Desde esta luz

Desde esta luz que incide, con delicada
flama,
la eternidad. Desde este jardín atento,
desde esta sombra.
Abre su umbral el tiempo,
y en él se imantan
los objetos.
Se ahondan en él,
y él los sostiene y los ofrece así:
claros, rotundos,
generosos.

Frescos llenos de su alegre volumen,
de su esplendor festivo
de su hondura estelar.
Sólidos y distintos
alían su espacio
y su momento, su huerto exacto
para ser sentidos. Como piedras precisas
en un jardín. Como lapsos trazados
sobre un templo.

Una puerta, una silla,
el mar.
La blancura profunda
desfasada
del muro. Las líneas breves
que lo centran.
Deja el tamarindo un fulgor
entre la noche espesa.
Suelta el cántaro el ruido
solar del agua.
Y la firme tibieza de sus manos; deja la noche densa,
la noche vasta y desbordada sobre el hondo caudal,
su entrañable
tibieza.

Coral Bracho


La brisa

La brisa toca con sus yemas
el suave envés de las hojas. Brillan
y giran levemente.
Las sobresalta y alza
con un suspiro, con otro. Las pone alerta.

Como los dedos sensitivos de un ciego 
hurgan entre el viento las hojas;
buscan y descifran sus bordes,
sus relieves de oleaje, su espesor.
Cimbran
sus fluidas teclas silenciosas.

Coral Bracho


La penumbra del cuarto

Entra el lenguaje

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan
del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran
las mismas cosas.

Cuando se enfrentan, saben que son el límite
uno del otro.

Son creador y criatura.
Son imagen,
modelo,
uno del otro.

Los dos comparten la penumbra del cuarto.
Ahí perciben poco: lo utilizable
y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden
y se ocultan.

Coral Bracho


Oigo tu cuerpo

Oigo tu cuerpo con la avidez abrevada y tranquila
de quien se impregna (de quien emerge,
de quien se extiende saturado, recorrido de esperma) en la humedad
cifrada (suave oráculo espeso; templo)
en los limos, embalses tibios, deltas,
de su origen; bebo
(tus raíces abiertas y penetrables; en tus costas
lascivas -cieno brillante- landas)
los designios musgosos, tus savias densas
(parvas de lianas ebrias) Huelo
en tus bordes profundos, expectantes, las brasas,
en tus selvas untuosas,
las vertientes. Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas;
(ábside fértil) Toco
en tus ciénagas vivas, en tus lamas: los rastros
en tu fragua envolvente; los indicios
(Abro a tus muslos ungidos, rezumantes; escanciados de luz)
Oigo en tus légamos agrios, a tu orilla: los palpos, los augurios
-siglas inmersas; blastos-. En tus atrios:
las huellas vítreas, las libaciones (glebas fecundas),
los hervideros.

Coral Bracho


Sobre el amor

Encendido en los boscajes del tiempo, el amor
es deleitada sustancia. Abre
con hociquillo de marmota, senderos y senderos
inextricables. Es el camino de vuelta
de los muertos, el lugar luminoso donde suelen
resplandecer. Como zafiros bajo la arena
hacen su playa, hacen sus olas íntimas, su floración
de pedernal, blanca y hundiéndose
y volcando su espuma. Así nos dicen al oído: del viento
de la calma del agua, y del sol
que toca, con dedos ígneos y delicados
la frescura vital. Así nos dicen
con su candor de caracolas; así van devanándonos
con su luz, que es piedra, y que es principio con el agua, y es mar
de hondos follajes
inexpugnables, a los que sólo así, de noche,
nos es dado ver y encender.

Coral Bracho


Sus brillos graves y apacibles

Vivo junto al hombre que amo;
en el lugar cambiante;
en el recinto que colman los siete vientos. A la orilla del mar.
Y su pasión rebasa en espesor las olas.
Y su ternura vuelve diáfanos y entrañables los días. Alimento
de dioses son sus labios; sus brillos graves
y apacibles.

Coral Bracho











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