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"La novia de antaño espera.
Ayer una viuda esperaba.
Hoy una viuda espera
tibia, mojada y luctuosa.
Los ojos desengañados de viudas que esperan
buscando señales de quienes habrían de volver:
hermanos, hijos, esposos, padres.

Hoy los caminos están despejados.
Hoy es posible pasar.
La línea que serpenteaba
ayer y el día antes de ayer
alrededor de un paso en la montaña
está hoy vacía, el eco resuena.
Hoy, sonidos de camiones,
de pies ulcerados y exánimes que se arrastran,
los gruñidos encubiertos,
el eco del estallido amortiguado
de las armas, resuenan en los caminos desiertos.

Pero en lo que alguna vez fueron casas,
el vacío de las habitaciones a las que la risa
dio la espalda, hace eco al sonido
de pies impares y gritos.
Una viuda espera en silencio.
El silencio es el idioma de las mujeres
que enviudaron por la guerra antaño,
ayer y hoy."

Rashidah Ismaili AbuBakr
De "Aquí y ahora"
Traducción: Ricardo Gómez


El hijo de cualquiera

Dos pies en unos zapatos
abiertos, sin cordones,
sucios, forros 
gastados, niño perdido.   

Pantalones grises y raídos,
las piernas se sacuden sobre
unos tobillos desnudos,
sin bañar, adoloridos.

Deambulando a solas,
una manzana podrida,
un pan rancio dentro
de sus bolsillos sin rotos

su dinero está a salvo.
Alrededor de su cuello
cuelga una cuerda.
Una medalla de plata con nombres

marcados, padres muertos.
Una dirección de una casa desalojada,
familiares silenciosos
que solían llamar

cuando las baterías eran nuevas
y el teléfono sonaba.
El hijo de cualquiera camina
por senderos anónimos.

Durmiendo donde sea:
bajo árboles,
en los túneles
de algún parque oscuro,

a las puertas de iglesias,
en corredores, camina.
Camina bajo la lluvia
dejando que el agua lave

sus ropas, que moje 
su cabello, su espalda.
No hay baños calientes
que lo esperen,
ni caldo de pollo,
no hay té caliente con limón.
El frío se endurece
en su cabeza,

congestiona su nariz
que limpia su manga andrajosa.
Éste fue algún día

el hijo de alguien,
ha dejado de llamar en  
noches colmadas de sueño
“¡Mamá! ¡Mamá!”.

Rashidah Ismaili, también conocida como Rashidah Ismaili AbuBakr
Traducción: Ricardo Gómez


El pintor

    ÉL
Amarillo bajo un cielo azul,
modulado por un corno ensordinado
que termina en el himnario de la verde
canción del viento de coloración uniforme,
es una melodía al vuelo.

            ELLA
Enrojecida, con vetas de blanco que
bajan corriendo de su cabeza y pómulos,
sale deslizándose del cuerpo de una flauta
con dedos como trombones de oro.
Su hábitat es la luz imparcial
que matiza una gama de tonos azul tristeza.

ELLOS
La escalera con una baranda en 
filigrana de hierro forjado, aislada 
por cámaras de eco de mármol rosa.
Ellos son puntos que bailan en staccato
entre aleros de alabastro,
una fuga espaciada sobre
un pergamino vacío.

            ÉL
Sus dedos han venido a capturar
los tonos rojizos del final del día
y a la tierra silenciada que gira
suavemente, una acrobacia de sonido.

            ELLA
Lianas alrededor de una vieja casa
desocupada y enmohecida, sus brazos
danzan en verdes jardines donde el cabello 
de la damisela gotea sobre bañeras de pájaros. 
Ella es finales optativos y sorprendentes.

            ELLOS
Mezclan con su ensamble tono
y timbre. Cortan la estructura armónica,
puntean en las gastadas cuerdas de un piano viejo
que soporta el clima en una sala de baile sin estrenar 
donde los ecos mueren en el viento invernal.

            EN CONJUNTO
Cada instrumento en un aire orquestado.
Archipiélago de silbidos y glissandos,
se rebelan los golpes de lengua de su sinfonía, 
acicalamiento longitudinal de las plumas de los machos, se hincha
su vestido de crepé y ella recoge el tul a su alrededor.

Son bailarines sin tablado ni sonido.
Espalda con espalda estiran su hombros,
golpean con los pies en movimientos percutivos.
Chivos sobre un montículo bailan como derviches 
acoplados a mensajes armónicos rojos.

Es la hora de los sonidos de viento,
de que la arpas punteen tripas de gato,
de que canten las liras y los timbales
en cacofonía contrapunteada
cada cual se desensambla y empaca
sillas musicales.

Rashidah Ismaili AbuBakr
Traducción: Ricardo Gómez


Elementos

Montañas se alzan
            en la niebla,
en manos que se ahuecan,
se ocultan
al interior de un laberinto.
            Cerros,
el paisaje abierto
            canta
con el viento y el espacio.
            El amor
moldea y la luz 
            hace girar
el fin del día.

La canción del mosquito, solitaria
            inoportuna,
un trino en cuerdas 
operáticas
y la Diva llora.

El director
baja su batuta,
            una sinfonía
silenciada, disuelta.

            2
Dejándose caer suavemente 
por túneles secretos
receptivo, dúctil,
viene un arácnido/ mensajero
en un cabello dorado,
regalo del sol y del tábano.

Estremeciéndose bajo la mano del alfarero,
cosecha fecunda, un manto
tejido por un ser misterioso.
El arácnido se va, deslizándose, trenzando
su  delgado sendero de regreso al cielo.
Su secreto está a salvo, oculto
en el humus de un cerro distante.

Alzándose bajo las estrellas,
al cobijo de las sombras de los árboles,
bajo el lado suave del cielo,
perforando la montaña, viene un tejedor.
Es él sobre la tierra con sus pies moldeados,
cocidos al sol, bañados por la temporada de lluvias,
quien debe sentarse y sonreír entre las estrellas.

Sobre un piano,
afinado en una frecuencia alta,
la tierra se mueve alrededor de su eje.
En un punto dado,
espera.
La serpiente eterna 
aferra su cola con fuerza,
para guardar en un círculo
la música para un planeta de silencio.

Rashidah Ismaili AbuBakr
Traducción: Ricardo Gómez











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