"En el pueblo de X… que no dista cien leguas de esta fidelísima y augusta ciudad, apareció en el verano del año mil ochocientos y pico, un fantasma de los más campanudos y temerosos, abultaba lo menos como dos fantasmas regulares, vestía de riguroso blanco, y hasta creo que llevaba el farolillo de ordenanza. No garantizo estás señas personales, ni quiero enumerar otros detalles, porque es tal la variedad con que me han contado el caso las personas que presumen haberlo presenciado, que no parece sino que cada una vio un fantasma diferente.
El pueblo estaba asustado; como pueden ustedes suponer, desde la aparición de la plantasma, y eso que su señoría, no podía guardar mayores miramientos con los vecinos, pues jamás se dice que se acercara al pueblo, contentándose con rondar por la vega, y cuando más por las eras inmediatas.
Sin embargo al fin, la plantasma era plantasma, como decía la gente, y nadie está libre de asustarse cuando sucede una cosa así, en un lugar pacífico, lo cierto es, que los del campo procuraban retirarse a casa antes del anochecer y que algunos no se atrevían a salir ni aún a la calle, por si acaso.
Alguno que habitaba, no diré extramuros, porque muros no los tiene el pueblo, sino en despoblado, abandonó su casa y se refugió en el lugar. Esto pasaba con los hombres; de los chicos y las mujeres no hay que decir el terror que se apoderó.
Contabánse cosas horrorosas de la plantasma, y así en los altos círculos políticos del lugar, como en las más humilde cocinas, no se hablaba de otra cosa. Una de las tertulias en que la plantasma hacía el gasto todas las tardes, era la de la tía Pelagatos, mujer muy conocida en el lugar, por lo honrada y lo parajismera. Hacíanle coro otras vecinas no menos honradas y parajismeras que ella, y era de ver y oír los gestos que hacían y los gritos que daban, cuando la tía Pelagatos les refería el encuentro con la plantasma, al volver del molino.
Entre tanto la blanca sombra, paseaba a sus anchas por el monte y por la vega, y ya se la veía entre los árboles de las huertas, ya erguida sobre un picacho que dominaba el pueblo, ya en fin, recorriendo los desiertos caminos y cruzando el río a pie llano, según aseguraban.
Al cabo de algunos días, empezaron a comunicarse los vecinos de X… impresiones de género diferente. Uno contaba muy bajito, que de la noche a la mañana, habían desaparecido las peras sanroqueras de su huerto; otro observó que le habían esmotado todas las judías; el de más allá recordó que le faltaron de la era, algunos almudes de trigo, aunque no estaba muy seguro; y otro por fin, notó con extrañeza que una noche le regaron las patatas, y después, con más extrañeza todavía, que cada noche le cavaban un cavalillo con toda regularidad.
Asombraban tanto más estas cosas, cuanto que habiendo fantasma por la vega, no podían figurarse aquellas gentes que existiera persona tan desalmada, capaz de salir de noche al campo y sobre todo a robar, hasta que un malicioso de esos que no faltan en los pueblos pequeños y en los grandes, dio en sospechar que bien pudiera ser la plantasma en persona el autor de estas fechorías, sospecha que dicho sea de paso y en honor de la verdad, nunca tuvo acogida en la honrada tertulia de la tía Pelagatos.
Pero sucedió que una noche, reunidas en sesión permanente las autoridades civiles y militares del lugar, en unión con los mozos más bragados, acordaron salir en busca del fantasma, para preguntarle con qué permiso rondaba de noche, contraviniendo los bandos de la policía y de orden público que repetidamente había promulgado el señor Alcalde. Y dicho y hecho se armaron los circunstantes de escopetas y trabucos que habían figurado en varios pronunciamientos gloriosos, y con el mayor sigilo se echaron al campo.
La noche era oscura, se apostaron en un olivar junto al camino y esperaron; pronto brilló la luz del farolillo, y más tarde se distinguió el bulto blanco a poca distancia.
-¡Alto! – gritó el más valiente-. ¿Quién vive? El fantasma siguió avanzando-. ¡Alto! ¿Quién vive? –gritó por segunda vez, y el fantasma esta vez se paró, pero sin hablar palabra-. ¡Di quién eres o mueres! –sonó la voz por tercera vez, y siguió un silencio sepulcral-. ¡Fuego! –exclamó el jefe del cuerpo. Sonó una descarga, y el fantasma se bamboleó y cayó al suelo.
Corrieron hacia él y a la luz del farolillo pudieron reconocer el cadáver de la tía Pelagatos envuelto en una sábana, con una cesta de patatas sobre la cabeza y un canasto de duraznillas debajo del brazo."

Juan Blas y Ubide



"Yo no he visto fantasmas, pero según me aseguran muy formalmente personas que tampoco los han visto, el fantasma es una figura alta y blanca, que se pasea de noche por las inmediaciones de los pueblos y aún por ciertas calles de las poblaciones inferiores a 10 000 habitantes. La primera condición del fantasma es que sea alto, cuanto más mejor, y esto se comprende desde luego: un fantasma que no levantara tres pies del suelo, podría confundirse con un perro de aguas, y cualquiera le daría un puntapié; un fantasma de la estatura regular de una persona, sería máscara más o menos fácil de reconocer, pero al fin una máscara de carnaval, o cuando más un alma en pena; pero un figurón blanco, de dos o tres metros de estatura v.g. ya reúne todas las condiciones necesarias para asustar a los chiquillos y a las mujeres, y aún para dar que pensar a los hombres más barbudos y que discutir a los menos supersticiosos. El fantasma generalmente es blanco; yo no sé si esto consistirá en que las sábanas están más abundantes en casa de cualquier fantasma decente que las telas de luto, o en que se ha observado que el blanco sobre el fondo negro de la noche, produce mejor efecto, pero el hecho es así, según todos los autores. Se han visto sin embargo también, fantasmas negros, aunque raras veces, y fantasmas de medio luto, es decir, mitad blancos y mitad negros, estos más raros todavía; pero unos y otros pueden considerarse como excepciones, y no digo honrosa según es costumbre, porque no daría un alfiler por la honra de ningún fantasma blanco, negro, verde o colorado. Uno dé los detalles característicos del verdadero fantasma, es decir, del fantasma «pur sang», consiste en un farolillo que suelen llevar colocado en lo más alto de su figura, o como si dijéramos encima de la cabeza. Para los que opinan que los fantasmas son almas del otro mundo, este dato del farolillo es precioso, pues servirá para convencerles de que hasta en el otro mundo hay faroleros."

Juan Blas y Ubide
Las caracolas
Tomada del libro Seres y lugares en los que usted no cree de Jesús Callejo y Carlos Canales, página 101










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