Allá lejos

Hiéreme, ¡oh muerte!
Coge la flor abierta
de mis años. No dejes
que envejezca. Ven pronto.
Rompe la hélice roja
de mi ambicioso corazón en pleno
volar sobre los curvos horizontes.
Paraliza mis brazos
que hunden el remo en las doradas aguas
del tiempo. Ata mis plantas
manchadas con la sangre del racimo
carnal. Apaga el ritmo
de mis arterias cuyo golpe hiere,
en la noche de insomnio, mis oídos
con un rumor de agua subterránea.
Fájame con tu venda
como a un niño, y entrégame a los brazos
de la oscura nodriza que alimenta
las ávidas raíces de los árboles.
No ver la luz, no ver la luz creadora
que saca de su abismo inagotable
las infinitas formas de la vida,
No atisbar el espacio
que se puede beber con la mirada
como una copa azul llena de espumas.
No ver un rostro humano
ni oír una palabra.
Hiéreme, ¡oh muerte!

Ni el dulce mar en que naufragan tantas
riquezas, y que guarda entre sus aguas
fabulosas ciudades,
hundidas como fúnebres navíos
con sus copas de oro
y sus lechos cargados de mujeres.
Ni el mismo cielo eterno que sustenta
la arquitectura móvil de las nubes,
y traza la remota geometría
de las constelaciones misteriosas.
Ni el cuerpo adolescente
de una doncella, apenas sombreado
en sus pliegues recónditos por una
vegetación de suave terciopelo.
Nada podrá ligarme a la ribera
terrestre.

        Ven ¡oh muerte!

Quiero bajar los húmedos peldaños,
afelpados de musgo, de la estrecha
galería que lleva hasta tu cripta
donde espera la esfinge somnolienta
coronada de rosas inmortales.
Allí, al fulgor de las marchitas lámparas
que filtran una aurora penumbrosa
a traves de los grises alabastros,
repasaré la escena multiforme
de mi vida, los rostros conocidos,
y la imagen dorada de unos campos
que florecen aún, bajo otros cielos,
perdidos en el tiempo y la memoria.

Rafael Maya


Canción

"Estaba el corazón lleno de voces
en esa hora de inquietud traslúcida
cuando la tarde toca sus oboes,
en el confín azul de la floresta.

Estaba el corazón lleno de voces.
Pálidas sombras dialogaban lejos
al son de los nostálgicos oboes
mientras la noche caminaba, tácita.

Estaba el corazón lleno de voces.
Hasta la tierra, de las altas nubes,
bajaban lampos de cambiante nácar
entre el hondo rumor de los oboes.
Y en esa cercanía del crepúsculo
estaba el corazón lleno de voces."

Rafael Maya


Ciudad lejana

"Ciudad, ciudad lejana, perdida en la aventura
De algún ensueño heroico. Te adoro a la distancia,
Y busco en el celoso confín, con vana instancia,
Tus torres que se yerguen venciendo la llanura.

¡Si penetrar pudiera de nuevo en la frescura
de tus herbosas calles henchidas de fragancia
colonial! ¡si pudiera los sueños de la infancia
juntar en tu regazo cual flores de ternura!

¡Vieja ciudad que olvidas al hijo desterrado!
Tú guardas unos ojos de cuyo fondo viste
Borrarse la leyenda de oro de mi pasado.

Rescátame un recuerdo no más, Canán lejana
Que huyes del horizonte cuando te busca el triste
Y surges más remota y azul cada mañana."

Rafael Maya


La espina

De todo cuanto he sido: 
del hombre universal que he ambicionado realizar,
vanamente, prolongando hacia los cuatro lados de la vida 
todas las ramas de mi ser, y, a veces, 
dando, en sólo una flor, toda la fuerza, 
y toda la virtud en un perfume. 
De todo cuanto he sido: 
del rey ilusionado 
-corona de papel, cetro de caña- 
que he fingido encarnar, entre las gentes, 
sin otro reino que la dura piedra 
donde he puesto los pies, ni otro ejercicio 
que el callado y constante de las lágrimas; 
del mendigo azaroso 
que otras veces he sido, recatando 
entre guiñapos, la perfecta gloria 
de haber robado mi caudal de estrellas 
en alta noche y en cualquier arroyo; 
De todo cuanto he sido: 
del constructor de nubes, 
del fabricante de palacios de humo 
que en el desierto alzó torres y cúpulas, 
y ha llenado la selva de balcones; 
del que sacó las bestias mitológicas 
de la dorada cárcel de la fábula 
para hacerlas danzar en el tablado; 
del bufón y del príncipe 
que he sabido llevar, bajo mi capa, 
para sorpresa del pesado vulgo; 
De todo cuanto he sido: 
del viajero que lleva los caminos 
y ríos de la tierra, paralelos 
al curso de sus venas, y del manso 
observador de los tizones rojos 
que calientan la cara del invierno, 
y descongelan, en el libro amigo 
la perezosa flor de la metáfora. 
De todo cuanto he sido: 
del ambiguo flautista 
que amenizó los inmortales diálogos 
de otro tiempo, y del músico ruidoso
que restalla sus cobres en la plaza 
para que se encabriten los corceles; 
del cantor gemebundo 
que hace pasar la luna por las cuerdas 
de su instrumento, en el perdido barrio, 
y del loco que grita 
su razón contra el cielo, y se golpea 
imaginariamente con los astros; 
D de todo cuanto he sido 
no conservo ni el hábito ni el cetro, 
ni el anillo, ni el látigo, 
ni la canción siquiera, 
ni ese ligero rastro de ceniza 
que deja todo ser, si arde o si muere, 
ni una letra perdida en una página, 
ni una palabra en el espacio errante, 
ni un grito entre la noche. ¡Nada! ¡Nada! 
De todo cuanto he sido 
me queda únicamente,
larga, inflexible y empapada en sangre, 
esta bárbara espina, 
única realidad que sustentaba 
la apariencia de todos mis disfraces

Rafael Maya


Seremos tristes

"Oye, seremos tristes, dulce señora mía.
Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.
Tristes como ese valle que a oscurecerse empieza,
tristes como el crepúsculo de una estación tardía.

Tendrá nuestra tristeza un poco de ufanía
no más, como ese leve carmín de tu belleza,
y juntos lloraremos, sin lágrimas, la alteza
de sueños que matamos estérilmente un día.

Oye, seremos tristes, con la tristeza vaga
de los parques lejanos, de las muertas ciudades,
de los puertos nocturnos cuyo faro se apaga.

Y así, bajo el otoño, tranquilamente unidos,
tú vivirás de nuevo tus viejas vanidades
y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos."

Rafael Maya



"Eres una canción. Aire ligero
cernido entre las flores y los nidos.
Duermen bajo tus pies campos floridos,
y es tu melena un río verdadero.

Comienza en ti mi vida. Eres mi enero
que asoma en horizontes presentidos;
mi comarca de ríos conocidos,
mi alta constelación de marinero.

Por mis manos te vas como una brisa;
envuelves un jardín en un suspiro,
y se abren mariposas en tu risa.

Eres la sombra toda, eres la lumbre,
y yo, elevado el corazón, te aspiro
como el viento que viene de una cumbre."

Rafael Maya



Volver a verte

Volver a verte no era sólo
un ligero y constante empeño,
sino anudar, dentro del alma,
un hilo roto del ensueño.

Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena y sin embargo
seguir creyendo que eras mía.

Volver a verte era el milagro
de una dulce convalescencia
cuando todo, el alma desnuda,
vuelve más bello de la ausencia.

Volver a verte, tras la noche
impenetrable del abismo,
era hallar en tus ojos una
imagen vieja de mí mismo.
Y encontrar, en el hondo pasado,
días más bellos y mejores,
como esa carta en cuyos pliegues
se conservan algunas flores.

Volver a verte era mostrarme
la pena que está congelada,
como bruma de tarde hermosa,
en el azul de tu mirada.

Y, ya lo ves, del largo viaje
regreso más puro y más fuerte,
porque dormí toda una noche
en las rodillas de la muerte.

Porque yo miraba en tus ojos
un cielo de cosas pasadas,
como en el agua de las grutas
se ven ciudades encantadas.

Y porque vi tu clara imagen,
entre un nimbo de luz serena,
como jamás, a ojos mortales,
se apareció visión terrena.

Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena, y sin embargo,
seguir creyendo que eras mía.

Rafael Maya






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