"Así como la pureza y la vigilia durante el día predisponen a permanecer casto durante la noche, del mismo modo la vigilia nocturna fortalece el corazón y lo pertrecha de fuerzas que ayudarán a mantener la castidad durante el día."

Juan Casiano


Es poco menos que imposible distinguir todas las formas de oración. A no ser, claro está, que se goce de una pureza de corazón consumada y nos ilumine la luz del Espíritu Santo 
(...).
A veces, al llegar el alma a este estado de verdadera pureza, y a medida que se arraiga en él, afloran al mismo tiempo en su más honda intimidad todas las formas de plegaria. Como una llama imperceptible y devoradora, va de una a otra con una velocidad asombrosa. Se desahoga en preces vivas y puras, que el mismo Espíritu Santo –sin darnos cuenta– dirige en mística exhalación a Dios con gemidos inenarrables. En este solo instante de inefable oración concibe y al propio tiempo deja desbordar de la entraña misma de su ser tantos sentimientos, que le es imposible en otro momento, no digo ya expresarlos, sino ni siquiera recordar.
Cabe también en lo posible que llegue el alma a la oración intensa y pura, cualquiera que sea el estado en que se encuentra, incluso en el primero y más humilde (...).
A estos diversos géneros de oración seguirá un estado más sublime y más excelso
todavía, que consiste en la contemplación de sólo Dios. Parte del ardor de la caridad. El alma se esponja y se abisma en la santa dilección, dialogando con piedad y familiaridad sumas con Dios como con su propio Padre.(...).
Una vez arribados a esta alta dignidad de hijos de Dios, sentiremos consumirnos en esa piedad y ternura que reside en el corazón de todo hijo bien nacido. Entonces, sin pensar ya más en nuestros intereses, nuestro único anhelo será la gloria de nuestro Padre, y diremos:
“Santificado sea tu nombre”. Con lo cual testificamos que su gloria es todo nuestro gozo y todo nuestro afán (...).
[Esta oración del Padrenuestro] los encumbra, en efecto, hasta aquel estado supereminente del que hablábamos antes, hasta aquella oración de fuego, de pocos conocida y ejercitada, y que, hablando con propiedad, podríamos calificar de inefable. Sobrepuja todo sentimiento humano. Porque no consiste ni en sonidos de la voz, ni en movimientos de la lengua, ni en palabras articuladas. El alma, sumergida en la luz de lo alto, no se sirve ya del lenguaje humano, siempre efímero y limitado. Toda su plegaria se desenvuelve en afectos del alma. Esta oración viene a ser en ella como un hontanar inagotable de donde el afecto y la oración fluyen a raudales y se precipitan de una manera inenarrable en Dios. Dice tantas cosas en un breve instante, que no podría en modo alguno expresarlas, ni siquiera recorrerlas después en su memoria cuando vuelve sobre sí. Nuestro Señor nos muestra en sí mismo este estado de oración cuando se retira a la soledad de la montaña para orar en silencio. Y también cuando en la agonía del huerto derrama las gotas sangrientas de sudor, dándonos un ejemplo inimitable del ardor intenso que informaba su altísima oración.(...).
En ocasiones, salmodiando, un simple versículo de un salmo ha bastado para situarme en esa oración de fuego. A veces la voz melodiosa de un hermano ha despertado a las almas de su letargo y ha sido parte para encender en ellas una ardiente plegaria. Me consta, asimismo, que una salmodia imponente y grave ha excitado alguna vez el fervor, incluso en aquellos que no hacían sino escucharla pasivamente. De igual modo, las exhortaciones y conversaciones espirituales de un hombre consumado en perfección han motivado una sacudida en espíritus abatidos y han hecho brotar en ellos un venero de oración. Parejamente he comprobado que el recuerdo de mi tibieza y de mis negligencias enciende a veces en mi corazón un ardor saludable. Por eso, no cabe duda de que no faltan ocasiones innúmeras para salir de nuestra tibieza, mediante la gracia de Dios, y sacudir así la somnolencia.

Juan Casiano
Colaciones IX, 8. 15. 18. 25. 26).


“La mente de este modo rechaza y renuncia a toda el rico y basto contenido de todos los pensamientos y se centra en la pobreza de una sola palabra.”

Juan Casiano


"Si deseamos ser juzgados con clemencia es preciso que seamos clementes con quienes nos han hecho alguna ofensa. Se nos perdonará en la medida en que perdonemos a los que nos han hecho algún mal. Por temor de esto, hay muchos que en las iglesias cuando todo el pueblo recita esta oración, dejan de pronunciar las palabras de referencia por temor de condenarse a sí mismos, en vez de granjearse el perdón. Pero no se dan cuenta de que se trata de un vano artificio que no puede ocultar sus intenciones al juez universal, que de antemano ha querido manifestar a aquellos que le invocan de qué manera les ha de juzgar. Puesto que no quiere que un día le hallemos severo e inexorable, nos ha indicado cómo habrá de actuar en el juicio, de modo que tal como deseamos que él nos juzgue, así juzguemos nosotros a nuestros hermanos que nos hayan ofendido, porque sin misericordia será juzgado el que no haya actuado con misericordia (Santiago 2:13)."

Juan Casiano
Colaciones, 9, 22




Únicamente pueden contemplar su divinidad con ojos muy puros los que, elevándose por encima de todas las obras y pensamientos bajos y terrenos, se retiran y suben con El a esta montaña elevada de la soledad (...). Y así, sublimadas con la eminencia de las virtudes, les revela la gloria y el esplendor de su rostro. Es que tienen los ojos del corazón bastante puros para contemplarle.
Cierto que Jesús se deja ver también de los que habitan en las ciudades y las aldeas; es decir, de los que están ocupados en la vida activa y en las obras de caridad. Pero en esta gloria y en esta majestad radiante, sólo se da a conocer a los que pueden subir –como Pedro, Santiago y Juan– a la montaña de las virtudes. Así es como en otro tiempo se apareció a Moisés y habló a Elías en el fondo de una soledad. 
Jesucristo mismo ha querido confirmarnos esto con su ejemplo y trazarnos en su
persona el modelo de una perfecta pureza.

Juan Casiano
Colaciones X, 6












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