl Marx escapaba al tiempo. Había en él algo de indestructible que era, transformada en piedra, la certidumbre de que tenía razón. Ese bloque de dialéctica compacta velaba mi sueño de niño. (...)
El domingo era el día del Señor para los luteranos, que a veces iban al templo, y para los pietistas, que se reunían en pequeños grupos bajo la mirada falta de comprensión de otros. Para nosotros era el día del aseo general, en el agua corriente del arroyo truchero, después del cual mi abuelo mi friccionaba la cabeza con un cocimiento de manzanilla...
En Navidad, las campanas de los pueblos cercanos, que no encontraban eco entre nosotros, extendían como un manto de ceremonia sobre la campiña muerta. Nosotros también nos poníamos nuestros trajes domingueros para ir a ninguna parte (...) Almorzábamos en la mejor habitación, sobre el blanco mantel de los días señalados.
Pero ni el moscatel de Alsacia, ni la cerveza, ni la frambuesa, volvían a la familia más habladora. La comida, más rica que de costumbre, y el abeto, completamente barbudo de guirnaldas plateadas, nada conmemoraban. Era una Navidad sin recuerdos religiosos, una Navidad amnésica que conmemoraba la fiesta de nadie.
Entre las izquierdas la política se consideraba como la más alta actividad del espíritu, el más hermoso de los oficios, después del de médico, sin embargo. A ella debían mis padres, por otra parte, el haberse encontrado. Mi madre de espíritu curioso, había escuchado a mi padre hablar del socialismo ante un auditorio obrero, con la fogosidad de sus veinticinco años, una inteligencia combativa, una voz admirable. Desde aquel día, ella le siguió de reunión en reunión, por amor al socialismo, hasta la alcaldía. Cuando me contaba esa historia, yo no comprendía gran cosa. Para mí, mis padres eran mis padres desde siempre y no imaginaba que hubiesen podido no serlo en un momento dado de su existencia. La honestidad, la natural decencia de su vida en común, me habían dado del matrimonio la idea de una cosa que no podía deshacerse y que, al no tener fin, no había tenido comienzo.
Mi madre vendía al pregón el periódico de la Federación Socialista, completamente redactado por mi padre, entonces maestro destituido por amaños revolucionarios y reducido a la miseria. Pero la política llenaba la vida de mi padre (...)
Rechazábamos todo lo que venía del catolicismo, con una señalada excepción para la persona -humana- de Jesucristo, hacia quien los antiguos del partido mantenían (con bastante parquedad, a decir verdad) una especie de sentimiento de origen moral y de destino poético. No éramos de los suyos, pero él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respeto a los poderosos, y sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de represión."

André Frossard


"Gracias a la televisión, siempre terminamos aprendiendo verdades, pero tenemos que ser pacientes y algo noctámbulos."

André Frossard


"La historia del mundo es la de una pelea sin fin entre el hombre y su Dios, o con la idea que él tiene de él."

André Frossard



"La historia, el ídolo de los tiempos modernos, siempre se ha acostado con los vencedores, ha despreciado a los vencidos, ha matado a la viuda y al huérfano, se ha llenado de sangre y se ha regado de lágrimas."

André Frossard



"La insatisfacción no viene con el fracaso, que estimula la paciencia, sino con el éxito, que la hace exigente."

André Frossard


"Los cementerios son los vestuarios de la resurrección."

André Frossard



"Los misterios son objetos de contemplación, no enigmas a dilucidar."

André Frossard



"¿Para qué sirve creer? Vemos claramente para qué sirve no creer: para estar solo sobre la tierra, que es el menos fijo de todos los domicilios, y para no oír jamás, en respuesta a las preguntas que el corazón se plantea, otra voz que la propia."

André Frossard



"¿Qué es Dios sino el que nos hace hacer la pregunta?"

André Frossard



"¿Qué es la fe? Esto permite que la inteligencia viva más allá de sus medios."

André Frossard


"¿Qué es un pensador? Un hombre que todavía hace preguntas cuando otros no lo hacen."

André Frossard


"Sobrenaturalmente, sé la verdad sobre la más disputada de las causas y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré.
Me lo encontré fortuitamente -diría que por casualidad si el azar cupiese en esta especie de aventura-, con el asombro de paseante que, al doblar una calle de París, viese, en vez de la plaza o de la encrucijada habituales, una mar que batiese los pies de los edificios y se extendiese ante él hasta el infinito.
Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios.
Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.
Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, "católico, apostólico, romano", llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.
Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados."

André Frossard


"Una semana terrible: ni una sola encuesta de opinión. No importa, intentaremos adivinar nuestras propias intenciones por nuestra cuenta."

André Frossard



"Uno no pasa del descreimiento a la fe sin reflexión ni lucha."

André Frossard









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