hagamos un día de color insano
de caña de maíz
vayamos con las migraciones de palacio en palacio
por las rutas los ríos subterráneos
como si ya fuera el tiempo de la siega
espigados de fiebre inútilmente alertas
con hacederas de metal fundido con olor a tabaco
en la vivisección de los cadáveres opulentos
con olor a fenol a esencia de cambur
derrotados de antemano y vivos
en deslizamiento ciertos a rastras, no se debiera.
no es esta la morada
cuando aprendí a volar se fueron todos
te dije cómo podíamos invocar aquellos muertos
se habían quedado rezagados con pájaros nocturnos
en la anticipación de los espejos sabíamos todo
del reino sabíamos
por las calles por el río que no nos dejó nunca
excesivo
llenando los aledaños el puerto de la noche
los elementos de maraña la gran piedra
supimos todo del reino
no se debiera malencuentro no se debiera

Emira Rodríguez



la muerte de un amigo
los gajos de claveles se secaron antes de las doce
materia corruptible, eunice, ayúdanos, mándanos al
arcángel o llora con nosotros o mejor
enséñanos a cantar con rosamel que estamos ya
cerca de la montaña
te derramas de tus propios límites una explanada
incierta vulnerable imprecisa frágil
xochitl no, que no llegaste a tiempo cuando
florecieron los lagartos hubo uno que largó
la cola y eso que había aprendido a repararlas
me pongo a gritar: “malencuentro
entro    entro    entro    eeentro”
¿hasta cuándo? ¿qué haces mientras las lavanderas
parecen ovejas negras desparramándose sobre los breñales del río?
Será que no te diste cuenta de tu 
ausencia hasta la una
después del meridiano

Emira Rodríguez



los hombres que parecían estrellas se fueron
al cielo en un caballo
por aquellos días las aguas estaban desatadas
los cabellos sueltos greñudos con mucha furia
no era sino en las zonas paludosas donde se
sumergían las palumelas no sabíamos aún cuando
tenía que comenzar la cuenta
todos esperando el paso de la bora y los mogotes
aguas abajo
desde que lo contaron aquellos hombres
con señal escondida en las piedras del agua
la de las dos hermanas de los castillos
a la entrada del río la que bajaba caudalosa
era de tiento el remolino de la laja
las burbujas violentas todo limos el fondo como lago
una leyenda de mujer protegía
los encuentros engaño decían ellos
ninguna furia desatada sino con mansendumbre
creíamos morir de frío
sin ver aquellos hombres en la corriente
dijeron que todos los colores se juntan en la muerte
no lo sabíamos

Emira Rodríguez



los hombres querían matar los tábanos
los hombres amarillos
los hombres usaban las hojas de tabaco
empulpecidas ensalivadas para matar los tábanos
si – kar y el humo sobre los cuerpos soplaban
dicen las voces lo cuentan todavía
dicen gotas de agua en hileras de gotas de agua
amarillas donde están todavía
los no nacidos donde estaban antes que se escapara
la noche de la gran calabaza
bajaban el curso de los ríos así dicen
los desana lo dicen y la gente de wanadi
el bueno en una serpiente canoa
con color negro con ramas
a través de la piedra horadada
por los raudales
vaina musácea con semillas dentro
en hileras canoa serpiente con hombres
no nacidos adentro en gotas de agua
en semillas de gotas de agua 

Emira Rodríguez
Poema del libro Malencuentro pero tenía otros nombres (1975)



padre nuestro wanadi
para que no vayamos siempre gimiendo para encontrar
el fondo de la ausencia para ser buenos por dentro
para sabernos padre nuestro wanadi
en torno a mí de cara al sol los hombres danzan
se alejan de este paraje extático vamos naciendo
quisiera regresar a la laja del río mirar pasar las
velas sin marcharme tras ellas oír los signos y las
cosas sonidos sordos
los helechos gigantes miraron el vuelo de otros
pájaros un sol mortecino los faros de la niebla
una gran persistencia la ciudad del puerto
la ciudad del río
una gran mancha sobre las paredes
estamos recubiertos de barro barro mismo una
inundación de sangre
tiempo detenido ¡oh dioses! tiempo detenido
seguimos modelando arcilla salimos de la tierra el río
volvió a su cauce, las aguas arrastrando lotos
¿fue en agosto?
no podíamos pronunciarnos ante tanta codicia
el desvarío de tantos eché los dados
tú lo sabías padre nuestro
sin artificio
tú lo sabías

Emira Rodríguez




regresé al puerto
cuando los alcatraces
volvían al farallón
                               aquella noche

olí despacio los aromas que
cortaban el aire
el hombre de los ojos rasgados
me dijo:
tú eres la hija de gaudio

yo no sabía por qué
después de tantos años
cuando los faroles encendían
las esquinas
frente a las cancelas
                               me eché a reír conmigo

Emira Rodríguez









No hay comentarios: