ARRÁNCAME LAS ÁRIDAS RAÍCES, 

ARRÁNCAME LAS ÁRIDAS RAÍCES, 
déjame suspendida en el espacio, 
entre los vientos firmes. 
Allí se está como en un gran regazo
maternal y sin límites. 
Déjame con los pájaros, 
indagan lo invisible.
¡Ah, más allá del cielo se alza un árbol 
que sus alas indómitas persiguen! 
No lo han visto jamás y, sin embargo, 
creen sentir su rumor en los confines. 
Rumor de hojas distantes... Pero ¿acaso 
no lo vieron, gigante, en el origen 
primero de la vida, y en sus cantos 
no es la voz de la ausencia lo que aflige? 
Deja que suba a lo alto 
y que mi canto vibre. 
Canto la ausencia de algo, 
de una estrella enterrada en nubes grises. 
La sombra azul del árbol 
se dilata y me ciñe.
Déjame con los pájaros.
Soy una flor delimitada y triste.
Arráncame los pétalos y el tallo
y la fragancia, y líbrame.

Ida Gramcko


Cámara de cristal

Cámara 
de cristal
mi lágrima.
Y el mar.
Y alcoba pálida
mi sollozo.
Mundo de celofán.
Pecera de hondo
movimiento estelar.
Niebla de otoño.
Y algo más 
que naufraga en mi llanto misterioso.

Ida Gramcko


Caracol, el hermano

Caracol, el hermano
el mismo yo, mas caracol. Concisa
su forma sigue sin barniz ni estrago
para que el hombre sufra un alma rica,
un alma suya en el vellón y el gajo,
íntima, inmensa, siempre en sed y ahita.
Así construimos un lugar humano,
pero tan lleno de él como de brisa.
Inventamos
una pared de cal… ¡y tan distinta!
Un muro nuevo, ¿raro?
Sólo en su fresca soledad continua.
– ¿Soledad, otra vez lo solitario,
otra vez la distancia? ¿Y la caricia? –
Cálmate, amor; lo nuestro es lo lejano,
toca el largo perfil, la piedra lisa
dice por voz de su vigor; yo te amo.
La forma singular es la infinita.

Ida Gramcko



"Juana.- Tuve que hacerlo, Ignacia. No bastan ya ni el rezo ni el presente. La reina ni responde ni se sacia con velas, con perfumes o aguardiente. Perdí mi bienestar con mi ganado, se secaron las siembras, los conucos, y mi hija estaba pálida a mi lado virgen y verde como los bejucos. Después al hijo lo metieron preso, por algo que no sé, por algo injusto, y mi hija oscura, con su pelo espeso, alzaba al aire el pájaro del busto.
Ignacia.- ¿Y qué hiciste, por Dios?
Juana.- Llamé a los cielos con una extraña y loca jerigonza, hice oraciones y besé los suelos clamando, por piedad, a María Lionza.
Ignacia.- ¿Y no recuperaste lo perdido?
Juana.- No lo recuperé. Los charlatanes decían que siguiera sin sentido, y fui a los sacerdotes, los mojanes, y allí me echaron mirra en el oído e incienso y estoraque en los fustanes…
Ignacia.- ¿Y no te devolvieron lo perdido?
Juana.- ¡Nada, criatura! El negro sahumerio no respondió a mi sed ni a mis afanes, y entre las peticiones y el misterio soñaba con haciendas y con panes, con hijos libres de su cautiverio, y me quemaban ya los talismanes. Y mi hija estaba allí… virgen, bermeja, el pecho redondeado como un fruto, y entonces me chismearon en la oreja: ¡tu hija será tu último tributo!
Ignacia.- ¿Y entonces, qué?...
Juana.- Me cosquillaba el hambre en la cintura y el coyote y alcé a mi hija, virgen como estaba, y se la di completa al sacerdote. ¡Sí, se la di! ¿Qué quieres? ¡Una barbaridad, una blasfemia!¡Mas cuántas niñas no son ya mujeres porque los suyos se morían de anemia!
Ignacia.- Es espantoso lo que me refieres…
Juana.- ¿Por qué se la entregué? Nadie me premia. El hijo sigue ausente, encarcelado, los otros hijos lloran sin sustento; viéndola a ella, lo que le he quitado me causa horrores y remordimiento. El cuello se me va, se me desgonza, ando arrastrando su percal sangriento, pues nada me devuelve María Lionza. ¡La sangre pura le sirvió de ungüento!
Ignacia.- ¿Por qué no te quedaste en los conjuros? ¿Por qué tuviste que entregar la niña?
Juana.- Se ve que no has pasado por apuros, que nadie te hace mal ni te rapiña… ¡A lo hecho, pecho! Yo no me censuro, censuro a María Lionza, a su campiña; yo le pregunto si no hay bien seguro, si esto es un pacto o una rebatiña.
Ignacia.- Quizás la reina duerme entre sus muros, quizás esté muerta y no se recupere… hay dioses malos, débiles y oscuros… Puede que María Lionza degenere.
Juana.- ¡Y yo gasté mi pólvora en zamuros y mi hija se me pudre y se me muere! Voy a rezar con los dedos duros, con ese dedo varonil que hiere…
Ignacia.- ¿Insistes todavía en exorcismo?
Juana.- ¿Me seguirás?
Ignacia.- Con gusto, si te ayuda.
Juana.- Piensa en el santo día del bautismo, piensa en tu carne trémula y desnuda, piensa en el santo de tu catecismo y en una araña mórbida y peluda. Sí, porque al filo de la media noche cuando te cae un río del sobaco, sin una rebelión, sin un reproche te doblas y te fumas el tabaco. (Juana saca dos tabacos del bolsillo de su delantal o vestido, entrega uno a Ignacia, enciende los dos y ambas comienzan a fumar.)
Juana.- El humo hacia los puntos cardinales pidiéndole al espíritu y al guía que te lleve en sus alas fantasmales a la gran puerta de la cofradía.
Ignacia.- Miedo me das…
Juana.- Aplácate y escucha: intenta renunciar, adormecerte, vendrá el Poder, te cogerá sin lucha y ha de llevarte como un trapo inerte. Duérmete, Ignacia, y piensa en lo infinito, duerme conmigo y rompe tu medida, duerme que ya aparece Francisquito diciendo que mi vela está prendida. ¿No ves los aposentos, los umbrales?
IGNACIA.-No veo nada."

Ida Gramcko
María Lionza



La unidad del llanto 

Esto soy todavía:
un sosiego turbado por las lagrimas.
Esto fui: una pupila
húmeda, abierta, y ávida.
Esto he de ser: el llanto, mientras viva.
Un erguido sollozo me levanta,
me hace andar en las cumbres, me encamina 
hacia la azul montaña.
Y allí está la sonrisa 
como una flor salvaje que me aguarda.
Veré la blanca flor y será mía,
¡mía!, y tendré llorando que arrancarla
del fondo de mi ser, pequeña y tibia, 
de lo alto de lo cumbre, pura y blanca.
¡Mía! Y el llanto surca mis mejillas 
para que yo merezca su fragancia. 

Ida Gramcko


"Le habían regalado un farolito japonés. Le habían regalado una baraja. Le habían regalado una novia cuyo cabello se abría como una bengala inextinguible. Pero estaba solo, tendido en el acantilado. Le habían regalado la belleza.
[...]
Aunque puedo ofrecerte mi nido… Está lleno de terrones de azúcar, de luciérnagas muertas y trocitos de hielo. También hay unos ojos… —¿Unos ojos? —indagó Juancito. La urraca contestó: —Una noche, bajo este mismo árbol, se paró una muchacha… Le brillaban los ojos como dos tachuelas barnizadas. Yo era incapaz de herirla, pero ella me sintió aletear. Desde aquel momento comenzó a palpar las ramas, a tantear el tronco… Finalmente, al no hallarme, porque la noche era oscura, me llamó por mi nombre. »—¿Eres la Poesía? —preguntó. »—Sí —le respondí, cavilosa. »Y ella entonces se irguió: »—¡Déjame ciega!"

Ida Gramcko
Juan sin miedo



Nadie escoge su olvido.

¿Para qué si la ausencia

recuerda lo que fue y el raudo nido

prosigue sin cesar en la apetencia?

¡Vuelve!, grita el amor, y lo que ha sido

es en su grito nueva transparencia.

Inmenso ser inmerso en el pedido

devuelta está tu voz, tu confidencia,

tu secreto, tu piel, tu repetido

fiel hontanar que nunca es la carencia

sino el cambio de sitio, el transferido

sitial a otro dulzor, a otra potencia.

No, devolverte no. Lo mantenido

queda aunque escape su vivaz secuencia.

Vives aquí y allá, tan trascendido…

Amor, no estás y bulle tu presencia.

Nada dice: prohibido.

¡Entrad!, dicen las puertas de la ausencia.

Ida Gramcko



Voz

Hay alguien que llama desde remotas cimas,
hay una voz profunda que me pide estar cerca.
Los aires se arremansan en corrientes continuas
hasta fundir los ecos en la dormida piedra.
El camino es un paso que dio el gigante mundo
con sus botas de angustia, pensativas y negras;
era un viajero entonces, desamparado y rudo,
y con su andar de nave fue duplicando huellas.
A veces tengo alas. Los cabellos furtivos
se fugan entre ratos de las furias del viento,
las manos, como arañas, van tejiendo en sus giros
una red infinita de locura y de ensueño.
¡Llegaré hasta la cumbre! Tendré todas las flores
azules y mojadas que habitan en las cuevas,
y habrá un concierto claro de pájaros y voces
en la garganta virgen de la desnuda tierra.
Hay alguien que me llama desde remotas cimas
y voy tras su llamado como la humilde sierva:
manos y pies descalzos…entre luces y vidas,
hasta la voz profunda que me pide estar cerca.

Ida Gramcko














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