“De mi prisión que es, a un tiempo, escenario, fuente y autor del libro, nada quiero odiar, nada quiero olvidar, y de nada quiero renegar, ya que, si lo hiciera, mi propia personalidad se esfumaría. Sin ella, nada soy. La prisión me ha enseñado la importancia que tiene un segundo, la calidad de un suspiro, la fuerza de una sonrisa.”

Albertine Sarrazin


“Dios padre pasa dos o tres veces por semana. Los días de visita del gran jefe, la enfermera de sala empuja las maletas de la cama, barre los cadáveres acumulados bajo nuestras cabeceras y desinfecta los orinales con un cuidado inhabitual y ostentoso, lo cual nos obliga a soportar sus ‘Ay, señor’. Ni hablar de tener el orinal antes de la gran visita. Contraemos nuestros esfínteres, alisamos el reverso de nuestras camas y avivamos nuestros ojos y nuestros labios. El amor que tenemos nos inspira graciosas posturas y hace surgir de nuestras mesillas de noche las labores o las lecturas que estimamos más aptas para atraer su atención. Si se digna darse cuenta de que alrededor del hueso hay una mujer, un ser incontable que trabaja y que piensa, si abandona un momento nuestras radiografías para mirarnos la cara, si nos ofrece una sonrisa o una palabra, nuestros sufrimientos y nuestra ignorancia se borrarán, nos curaremos y sabremos.”

Albertine Sarrazin
El Astrágalo, págs. 63-64



“Lo inevitable debe sernos ajeno hasta el último momento.”

Albertine Sarrazin


"Los únicos arrepentimientos deben venir de cosas que no se pueden lograr."

Albertine Sarrazin



"Mi afición por escribir empezó siendo niña, pero jamás discurrió a lo largo de los caminos ordinarios: la inspiración, la imaginación, el silencio, los litros de vino tinto trasegados ante una máquina de escribir de segunda mano, las alfombras de chillones colores de un estudio de tercera clase, destinado a meditar, mientras en total reposo se sorben infusiones, el mundo de las gentes de letras, el severo buró repleto de carpetas, el teléfono y las estatuillas. No, yo no sabía lo que era eso. ¿Imaginación? Carezco de ella. ¿El mundo de la literatura francesa? No lo conozco ni me importa. ¿El material? Papel vulgar, como aquel en que los soldados escriben sus cartas, sobre el que se arrastran los dedos y se arrastran las palabras.
[...]
...y toda mi vida será así. Será el constante juego del escondite, la felicidad siempre diferida, el amor a solas en el húmedo útero de nuestra madre, la cárcel.
[...]
¡Vamos, adelante, a pelear con las puntas de los dedos! Embriagada por esta tarea constante y machacona, mi cabeza se convierte en una caja llena de literatura en desorden, de literatura que debo arrojar fuera de cualquier modo. Y, entonces, tengo la sensación de que vuelvo a existir, de que cada línea que escribo me arranca del absurdo y también arranca de él a Lou. Recuerdo la cárcel, pero ya no la padezco; tengo la impresión de que, riendo, la sobrevuele.
[...]
Si he preferido ser escritora es porque he querido ser conocida en mi distrito, en mi continente, porque he querido superar mi nada, mis desdichas y mi muerte, porque así mi ser queda modificado y me sobreviviré a mí misma, y más allá de los derechos de autor veo el derecho a robar en el ámbito de la vida de las gentes, el derecho a robarles un poco de su historia, un poco de sus recuerdos, el derecho a recuperar algo del inmenso montón de palabras perdidas en el aire, de existencias ignoradas."

Albertine Sarrazin
El atajo


"Ya lo sabía: ‘No llames a nadie’, esa forma de andar escurridiza, como de perfil, esa afinidad total y oscura entre él y yo desde el primer instante… Ya me había dicho Ginette que su hermano era un mala vida, pero yo había visto en ello una amabilidad hacia mí que salía de la cárcel… Mucho antes de sus palabras, había reconocido a Julien. Hay estigmas que son imperceptibles para el que no ha estado en chirona: una manera de hablar sin emplear los labios, mientras que los ojos expresan, para despistar, indiferencia o todo lo contrario; el cigarrillo en el hueco de la mano; la preferencia por la noche para obrar o para hablar, tras la sujeción del silencio diurno.
[...]
Dios padre pasa dos o tres veces por semana. Los días de visita del gran jefe, la enfermera de sala empuja las maletas de la cama, barre los cadáveres acumulados bajo nuestras cabeceras y desinfecta los orinales con un cuidado inhabitual y ostentoso, lo cual nos obliga a soportar sus ‘Ay, señor’. Ni hablar de tener el orinal antes de la gran visita. Contraemos nuestros esfínteres, alisamos el reverso de nuestras camas y avivamos nuestros ojos y nuestros labios. El amor que tenemos nos inspira graciosas posturas y hace surgir de nuestras mesillas de noche las labores o las lecturas que estimamos más aptas para atraer su atención. Si se digna darse cuenta de que alrededor del hueso hay una mujer, un ser incontable que trabaja y que piensa, si abandona un momento nuestras radiografías para mirarnos la cara, si nos ofrece una sonrisa o una palabra, nuestros sufrimientos y nuestra ignorancia se borrarán, nos curaremos y sabremos.
[...]
Yo ando. No me entrego por estos sitios, no tengo tiempo, no me gusta la calle y no tengo más de puta que cualquier otra cosa. Utilizo este medio porque es rápido y porque no necesito horario ni aprendizaje, o muy poco: a los dieciséis años me desembarazaba fácilmente de las patas de los chulos, de las astucias de los clientes, desde entonces nada ha cambiado mucho… Lo único que temo es a la policía, porque no tengo ningún papel para presentarme en caso de redada. Pero cambio continuamente de calle, de hotel y de aspecto. Examino a los que se detienen antes de contestarles. Una intuición oscura y certera me detiene o me anima, tengo en la cabeza unos semáforos que se encienden y se apagan, rojo cuidado, verde está bien, pasa, espera, no esperes y lárgate, sonríe, ven. Me deslizo a lo largo de las calles con pasos rápidos y decididos, cojeo apenas y ando lo más aprisa que puedo. Esta falta aparente de interés y esa forma de no parecer lo que soy me protegen y me hacen atractiva."


Albertine Sarrazin
El Astrágalo, pág. 25



“Yo ando. No me entrego por estos sitios, no tengo tiempo, no me gusta la calle y no tengo más de puta que cualquier otra cosa. Utilizo este medio porque es rápido y porque no necesito horario ni aprendizaje, o muy poco: a los dieciséis años me desembarazaba fácilmente de las patas de los chulos, de las astucias de los clientes, desde entonces nada ha cambiado mucho… Lo único que temo es a la policía, porque no tengo ningún papel para presentarme en caso de redada. Pero cambio continuamente de calle, de hotel y de aspecto. Examino a los que se detienen antes de contestarles. Una intuición oscura y certera me detiene o me anima, tengo en la cabeza unos semáforos que se encienden y se apagan, rojo cuidado, verde está bien, pasa, espera, no esperes y lárgate, sonríe, ven. Me deslizo a lo largo de las calles con pasos rápidos y decididos, cojeo apenas y ando lo más aprisa que puedo. Esta falta aparente de interés y esa forma de no parecer lo que soy me protegen y me hacen atractiva.”

Albertine Sarrazin
El Astrágalo




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