"Resplandeció en el reino celeste
la eterna y noble ciudad de Jerusalén,
que es la más alta madre de todos nosotros.
El Rey eterno la ha creado para los buenos
como la digna patria
donde, felices y sin males,
ellos se regocijan sin fin.
Sus numerosas casas están
cercadas por vastas murallas,
pues cada uno recibe su morada
que corresponde a sus acciones.
Pero, a cambio, se le favorece
con una recompensa común,
el amor único
que los acoge en esos muros sagrados."

Himno anónimo del siglo IX
Tomada del libro El mensaje de los constructores de catedrales de Christian Jacq & François Brunier, página 179

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