El adiós

"Lucero misterioso del amor
que brillas entre nubes escondidos,
al fulgor de tus rayos he sentido
tembloroso mi pecho palpitar.

¡Voy a partir! El dedo del destino
me señala, quizás en lontananza.
un remoto sendero de esperanza
que conduzca a las gradas de tu altar.

Voy a buscar en medio de la guerra
entre el humo sangriento del combate
una bala piadosa que me mate
o algún rayo de luz para mi sien;

un rayo que alumbrando mi existencia
me permita llegar hasta tu lado
de triunfales laureles coronados
para ponerlos todos a tus pies.

Cuando suene el clarín de la batalla
bastará, Clementina, tu memoria,
para lanzarme en pos de la victoria
con altivo y osado corazón;

y si el plomo enemigo me derriba,
tu nombre solo, fúlgido lucero
brotará de los labios del guerrero
como el postrero y eternal adiós.

Mil veces por dichoso me daría
si el tomar el fusil en la matanza
una sola palabra de esperanza
pudiera de tus labios arrancar;

y si caigo y derramas una lágrima
por la memoria pálida del muerto,
las arenas candecentes del desierto
con moverse mis restos sentirán.

Cuando bese las brisas tus mejillas
y jugando en tu rubia cabellera,
a tu oído murmuraré placentera
vagas frases y voces y de amor;

entonces ¡ay¡ recuerda que te adora
más que a su vida un mísero
que deja al separarse de tu lado
en estas líneas su postrer adiós."

Rafael Segundo Torreblanca Dolarea












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