Tres disonetos sobre la caída de la Bolsa

I

Aún te atraen las quincallerías chinas,
incluso tóxicas, las baratijas de cristal
o porcelana, los cachivaches y los zapatos de moda.
Eres una alegre consumidora y compras diez mil
euros de acciones precisamente cuando las bolsas caen
y suben y vuelven a caer cada vez más estrepitosamente.
Sería como ir a las rebajas
y no comprar ni siquiera un abriguito
me has dicho, como una confiada en el futuro
de las derechas mundiales como una que sabe siempre
sus cosas respecto al impávido incremento de
su capital. Afilo las tijeritas de podar y el cuchillín
doliente, pero consciente de que un hilo interdental
me sería en ese momento menos inútil.

II

Nunca hubiera creído poder ver el fin
del capitalismo, dice Bruno susurrando circunspecto
con una sonrisa –que nos debemos– púdicos en el recuerdo
de una amistad adolescente. Pero ¡qué final
del capitalismo! Yo veo más bien la permanencia
de los habituales brutos, arrogancia ignorancia muy desestabilizante
del poder, gomorra como antes, más
que antes, y nadie (yo incluida) que tenga durante más
de un segundo a continuación un poco de vergüenza.
Cuando de jóvenes Bruno y yo
hacíamos de anárquicos ugofoscolos
Silvio desde hacía tiempo hacía de berluscones.
El dinero no tiene importancia alguna, lo ha dicho el papa:
cae y se levanta y vuelve a caer como un jesús durante el via crucis.

III

Pero sin que nos espere la salvación, ni nos importe.
Esos con los maletines ante los ojos muy a menudo
son sexy. Pero debe ser sólo una leve hinchazón
de piel gruesa y recibidos con una sonrisa
franca y directa. Nada que ver con las bolas
de líquido negruzco o violáceo que empuja bajopiel
en la delgada zona baja peri-ocular de los viejos o
bien de esa bella joven que ha recibido directo al
ojo el móvil del novio bromeando sí pero
inyectado en sangre el ojo involuntariamente
no resiste el rebosante odio cruel. Compasión por los broker
por los dependientes por los promotores o quién-coño-son
que gritan en la bolsa no siento desgraciadamente,
o por suerte, y no me importa nuestra salvación.

Rosaria Lo Russo
Traducción: Beatriz Castellary y Maria Grazia Calandrone


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