“En la antigua Nippur un sacerdote de unos cuarenta años, alto y delgado, vestido con una simple túnica, me conduce a la cámara del tesoro del templo, la que se halla situada en la parte suroriental del santuario. Penetramos en un recinto sin ventanas y de cielo muy bajo, en el que hay un cofre de madera. El suelo se muestra tapizado de fragmentos de ágata y lapislázuli. El sacerdote me dice entonces: "Los dos fragmentos que mencionas separadamente en tu artículo, en las páginas 22 y 26, configuran un todo. No se trata de sortijas, pues su historia es la siguiente. Un día el rey Kurigalzu envió al templo de Baal, junto con otros objetos de ágata y lapislázuli, un cilindro votivo de ágata que llevaba una inscripción. Entonces se nos dio la orden perentoria de fabricar un par de aretes de ágata para la estatua del dios Ninib. Nos vimos en gran aprieto, ya que no teníamos piedra ágata en bruto a nuestra disposición. Para obedecer la orden recibida hubimos de resignarnos a partir el cilindro votivo en tres partes, cada una de las cuales ostentaba la forma de una sortija e incluía una parte de la inscripción del cilindro. Los dos primeros anillos sirvieron como aretes para la estatua del dios. Los dos trozos de ágata que tanto trabajo te han dado son sus fragmentos. Si los reúnes verás confirmadas mis palabras. Los arqueólogos jamás han encontrado el tercer anillo y nunca lo encontrarán." No bien hubo pronunciado estas palabras, el sacerdote desapareció. Me desperté. Para no olvidar este sueño, se lo conté inmediatamente a mi mujer.”

Hermann Volrath Hilprecht
En un sueño que tuvo


"¡Es cierto, es cierto!"

Herman V. Hilprecht
Tomada del libro Grandes misterios de la arqueología de Jesús Callejo, página 14



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