En el cielo crecido de fulgor

En el cielo crecido de fulgor
agrio de noches que comí
recordé la vez que mamá me sacó como pedazo arrancado de su carne
recordé un día esa noche que no podía salir de su carne magullada
sucia como casa que no alquiló nunca la alegría
condenada estuvo de mí a tenerme
condenada
y abuela carito dicen que la consolaba con emplastos
con lluvias que hizo caer para que mamá no llorara mi desgracia más
tía Yolanda y tío Jorge se hermanaron
dicen
tío Jorge sudó fuegos que ya se marchitaron por sacarme
lo que pasa es que yo no quería salir de ahí
estaba bien ahí mamando de su sangre
alimentando mi gloria pequeñita
ahora tío Jorge maldice mi existir
maldice mi escribir poemas a tu rostro
me maldice
y tía Yolanda se quedó callada como muerta
que aún es peor
y cuando salí por fin de esa iglesia
que parecía una mar llena de veleros
pececitos
peñas o peñascos o como se diga
vi a papá llorando como niño
del que dios no se acordó
lo vi tirado como caballo viejo
llorando porque el señor docto
le dijo esta criatura mejor debió morir
eso le dijeron los doctores matadores a papá que lloraba
si tú lo hubieras visto como yo lo vi
mujer
te hubieras también llenado de amargura
un charco de amargura se hubiera
clavado como palo en lo tierno de tu amor
eso dijeron los doctores
los doctores dicen cosas que ellos nunca entienden.
hablan de la muerte riendo como señoritas
y fuman luego en los pasillos mientras papá llora mi desgracia
abuela carito dice que tenía una cabeza
y luego otra cabeza encima de la cabeza que tenía
pero eso no fue lo peor
lo peor fue cuando vieron que me salían luciérnagas de los ojos
palomas que levantaron del suelo a papá
a volar a volar le decían las palomas que me salían de los ojos
la madre Lupe lo supo la noche que subió las escaleras
y vio mis manos grandes
no se sabe todavía si eran manos
o vientos que me empezaron a crecer
o pájaros que croaban o ranas que piaban tu rostro
hecho de luces caídas como lluvia
la noche que la madre Lupe vio mis manos
estaba la lluvia arreciada
yo sólo recuerdo que me subían pedazos de tu ser
maderos que tenían tu nombre
y papá se amarraba como soga de barco
grande a su esperanza
veía en mis ojos porvenires
veía senderos en mis pies
o caminos anchos como mujeres gordas
era entonces que papá se alegraba un poco
y dejaba de llorar
era entonces que abrazó a mamá
cuando la madre Lupe dejó caer como piedra su presagio
no recuerdo qué presagio dejó caer la madre Lupe en mi raíz
sólo recuerdo que tu rostro se llenaba de calles que caminaría
o ciudades o países donde ahora estoy anclado
empolvado de distancia
quemado como ese día que los doctores matadores
viendo cómo volaba papá
temieron mi vivir.

Janet Frame



"Exploro tierra agreste. No tengo un teodolito.
Soy una colonizadora extranjera.
No he pagado por mis tierras
No se cómo cultivarlas.
¿Por qué me obstino tanto en escribir poesía?"

Janet Frame


"Las seis semanas que pasé en el hospital Seacliff en un mundo que nunca hubiera pensado que pudiera existir, fueron para mí un curso condensado de los horrores de la locura. Desde mis primeros momentos allí, supe que no podría volver a mi vida normal ni olvidar lo que vi. Muchos pacientes confinados en otros pabellones no tenían nombre, solo apodo; sin pasado, sin futuro, solo un Ahora encarcelado; una eterna tierra del presente, sin horizontes que la acompañen."

Janet Frame
Un ángel en mi mesa



Lluvia sobre el tejado

Mi sobrino, que dormía en la habitación del sótano,
ha puesto una laminilla de hierro afuera de su ventana
para recuperar el sonido de la lluvia que caía sobre el tejado.

No se lo digo, pero el corazón encuentra en su desgracia
su propio consuelo.
Una hoja de hierro repara un tejado solamente.
Indemne, hasta ahora, de las heridas que la mudanza
y la diferencia nunca muestran,
mi sobrino puede reparar todavía los daños
para volver a traer el amoroso sonido de aquella lluvia
que conoció en la infancia.

Ni digo —en las pérdidas de la vida una laminilla
de hierro es una carga— que un día encontrará dentro de sí,
bajo una plena oscuridad y silencio,
el hierro que sostendrá no solamente el sonido
perdido de la lluvia, sino también el sol,
el rumor de los muertos
y todo aquello que jamás volverá.

Janet Frame
Traducción: Rogelio Guedea


Los cuervos

Temprano en la mañana el pasto es una espiral de azul humeante.
Las sombras jorobadas se derriten. La cera oscura
escurre del cielo y yace al pie de los árboles
absorbiendo la cálida impresión del sol.
La cosecha es luz. El invierno, rata que invade
el silo, roerá la semilla dorada.

Imagino que el fervor de las hojas por vivir
ha transformado a muchas mariposas y palomillas color paja
firmando aún su condena con su pasión por la luz,
aleteando como quienes enterrados en vida buscan salir de la tumba.

Los cuervos se ahogan con su propio graznido salvaje.

Janet Frame, de nombre completo Janet Paterson Frame 


Si lo tuyo no es escribir sobre las personas

Si lo tuyo no es escribir sobre las personas, decía él,
quédate con los lugares, despídete de las novelas,
prueba escribir poemas. En los poemas, ¿sabes?
caben mejor los paisajes y las marinas; unas cuentas flores,
tal vez un jardín, una casa —muchas casas de dónde escoger.
Lee las páginas de bienes-raíces en tu periódico –vista inmejorable–
de ensueño –en ¿sueño?– chimenea portátil, entrada exclusiva,
vista al mar, ideal para casa principal; bellos jardines, alta
plusvalía; cercana a colegios, comercios, iglesias…
olvídate de las personas; nadie tiene que vivir en la casa o la calle o el
campo o la ciudad, crea un país vacío.
¿Ves lo que trato de explicarte? los poemas se ven bien sin las personas.
Dedica tu odio al cielo, al mar, al clima, a los árboles:
con eso será suficiente.

Quiero decir, ¿Cómo puedes escribir una novela sin personas?
Todos los él y ella, los ires y venires, los haceres
y pesares y asombros, “lágrimas y risas, amor y deseo y odio”
a través del “acceso posterior” –una “puerta trasera, una puerta privada, cualquier puerta
o reja distinta a la entrada principal”– Diccionario Oxford. Una forma de escape, un refugio.

Janet Frame
De Huesos de Jilguero (Universidad Veracruzana, 2015)
Traducciones de Irene Artigas, Lorena Saucedo y Paula Busseniers


Soy invisible

Soy invisible.
Siempre he sido invisible
como la pobreza en un país rico,
como los ricos en sus cuartos velados de sus casas con muchos cuartos,
como las pulgas, los piojos, como lo que crece bajo la tierra,
los mundos más allá del cielo, el viento, el tiempo, las ideas –
el catálogo de invisibilidad es inagotable,
y, eso dicen, no es buena poesía.

Como las decisiones.
Como cualquier otra parte.
Como las instituciones alejadas del camino llamado Scenic Drive.

No más símiles. Soy invisible.
En un mundo poblado por gente de visión binocular después de todo soy parte de la mayoría
mientras que tú y yo caminamos con nuestra lunita creciente de visión en nuestra oscuridad personal
a través de un mundo en el que las decisiones de ser y no ser
se encuentran controladas por la luz
asistidas por las lágrimas y el sueño de la desatención o la muerte.

Soy invisible.
Los amantes atraviesan mi vida para tocarse entre sí,
la lluvia que cae en mí me traspasa como sangre sobre la tierra.
Ninguna cabeza me incluye como conocimiento.
Otorgo libertad a quienes bailan,
a decir la verdad.
Así es. No hay nadie aquí para observar ni escuchar disimuladamente,

y entonces aprendo más de lo que tengo derecho a saber.

Janet Frame







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