"Lo único que he hecho es lo que en cada momento me correspondió: cumplir con mi deber, como lo haría cualquiera en mi lugar."

Melba Hernández


“Los que estábamos en el Hospital Civil aledaño al cuartel Moncada caímos prisioneros.  A Abel se lo llevaron antes que a nosotras y a partir de entonces, toda la información que teníamos era la que nos traía, a su manera, aquella jauría batistiana. Eran monstruos. Nosotros luchamos con armas contra esos enemigos pero nunca nos comportamos como esas bestias. El mismo sargento que martirizó y asesinó a Abel, nos lo dijo para martirizarnos también. Nos dijo que para que Abel no se creyera tan guapetón le sacó un ojo, y nos lo enseñó, lo traía ensangrentado en su mano. Luego habló de Boris Luis Santa Coloma que era el novio de “Yeyé” (Haydée), refiriéndose a él, como “el de los zapatos de dos tonos”, que era los que usó Boris ese día, y nos dijo que lo estaba castrando. Así nos dijo para martirizarnos, cuando le preguntamos por ellos, y por otros, y nosotras albergábamos la esperanza de que todo eso fuera mentira, ¡pero era verdad!...
Después, cuando nos bajaron a los sótanos del cuartel Moncada, nuestras esperanzas acabaron ahí. Íbamos cogidas de las manos, empujadas por los guardias que nos llevaban, y pasábamos por los calabozos mirando para ver a quiénes estaban allí,  buscando a los compañeros y seres queridos, y cuando abrimos nuestras manos estábamos a punto de sangrar, con las uñas como garfios, enterradas.  No vimos ni a Fidel, ni a Abel, ni a Boris. Pero los que estaban allí en los calabozos, estaban destrozados, caídos, sangrando… Y Haydée y yo como témpanos de hielo, duras como mármol, frías… Pero los muchachos y nosotras mantuvimos una dignidad que desmoralizaba y exasperaba a los esbirros aquellos...
Luego nos trasladaron para la cárcel de Boniato. Allí tenían a Fidel y vimos el peligro que corría la vida de Fidel y nos concentramos en pensar que él no podía morir. Primero estábamos en la misma galera que él y veíamos un poquito para su celda, sabíamos si estaba escribiendo o paseándose. Nos mandaba papelitos con instrucciones a través de los presos comunes que colaboraron mucho. Y vivimos pendientes de su vida hasta que nos sacaron de allí. Fuimos a la prisión de mujeres, donde también nos recibimos  con mucho apoyo de las presas comunes. Nos consiguieron una latica con agua y nos dábamos buchitos para contener el llanto. Un día, amaneciendo, levanté la cabeza y no vi a Yeyé en su columbina. Me tiré desesperada. Me dije: ¡Ay, me quedé también sin Yeyé! Estaba tan acurrucada que no la vi y me asusté. Pasamos mucho...
Después se celebró el juicio y Haydée estuvo brillante. Yo era la abogada, pero ella estuvo más emotiva, impresionó al jurado y también a los soldados. Lo que hablaba era su corazón destrozado. Nos condenaron a seis meses de prisión porque se probó que nosotras solo fuimos enfermeras y atendimos a las dos partes, a heridos de los dos bandos en pugna...
Cuando cumplimos y nos soltaron a nosotras, organizamos las vías para saber de los moncadistas presos en el presidio de Isla de Pinos, y ayudarlos. Y Fidel nos mandó a organizar el Movimiento que empezó a llamarse Movimiento 26 de Julio, por la fecha del asalto al Moncada.”

Melba Hernández Rodríguez del Rey




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