Ángel

Sobre mi mesa de trabajo, zumbador y engreído
(aunque no mucho más grande que un colibrí),
envuelto en finas telas, escuela de Van Eyck,
planea un visitante ciertamente seráfico.
Asoma un dedo índice por la ventana
apuntando al invierno que codicia su corazón,
al vacío del vidrio, al empañado
aliento de las casas y la gente que vuelve a sus hogares,
huyendo del sol gélido que golpea el océano;
mientras que con la otra mano
señala el piano de pared
donde la Sarabande nº 1 sigue abierta
por un pasaje que nunca lograré dominar
pero que ya ha logrado, y sin esfuerzo, dominarme.
Tiene caída la mandíbula, como si dijera, o cantara,
«Entre el mundo hecho por Dios
y esta música de Satie,
apenas vislumbrados tras sus velos, pero íntegros,
radiantes y surgidos por un acto de voluntad,
exigiendo alabanza y exigiendo sometimiento,
¿cómo puedes estar sentado ahí con tu libreta?
¿Qué crees que estás haciendo?».
Sin embargo, no dice nada… sabiamente; pues yo podría mencionar
errores en el mundo de Dios o de Satie; y, si vamos al caso,
¿cómo llegó a adquirir su gusto por Satie?
Un poco para fastidiarle vuelvo a mi página,
salpicada de frases como grumos…
El ángel diminuto menea la cabeza.
No hay sonrisa en su rostro lampiño y ovalado.
Ni siquiera soporta que haya escrito estos versos.

James Merrill


El kimono

Al regresar del callejón de los amantes
mi cabello estaba blanco como la nieve.
Alegría, incomprensión, dolor
habían pasado por mi vida como las estaciones.
De cómo llegué a casa
medio muerto y helado, tal vez lo sepas.

Ocultas una sonrisa y citas un texto:
Los deseos insatisfechos
persisten de una vida a la siguiente.
Hace tiempo nos apartamos de los hogares
que nos acogieron, hace tiempo eran marcas
sobre un plano de “orgullo abrasador”.

Tiempo sin cordura, el brillo de la burbuja
sobre el nivel carbonizado anuncia
la vuelta de abril. Un fulgor repentino…
Sigue hablando mientras me convierto en
el diseño de un arroyo
bordeado por juncos blancos sobre azul.

James Merrill
Traducción de Jeannette L. Clariond



"El libro de ciencia más simple está por encima de mi cabeza."

James Merrill



El vaso roto

Decir que alguna vez contuvo margaritas y campánulas
     Es ignorar, si no otra cosa,
     Su indeleble resplandor que, estrellado contra el piso,
     Yace en añicos, como si acogiera la luz,
     De verdes hojas orladas, su resplandor siempre deshecho,
     Su vidriada integridad esparcida en todas partes;
     Espectros, liberados hablarán
     De un florecer más frío donde roto quedó el frío cristal.

Astillas se desplomaron de la plenitud al caos
     Aun así retiene cada arista
     La nota opalina de la imperfección
     Cuyos rayos, aunque en desorden, emitirán
     Más de una red de ángulos de luz 
     Cuando al anochecer apunten hacia intactas direcciones
     Y tracen en la estancia
     Las posibilidades del fuego y su aceptación.

Las generosas curvas de vidriado artificio
      Dan fe de su pureza
     En unidades lúcidas. Libre de éstas,
     Como el amor triunfa sobre la irrelevancia
     Y construye armonía en disonancias
     Y de algún modo vive entre nosotros roto, como si
     El tiempo fuera un vaso roto 
     Y nuestra última alegría asumir que no se puede remediar.

Las astillas, iridiscente ruina en el suelo,
     Cortan estructuras en el aire,
     Delimitan, ojos o brújulas, un rostro
     De matemática fijeza, reflector
     Bajo cuyos límites podemos acomodar
     Todas las soledades del amor, espacio para el rostro del amor,
     Los proyectos del amor verdes de hojas,
     Los monumentos del amor como lápidas en nuestras vidas. -

James Merrill
Este poema forma parte del libro La escuela de Wallace Stevens: Una
antología de la poesía estadounidense contemporánea, con textos introductorios de Harold Bloom, selección y traducción de los poemas por Jeannette L. Clariond



El rompecabezas no es un enigma

Una mesa de juego en la biblioteca está lista
para recibir el rompecabezas que se mantiene sin llegar nunca.
Brilla la luz del día o la luz de la lámpara
Llena de insatisfacción, la vida continúa.
Espejismo surgido de las arenas que gotean en el tiempo
O han caído poco a poco en su lugar
Lección de alemán, picnic, subibaja, caminar
Con el collie que hizo de todo menos hablar
Ganancias inesperadas agrias de la huerta de atrás
Un verano sin padres es el rompecabezas
O debería serlo. Pero el chico, día tras día,
Escribe en su línea del día Ningún enigma.

Cuando el rompecabezas finalmente llega, después de días de espera, se describe en detalle:
Inesperadamente, como prometí, de una
Tienda de rompecabezas de alquiler de Nueva York llega el rompecabezas.
Uno superior, conteniendo un millar de aserradas
Piezas de aroma de sándalo, muchas toman
Formas conocidas ya, el repertorio del artesano,
Agradable en su limitación, de otros rompecabezas
Bruja en el palo de escoba, avestruz, reloj de arena.
Incluso (no es cierto que solo en retrospectiva)
Una idea, una palma inocentemente ramificada.

James Merrill


"En la vida, no hay afectos perfectos."

James Ingram Merrill 



La cura de uvas

Durante dos días aliméntate de agua. La tercera mañana
Bebe agua, y unos veinte minutos después
Come tus primeras uvas. En tantas semanas como necesites
Estarás curado. Lo que ocurre, simplemente,
Es que te purgas, y la inanición, no tuya sino de lo que
Se nutre de ti, cuelga de tu corazón como un cangrejo.
Los primeros días tienen cierto sabor: en una copa de huesos,
Miel silvestre, langostas, el almuerzo del grácil ermitaño,
Y porrones enfriándose entre paredes; el verbo
De Haendel en un estrellado desván haciendo sonar
La pregunta acerca de cuánto necesita uno,
Lo cual es una gran travesura para un hombre solemne.
Y el rubicundo coloso que te había custodiado
Se mueve hasta una columna sobre esas serpenteantes arenas
Donde su ausencia planta el esplendor arrancado
A ese lugar por tardíos visitantes. Y sólo entonces, perdida
Con la última ilusión de que cualquier cosa importa
Como una moneda falsa, sobrevienen tales languideces.
Que tironeado simultáneamente en dos sentidos por la distante estrella
Llamada Plenitud y el mondo planeta Menguante,
Tu cuerpo aprende cómo está encadenado al miedo.
Aprendes que necesitas una sola cosa que, comprimida
Contra tu paladar, todavía no es deleite, ni siquiera
La esperanza de eso. Tu cuerpo como una costa
Al anochecer, en cuyos malsanos bajíos, negros y mendigos
Vagando con sus guaridas a cuestas,
Arden como las ciudades de la antigüedad sorprendidas
Por una vez sin la pátina del tiempo;
Y en la marea alta, si bien atractivas, sospechosas aún,
Aduladas, pero (aunque sospechosas) apreciadas
Por temor de que todo fracase, de que cuando Handel cese
Las atentas bestias no se hayan apaciguado,
O de que, mañana por la mañana, cuando el sol
Cruce de un tranco las viñas, un hombre enfermo pretenda
De algún modo que de ese aire criselefantino
El oro no pueda ser compasión, ni el marfil caridad.

James Merrill


Perdido en la traducción

Para Richard Howard
Diese Tage, die leer dir scheinen
und wertlos für das All,
haben Wurzeln zwischen den Steinen
und trinken dort überall.*

En la biblioteca, una mesa de juego
espera preparada el rompecabezas que nunca llega.
La luz del día brilla o desde la lámpara desciende
sobre el tenso oasis de fieltro verde.
La vida sigue, llena de insatisfacción,
espejismo surgido del goteo de la arena del tiempo
o cae poco a poco en el lugar correcto:
lección de alemán, picnic, columpio, caminata
con el collie que ‘hacía de todo menos hablar’—
amargas frutas caídas del huerto detrás de nosotros.
Un verano sin padres es el rompecabezas,
o debería serlo. Pero el chico, día tras día,
escribe en su diario Ningún rompecabezas.

Al menos, está enamorado. Su Mademoiselle francesa,
una viuda en la vida real, después de Verdun,
es robusta, simple, pelirroja, devota.
Reza por él, mientras él hace de cura en Alsacia,
cose trajes para sus marionetas,
lo ayuda a mantenerse detrás de la escena
cuya chica-ganso iluminada de costado, hablando con su voz,
hace de Ginebra como también de la prostituta Jean.
o sino, a la hora de dormir, ella le cuenta, en la cama, abrazada a él
sus íntimas esperanzas francesas, sus miedos alemanes,
su —¿pero qué más hay para contar?
Habiendo conocido el dolor y la adversidad, Mademoiselle 
no sabe mucho más. Sus lenguas. Su hogar.
Café a mediodía. Correo. El reloj que también esperaba
clavado en su corazón, pobre oro, cede sus manecillas—
¡Ningún rompecabezas! Exhalando amargura
sus dulzuras provocan estallidos en la boca de él, traducida:
“Paciencia, chéri. Geduld, mein Schatz”
(Así, leyendo Valéry la otra tarde
y recordando, al parecer, la versión de “Palma” de Rilke*, 
ese paradigma iluminado por el sol mediante el cual el árbol
punza una dulce fuente de autoridad,
la hora regresó. Patience dans l’azur*. 
Geduld im… Himmelblau? Mademoiselle.) 

Caído del cielo, según lo prometido, de una tienda 
de alquiler de rompecabezas de Nueva York, llega
uno superior, que contiene mil piezas recortadas a mano,
con aroma a sándalo. Muchas adoptan
formas antes conocidas —repertorio del artesano
agradable en su limitación— de otros rompecabezas:
bruja montada en una escoba, avestruz, reloj de arena,
incluso (por cierto no sólo en retrospectiva)
una palmera minúscula ramificándose ingenuamente.
Estas se pueden dejar de lado, convertidas en historias,
mientras Mademoiselle extiende el resto boca arriba
emocionada como una niña; o pueden cuestionarse,
como caras desarticuladas en medio de la multitud,
cada una con su pedacito de evidencia de colores brillantes 
demostrando que la Ley debe ensamblar.
¿Avestruz azul cielo? Historia verosímil.
Capa malva de la bruja, ¿desmontados dedos blancos 
encajan? Detenedla. La trama se espesa
cuando dos piezas de pronto se unen. 

Mademoiselle traza las fronteras— (No muy rápido.
Un crespúsculo londinense, el último diciembre.
Charla silenciada en la biblioteca
este hombre maduro vuelve a entrar, vestido de gris.
Un médium. Todos, excepto él vieron 
el panel deslizarse, el hueco explorado,
un objeto exhibido, a la vez único 
y común, colocado en un simple cofre 
esmaltado, que el sujeto ahora examina 
con los ojos cerrados, diciendo, en efecto:
“Incluso cuando las voces me llegan imprecisas
un sonido seco de sierra las ahoga,
algunas máquinas chillonas — ¿un aserradero?
Cuesta arriba en el bosque de abetos
los árboles se elevan, tensos por el shock,
lamentándose y crujiendo mientras caen al suelo.
Pero aquí hay un fragmento de locura escondido
de un complejo patrón solo en apariencia.
Lo que muestra en apariencia es superficial
comparado con a ese laminado a largo plazo
de riesgo y artesanía, el karma que hizo
que tuviera importancia, en primer lugar.
Madera laminada. Pieza de un rompecabezas”. Aplauso
reconocida por abertura de tapas
sobre la cosa misma. Un repentino pavor:
pero de regresar. Todo esto instalado años antes.)

Mademoiselle traza las fronteras. Piezas de borde recto
se alinean con la tierra o el cielo
en dos y tres, ingenuos cosmogonistas
cuyas opiniones chocan. Mientras tanto, los nómades del interior 
se agrupan donde el tótem
de vibrante amarillo huevo, 
o de piel de cualquier animal emergente,
actúan en el desordenado grupo como un toque de trompeta
para formar una unidad más sof ‘isticada.
Para la hora de cenar, dos nubes de madera desiguales
se han formado. En una, un jeque con barba
y espada de brillante empuñadura (que aún no está terminado)
se presenta en una piel de tigre. ¡Una pieza
se cierra, y colmillos rechinan!
En la segunda nube —ellos miran de una nube a otra
marcados por una indescifrable sensación—
la mayor parte de una mujer de ojos oscuros velada en malva
es ayudada a bajar de su su camello (arrodillado)
por un pequeño y torpe esclavo o paje 
(Su hijo, piensa Mademoiselle erróneamente)
cuyos pies no han encontrado. Pero hallazgos afortunados
minutos antes de ir a la cama
anclan ambas partes en las fronteras de la escena.
Y, al hacerlo, las orientan
frente a frente en el abismo verde.
Las promesas amarillas, oh dicha,
llegadas a tiempo a la suntuosa tienda.

Comenzó el rompecabezas, escribo en el espacio diario.
Después, mientras se baña, espío la página 
de Mademoiselle para el cura “...cette innocente mère,
ce pauvre enfant, deviendront-ils?”
Su texto azul tiene arabescos como las piezas
del rompecabezas del que ella le contará.
(¡Aterrador desinterés infantil!
“Tu as l'accent allemande” dijo Dominique.
Por supuesto. Mademoiselle era francesa solo por matrimonio.
Hija de madre inglesa, remota 
descendiente del gran explorador Speke,
y padre prusiano. Nadie lo sabía. Lo escuché
más tarde, de su sobrino, un intérprete
de la ONU. Su pragmático relato 
tocaba fibras viejas. Mi pobre Mademoiselle,
con 1939 a punto de sacudir 
este mundo hasta los cimientos 
donde “cada uno era el enemigo, cada uno el amigo”, 
conservó su paz, aunque firmada con sangre, 
como un secreto vergonzoso hasta el final.)
"Schlaf wohl, chéri.” Su beso. Su pulgar
cruzando mi ceja en sentido contrario de los sueños por venir.

¿Este mundo que cambia como la arena, sus imprevistas
alianzas y su rutina exaltada,
cuyo Potentado no tenía un séquito?
¡Mirad! Ese mundo se ensambla en el verde que se encoje.

Piel de bronce de cañón o pálida, todas plumas y cicatrices,
los avatares más nobles del vasallaje—
el mismo portador de café en su chaleco
de piel es una Alteza morena, cerca de la nuestra.

Tabaco aliviando el aburrimiento, y jarabes helados, sed,
de viejas esposas adivinidas en la penumbra, que saben que los peores
sudan más que esa ficción viril de los Nuevos:
“Insh'Allah, él se cansará” “¡o la matará primero!”

(Difícilmente sea un tema apropiado para el hogar,
trabajo de —querido Richard, te dejaré rastrear
su nombre en archivos y periódicos eruditos—
un león menor presente en Gérôme.)

Mientras, insensibles como Tebas —cuyas Puertas ahora terminadas
se cierran a sus espaldas—, unos y otros, huríes y efrites
reclaman el Paje. Él se pregunta a quién servir,
y cuáles son sus deberes y dónde sus pies.

Y si encontráramos, como algunos lo hicieron antes,
esa pieza de distancia profunda en donde se oculta 
tu ápice diminuto endulzado por el sol,
¡Triángulo eterno, gran pirámide!

Entonces solo queda el cielo, cien
fragmentos azules en revolución, sin pista
sobre dónde se abrirá un nicho. Menuda tarea,
armar el cielo, aún así, lo hacemos.

Está armado. Aquí debajo de la mesa, desde el principio, 
estaban los pies faltantes. Está armado.

La cola del perro golpeando. Mademoiselle bosquejando
trajes para un futuro drama de harén
para el protagónico de la chica ganso. El vencejo desmantelándose
antes de tiempo. Levantado por dos esquinas,
el rompecabezas estaba unido —y no.
Invencible, una población
separada de sus anexos, cayó con estrépito.
El poder se deshizo mientras la bruja
reptaba sin dificultad vestida de virtud.

El azul resistió un tiempo, pero se desmoronó, también.
La ciudad había caído hacía rato y la tienda de campaña,
una muselina holandesa divisoria,* 
había sido barrida. Perduró el verde 
en el que los adultos jugaban. Un atardecer verde.
Las primeras luciérnagas. Último resplandor del verde
de occidente en los ojos falsos de (coincidencia) 
nuestro tigre sarnoso, a salvo en su hogar desnudo.

Antes de que el rompecabezas fuera empaquetado y reenviado
a la tienda de rompecabezas en los años 60,
algo me dice una pieza se las ingenió
para quedarse en el bolsillo del chico. ¿Cómo lo sé?
Lo sé porque muchos a rompecabezas posteriores
le faltaban piezas —los agudos de Maggie Teyte* 
desaparecidos al final de la guerra, el fin de la moda de los collies.
Una casa derribada; y ¿no había ocultado,
Madmemoiselle, su triste pizca de verdad también?
He pasado los últimos días, además,
saqueando Atenas para esa traducción de “Palme”.
Ni la Casa de Goethe ni la Biblioteca Nacional
parecen poder desenterrarlo. Aún así, no puedo
estar solo imaginándolo. Lo he visto. Saber
cuánto de la madurez del sol original,
felicidad de Rilke, (que amaba las palabras francesas: verger, mûr, parfumer),
lo hizo renunciar para poder procesar su sentido subyacente.
Saber, con anterioridad, en su propia lengua 
qué dolores, qué verdades monolíticas
ensombrecen, estrofa a estrofa, la simetría
del pavimento lleno de baches de la rima. Saber que el plan base 
emigró, sublime y estéril, hacia donde el cálido romance
piedra por piedra se desvaneció, enfriado; los sustantivos aflautados
se estiraron, más solitarios que la vida
en letras capitales talladas como hojas en el resplandor crepuscular. 
El mochuelo de la diéresis pía y ulula
arriba de la vocal abierta. Y después de la lluvia
una profunda reverberación se puebla de estrellas.

¿Está perdida, enterrada? ¿Otra pieza faltante?

Pero nada está perdido. O bien: todo es traducción
y cada parte de nosotros se pierde en ella
(o se encuentra — yo vago por la ruina de S
de vez en cuando, preguntándome por la paz) 
y en esa pérdida un árbol modesto,
color del contexto, crujiendo imperceptible
con su ángel, convierte los residuos
en sombra y fibra, leche y memoria.

James Merrill
Versión © Silvia Camerotto

Notas:
*La cita pertenece a una traducción del poeta Paul Valéry sobre el poema “Palme” realizada por Rainer Maria Rilke.
*Muzot, principios de octubre de 1924
*de Hubert Reeves, astrofísico canadiense
*Mousseline sauce: salsa holandesa. El autor utiliza un juego de palabras. Nd T.
*Margaret Tate, Wolverhampton (Staffordshire),1888 - Londres, 1976, cantante de ópera (soprano) inglesa.




 “Mi visión es que uno no necesita tener ninguna idea de lo que siente cuando empieza a escribir un poema. El poema es, de alguna manera, un acto de purificación propia. La claridad a la que puedes llegar es impredecible… El sentimiento, también, puede surgir al final. El sentimiento con el que comienzas es con mucha frecuencia sólo el deseo de escribir un poema. Con algo de suerte lo puedes unir con una llamada emoción real: amor o rabia.” 

James Merrill



"¿Tal vez había vivido ya antes
otras vidas a tu lado? Un libro de bolsillo que leí
compara el alma con una piedra que rebota
y toca las aguas del mundo en varios puntos
a lo largo de una curva –Atlántida, Roma, Versalles–
donde los amigos se las arreglan para renacer juntos."

James Merrill








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