Elegía de las rosas

"¿Qué pasará de noche...? No hay mañana
que no tenga el jardín rosas difuntas...
Sobre estas cosas, cariñosa hermana,
¿por qué a Nuestro Señor no le preguntas?

Pasemos esta noche en la ventana,
los ojos fijos y las manos juntas,
para saber, mañana de mañana,
por qué tiene el jardín rosas difuntas.

Y velamos... Las doce, y, luego, la una,
y nada... A flor de soledad la luna,
en paz lo muerto y en quietud lo vivo...

Mas al prendernos Dios la luz del día,
la última rosa blanca en agonía
y las otras ya muertas... sin motivo..."

Remigio Romero y Cordero


Elegía a Gardel

La nave migratoria del tango y sus donaires
naufragó en el llameo de un mar de gasolina,
por eso es que en los barrios de allá, de Buenos Aires,
está llorando a gritos la Nación Argentina.

El tuvo en la garganta cincuenta ruiseñores,
sabía la amargura milonguera del hampa;
Gardel era guitarra para decir amores,
tal como Santos Vega, payador de la pampa.

El era un bandoneón, gemebundo en el ruego,
sensual en el gemido, rojo como candela;
él parecía un verso de Evaristo Carriego:
arrabal y milonga que la vida encurdela.

Su lenocinio de arte fue como corte féerica
y dejó en el espasmo de las noches vesánicas,
al encender a Londres con lujuria de América,
tangueando las caderas de las Islas Británicas.

Europa la antañona, la vampiresa Europea,
del suramericano se declaró querida
y con el extranjero bebió en la misma copa,
como cualquier curdela que pasa por Florida.

Bebió Gardel, es claro, bebió... Después el pillo
le convido al suburbio y ella aceptó en buena hora,
a modo de pobreta que deja el conventillo
y marcha de Corrientes a Lomas de Zamora.

La tierra de los yanquis, indo-saxo-negroide,
le miró en Hollywood realizar el poema
de grabar en el alma fría del celuloide
el tango de la vida y el tango del cinema.

Al arte nativista, Gardel nunca hizo truco
De su música autóctona fue dueña su garganta
y dejó que el bambuco sonara cual bambuco
y que fuera el pasillo maravilla quiteña...

Dejó que Yaraví, cuando el Sanjuan incuba,
fuera el alma de un pueblo vernáculo y sincero.
Al Ecuador, sus quenas, sus goajiras a Cuba,
y a todos el danzón, la jota y el tanguero...

Gardel, pobre Gardel: ya terminó la farra
de tu vida en el tango que bailan los difuntos;
más, tuviste la dicha de tener tu guitarra
debajo de tu brazo, para quemarse juntos.

Gardel, pobre Gardel las llamas asesinas
no quemaron un cacho de tu pañuelo pulcro;
estabas bien asado, pero con esterlinas
como para pagar tu pasaje al sepulcro.

La nave migratoria del tango y sus donaires,
tu lenocinio de arte mató tu corte féerica;
mas va por los trasbarrios de tu gran Buenos Aires,
llorando, como viuda de ti, toda la América.

¡Descansa en paz, Gardel, ruiseñor argentino,
Plutón que te reciba de gala, como es de uso,
y te pongo donde andan Rodolfo Valentino
y aquel tu buen hermano que se llamó Caruso!

¡Descansa en paz, Gardel, que tu ceniza fina,
apagada en un poco de tierra colombiana,
toma con ambas manos la Nación Argentina
y la esparce por toda la tierra americana!

Remigio Romero y Cordero














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