Epístola irreverente a Jesucristo (I)

Cristo,
bájate ya de tu cruz y lávate las manos,
lava tus rodillas y tu costado,
peina tus cabellos,
calza tus sandalias
y confunde tus pasos
con todos los pasos que te buscan
por la cordilleras y el mar;
por las comarcas;
por el aire,
por las alambradas de los caminos.

Tú solucionas cualquier cosa,
para ti todo es fácil
y entonces
¿qué esperas?
¿Por qué no bajas de tu cruz ahora mismo?
Sin parábolas, con balas
y sueltos arrecifes vengativos
en las manos...

Y se llenen los pueblos de hombres liberados
y sol de mediodía,
huertos, palomas y rosas
de corolas intactas
y clarines anuncien
pacíficas mañanas.

Cristo,
baja ya de tu cruz
donde millares de hombres contigo
están crucificaos:
lava tus manos y sus manos,
tus rodillas y sus rodillas,
tu costado y el costado de ellos;
lava tu frente y la frente de ellos
coronada de espinas.

Que no prosiga tu martirio inmóvil:
muestra tu ira,
baja ya de cruz,
mézclate con los hombres que te aman.

Romelia Alarcón Folgar


Guatemala

Nadie te hiera amor, nadie te toque
ni el dardo envenenado ni la espina
ni la espada furtiva se aproxime
a lastimar la luz de tu epidermis,
nadie con ojos fieros se te acerque
nadie te toque amor, nadie te toque
si no es para besarte,
y que estallen en tus predios,
con la ternura de sus flores nuevas
y en el silencio de tu faz nocturna
y de tu faz silvestre
con el viento de aurora conmovidas
tu tráfico de alondras sorprendidas.

Nadie te hiera amor, nadie te nombre
con los labios blasfemos porque eres
el sabio acontecer de tus mayores;
el resumen traslúcido de ayeres
que ha dejado plasmada la armonía
en todos los contornos y parajes
que relucen al sol tu geografía
única en el planeta y amorosa
desde la más humilde florecilla.
Dioses mayas regresen y te amen,
fecunden tus entrañas maternales
y una raza de héroes te salve.

Nadie te toque amor, nadie te mire
si no es para volcarse en alabanzas
con júbilo de luces y con frutos
maduros de tu tierra y ramilletes
de las flores del alba.
Hincarse reverente y cuidadoso
poniéndote un dosel de hojas y pájaros
para que tu camines conmovida.

Nadie te toque amor, nadie te nombre
si no es para adorarte.
Voceríos aclamen tu hermosura
y el tacto de tu suelo ennoblecido;
tu cesto de jardines olorosos
en el verde espiral de tu cintura.

Romelia Alarcón Barrios​ de Folgar





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