Casi de noche

"Es casi de noche.
Mujeres de diferentes edades esperan la llegada de quienes han de llevarlas. Mientras esperan, le hablan a las piedras con ojos que soportan la viudez de los días. Las he visto toda mi vida. Lejos de las piedras, junto al mar. Cuando se alquilaban casetas listadas, se llevaba la comida y las silletas de tijera para la arena, los niños aprendiendo a nadar en el mar, alejados de ellas, siendo solo sus puntitos dorados, apareciendo entre mareas. Los he visto toda mi vida. Llegaban al amanecer y se iban al final de la tarde, sacudiendo los pies en la arena. Rostros ajados por el sol que hoy convergen hasta la mudez de las piedras. Las veo y me alejo: esta calle está demasiado alejada del mar.
Está oscuro. Las luces de los semáforos alumbran la explanada. La ciudad es una floresta en la que cada hombre sirve de modelo a la delgadez de las enredaderas. Lentos, marchan por la avenida, cuerpos de vid quemada por el claro de luna de enero. Ningún movimiento es desencadenado por el viento, ni un solo gesto: solo ramas tiradas a lo largo del abrigo negro de estos días fríos. No son mujeres hablándoles a las piedras. Son los hombres para los que tener todavía rostro es una irregularidad que en breve será suprimida. Una individualidad que concluye en la divergencia entre el caminar recto y el caminar por dentro. Los veo andando avenida arriba, y sus sombras huyendo avenida abajo, atravesándolos como parte de un pasado al que no niegan regresar. Cada uno por separado, dividido, dos “yoes” caminantes, paseando por las calles en opuestas direcciones, sin que alguien sepa, verdaderamente, hasta dónde puede regresarse. 
​Volver sólo es posible hasta cierto punto. Se vuelve y se vuelve a la posibilidad de lo posible, y lo que no es posible, volver a la forma original, embrionaria del vientre materno, se mantiene en la línea cuestionable de este horizonte que los brazos podados de las enredaderas ya no podrán alcanzar. Lo que les queda es esto: el metafórico cuerpo de una idea que apenas existe como manera de decir: “es de noche ya desde hace mucho”."

Beatriz Hierro Lopes


Furia

"Tengo por regla esta apocalíptica forma de ser piedra en suelo mojado; y no me molestan en nada los pies de los otros, las rodillas las manos los rostros de los otros cuando casualmente resbalan en mí. Tengo una ciudad en cada pierna y en cada muslo el tráfico, la espera, la ira del taxista y una mano zurcida abusando la parada violenta que increpa desprecio a máxima velocidad. Tengo por pecho la plaza donde hombres y mujeres circulan y sé de memoria cada gesto sólo por la vanidad de decir: yo soy todo.
El todo tomando café, saliendo y entrando, indiferente a la calle que desemboca en mi lengua, ignorante de este registro diario que me ordena el ademán al negarle fuego a un desconocido. Niego, lo niego todo; y hay campanadas que suenan a mi espalda, santos de mirar opaco a los que sólo mi mirada les da brillo, hombres cotidianos que olvidan besos en cada ventana, sin saber que son mías la persianas que les devuelven esta impalpable forma de ser torrente de piedra: tempestad de granito. Golpeando furias contra abrigos negros, manos quietas y ese cabello oscuro buscando protegerse del frío.
No poseo sismo alguno, contingencia esporádica de la tierra en cuanto gime desamores al rocío de un cielo suspendido. Y, si me preguntaras quien soy, hacia donde voy, te diría: soy Otoño, Invierno camuflado de vana promesa, de vana incertidumbre, voy hacia el tiempo que es la contabilidad de la caída de las hojas. Soy como el tiempo de las tormentas, y si tengo como lengua un rayo despedazando las nubes, no esperes otra cosa que la certeza de que haré un día en plena noche, la forma más perfecta de romper el silencio."

Beatriz Hierro Lopes
Traducción: Mijail Lamas



Ojos

"Hablar tan bajo que nadie oiga, escribir tan minúsculo que nadie lea, tanto vaciar ojos y oídos hasta que me hallen desaparecida en el suelo que piso. Mi ausente yo comprando casas de porcelana para mi madre. Coleccionamos casas, pájaros enmarcados y budas mendicantes, que nos miran más allá de la panzuda ternura de un candelabro de latón dorado al que madre pasa lustre cada lunes. Ni tenemos casas ni alas. El Niño Jesús cojea y duerme en la almohadita de terciopelo rosado que le dejaron para hacer conjunto, en vez del cesto de pajas. No descansa, nos mira con ojos de vidrio pintado bien abiertos; nunca pude tener canicas, pues los adultos tenían miedo de que las engullera; pero yo no me tragaría los ojos de un Niño lastimado. Golpea en la noche mi alma y es posible que se la haya cambiado por ojos vidriosos a un Cristo de dos piernas. Gemir tan bajo que todos lo oigan, hablar tan silenciosamente que nadie pueda dormir, respirar tan lentamente que hasta los santos se despierten y los ángeles huyan de los cielos. ¿Qué otra forma tengo de recrear tu soledad en la mía?"

Beatriz Hierro Lopes





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