“La gente necesita reencontrarse con la voz viva.”

Alexis Díaz Pimienta


"La oscuridad, el mar, el silencio, la lejanía a todo, la cercanía a todo, ellos mismos: el miedo. De vez en cuando estiraban las piernas, las entrechocaban, y Lorenzo al Cubo encendía la linterna otra vez, sin querer, nervioso. Pero ya a estas alturas los otros solamente intentaban calmarlo, comenzaban a sisearle, sst, ssst, sssst, porque el fino haz de luz seguía sonando como una palabrota, como un grito delator en alta mar. A medida que se alejaban de la costa sus actitudes iban cambiando, apenas respiraban, temían moverse y hacer zozobrar la balsa, hablaban poco y bajo, como si temieran que hubiera alguien escuchando tras la oscura pared del aire.
No veían nada. Lorenzo había dejado, al fin, de encender la linterna y ahora los cuatro parecían ciegos. Sentían sus cuerpos, sus ropas, la balsa, el mar, pero no los veían. Como precaución –una de esas ideas brillantes tan caras a Lorenzo Lorenzo Lorenzo, el gran Lorenzo al Cubo– todos se habían vestido de negro, especial camuflaje para esta travesía de una noche sin luna. Su ropa era negra, el mar era negro, la balsa era negra, el cielo era negro, el miedo era negro; atrás la costa negra, delante el océano infinitamente negro; noche sin luna, noche negra de ciegos tanteándose en medio de la negritud, ciegos de nueva adquisición, ciegos inhábiles y torpes, brazos que reman alocadamente, piernas que chocan y golpean, linterna que se enciende otra vez sin propósito. Es el miedo. Es el quinto balsero, al que ninguno de ellos logra ver: el miedo. Pero el miedo sí ve, él es nictálope y campea por toda la balsa. Si la balsa zozobra es que el miedo se mueve, salta, cambia de sitio. Enildo lo sabe. Y para evitarlo mira al cielo, se esconde de sí mismo en las estrellas."

Alexis Díaz-Pimienta
Prisionero del agua



La tristeza

La tristeza es de piedra,
música sólida cayendo sobre el pecho,
inoportuna brizna bajo el párpado.

La tristeza, si llega,
no aceptará negociar un minuto,
no respetará los teléfonos
ni las alacenas.

De nada servirá desnudar hembras,
romper vasos,
mirar la luna hasta que críe nuevos cráteres.
De nada valdrá mirar revistas
o aceptar una lluvia hipotética.

La tristeza es de piedra,
música sólida cayendo
y destrozando.

II

Nada se sabe sobre la distancia.
Inútiles ventanas, inútiles teléfonos,
pobres nubes.

Siempre se habla sobre la lejanía,
sobre la ausencia, sobre la nostalgia;
se habla,
se canta,
se escribe,
se sueña,
pero nada se ha dicho sobre la distancia.

A no ser ese humillo que sube de los ceniceros.
A no ser ese olor que, inesperadamente,
entra por los balcones.
A no ser esta música desgraciada en el pecho.

Alexis Díaz Pimienta



"Lloro mucho, a veces cuando veo películas, pero la última vez que lloré fue con la muerte de mi hermano Marcelo, el repentista que de niño que cantaba conmigo y que el año pasado falleció."

Alexis Díaz Pimienta


Poema viudo

El viudo almuerza solo, oye la radio,
no quita los zapatos del medio de la sala.
El viudo entorna las ventanas del cuarto
y desempolva velas, cartas, timbres,
lágrimas de sexo indefinido.

Y una sola bombilla en el rincón.
Una sola bombilla y una foto.
Una sola bombilla y el silencio.
Una sola bombilla y el reloj.
Una sola bombilla.
Como un triste ultimátum.

El viudo almuerza solo
sin gusto y sin premura
sin mujer sabatina que le destienda
la palabra espérame.

Los gorriones le han comido los ojos
como a una estatua antigua,
y se ha sentido listo para la sopa ciega,
maduramente solitario.
(Los gorriones siempre sobreviven
a la soledad, son Ella;
lo último que un hombre ve al morir
es un gorrión silbando.)

El viudo almuerza solo
carcomido de remordimientos.
Los vecinos lo esperan en el bar más próximo
para arroparlo como todas las tardes,
sin saber que no existe,
que no le gustan sus corbatas azules,
sus barajas, sus copas,
que no soporta
la paz de los que viven sin un sótano.

Tal vez por eso se mudó al balcón,
donde el otoño exhibe sus colores más tristes
y los carteros se refugian  de la lluvia.

Cada calle por donde pasa el viudo
está enferma de celosías y verjas estridentes,
desprotegida ante su propia reserva
de inminentes cadáveres.
Calles manchadas de humo, de migajas de pan,
de ladridos políglotas.
Calles con demasiada luz,
con demasiada música,
llovidas de postales y zambra de motores.

Y los políticos que no hacen nada,
y los mendigos que le piden los ojos,
y los adolescentes que se peinan,
y los choferes de ambulancia que ríen,
y los lectores de pintadas en los baños públicos,
y los ninfómanos de la felicidad,
y el tiempo.
Nada.

Los vecinos lo esperan con las copas repletas,
con las corbatas más azules que nunca,
oliendo a viernes frito,
tan felices.

Mas él prefiere almorzar solo
a la sombra de una bombilla triste,
verticalmente roto como el agua de un grifo.

Alexis Díaz Pimienta


Si un hombre...

Si un hombre a los cincuenta años
se enamora de una adolescente,
su pasión confirma la teoría de Einstein,
la filosofía de Kant, la angustia de Shopenhauer,
el teatro de Shakespeare, los zapatos de Chaplin
y la inocuidad de las puestas de sol.

Si una muchacha en plena adolescencia
se enamora de un hombre de cincuenta años,
su pasión confirma la teoría de Einstein,
la filosofía de Kant, la angustia de Shopenhauer,
el teatro de Shakespeare, los zapatos de Chaplin
y la inocuidad de los amaneceres.

Si se besan y caminan del brazo por la Habana,
ya lo habían advertido Einstein, Kant,
Shopenhauer, Shakespeare, Chaplin;
si se desnudan en un cuarto de hotel y son felices,
tenían razón los que han llorado en los crepúsculos.

Si, en fin, se aman, todas las otras parejas existentes
(matrimonios legales y metálicos,
amantes hotélomanos,
novios castos o impúdicos, simples enamorados,
pretendientes de todos los tiempos y lugares)
han sido y son simple coincidencia,
literalmente, simple coincidencia.

Alexis Díaz Pimienta
En Almería casi nunca llueve



"Sólo la lluvia regresa las hojas
que se desprenden.
Mujer-árbol, en ti prenden
mis injertos de tristeza."

Alexis Díaz Pimienta


Sombras de la ciudad

Yo vi a Chaplin.
iba triste,
con los zapatos descalzos.
(El tiempo inventa cadalsos
pero Charlot los resiste.)
Iba por Galiano
(existe
siempre una vieja Calzada
oscura para que nada
ni nadie nos reconozca).
Era Chaplin…
Vi una mosca
lanzándole una patada.

Medianoche. Ni un transeúnte.
Chaplin a pie…
(no pregunte
nadie si era su jimagua).
Chaplin entrándole agua
por los zapatos heridos.
Sus párpados aburridos
de silencio y soledad.
Lloviznaba. La cuidad
era una tumba de oídos.
El viento entre toma y toma
le zarandeaba el sombrero.
Se lo caló hizo un puchero
no entendió que era una broma.
Vi su bastón:
larga y roma
lágrima para el camino.
Vi su bigote anadino.
Era Chaplin… Iba triste.
Era Chaplin…Era un chiste
que se aburrió muerto y vino.

Siempre su paso inexacto.
Siempre husmeando una vidriera
en busca de una florera
que mirara con el tacto.
-Hello, Charles!…
(En el acto
sentí un frío cosquilleante).
-Hello!- volví. Y al instante
se detuvo se volteó.
Me acerqué a verlo…
Era yo.
Y Charles Chaplin delante.

Alexis Díaz Pimienta


"Yo nací dentro de la décima, si se puede decir, porque mi padre era decimista-repentista y en mi casa se juntaban los improvisadores a conversar, a hacer ‘canturías’ desde que nací. A los cinco años empecé a improvisar. No sabía leer ni escribir, no había ido a la escuela y ya improvisaba décimas."

Alexis Díaz Pimienta








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