La estela

Que no debía ser tan complejo, me decías ¿Y por qué no? 
¿Acaso no es complejo el sutil mecanismo 
que pone en conexión al polen y la abeja, o las infinitas 
transformaciones químicas que sufre un pequeñísimo 
grano de arena hasta llegar a ser parte, ya irreconocible, 
del cuerpo del diamante? Es complejo encontrarnos 
y perdernos, los que andan por el fondo de la tierra 
buscando el tesoro de una cueva inexplorada lo comprenden, 
no es al heroísmo ni a la astucia sino al azar o al misterio 
que se debe el descubrimiento: ese cruce fatal, inevitable 
entre quien busca y lo buscado, ese momento de arrebato y mutua 
entrega. ¿Por qué debería ser fácil dar con aquello que esperábamos 
ya de niños en el jardín del fondo de la casa, 
sin saber que se trataba de una espera esa curiosidad honda 
y atenta a cada ruido de la siesta, a una rama 
que se agrieta en el calor, al paso de sombra de un lagarto 
en la humedad de las paredes? ¿Por qué hemos olvidado, 
si lo que sí sabíamos entonces es que es difícil 
cierta clase de belleza, dar con ella, estar despiertos 
cuando cruza por delante de nosotros, no para atraparla, 
sino para quedarnos a vivir en la estela que deja?

Claudia Masin


La gracia

"A veces, muy raramente, un encuentro nos conmueve 
de una forma que no puede ser atenuada por el pensamiento 
o el lenguaje. Es que trae una memoria
de lo que fue íntimamente conocido y deseado, pero ha sido
desplazado a un lugar inalcanzable, de donde no sabría volver 
a menos que una persona -entre todas- lo llamara. Somos 
criaturas tímidas que no han hallado, en respuesta 
a su curiosidad, a su pasión por las cosas, más que daño 
o rechazo. Como animales que han luchado demasiado por su vida, 
no sabemos qué hacer con la alegría, y si llega, 
seguimos huyendo para salvarnos. Si lográramos vencer el terror, 
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo 
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física 
y debería producirse sólo una vez, 
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre 
un instante de gracia que nos devuelve el amor con el que un día 
la materialidad del mundo nos ha tocado."

Claudia Masin


La helada

"Quien fue dañado lleva consigo ese daño,
como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar
sobre aquel que se acerque demasiado. Somos
inocentes ante esto, como es inocente una helada
cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,
su necesidad de caer, había esperado
-formándose lentamente en el cielo,
en el centro de un silencio que no podemos concebir-
su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías
vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,
aunque en ese rapto destroces la tierra,
las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,
en el trabajo de mantener el mundo a salvo,
durante largas estaciones en las que el tiempo se divide
entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza
que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces
que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,
porque lo que nos damos los unos a los otros,
aún el terror o la tristeza,
viene del mismo deseo: curar y ser curados.

Claudia Masin
De la Plenitud (Hilos 2010)




La lluvia

¿Viste cómo llueve?
Llovió así toda la noche
y a cada cierto tiempo yo te hablaba, estuvieras donde estuvieras, 
aunque fuera en el extremo más inalcanzable 
de la tierra. Cuando llueve así, toda la noche, te decía
pareciera que el mundo fuera a desprenderse de su eje, 
pero la sorpresa más inmensa es que el vendaval termina 
y todo permanece como estaba, apenas un poco de desorden 
que lentamente se transforma en armonía. 
Desde niños, vivimos sobreviviendo a catástrofes como ésa, 
a los efectos de lo que tendría que haber pasado y no pasó: 
que la casa se inunde y nuestras cosas se pierdan 
arrastradas por la marea sucia, entre piedras y palos 
y restos de animales, un desperdicio más lo que hasta entonces 
ha sido nuestra historia, los objetos 
que confirman que somos seres físicos y no un soplo 
filtrándose desde afuera de esa vida brutal de la materia
que no se detiene jamás para incluirnos. ¿Soñaste alguna vez, 
cuando llega la violencia del aguacero, 
con que el río se salga de su cauce para siempre y nos empuje, 
soñaste con la noche en que el rayo finalmente nos alcance, 
descalzos bajo la luz, como esperando saber algo 
que sólo el impacto de una fuerza sobre el cuerpo 
podría revelarnos? Pero el rayo no cae, no cayó 
y al día siguiente todo sigue a salvo en el mismo lugar. 
Ese es el mayor desastre que conozco: haber estado al borde,
una noche, de que nos fuera concedida una verdad 
extraordinaria, y al amanecer darnos cuenta 
de que somos los mismos y no sabemos nada 
que no supiéramos ya.

Claudia Masin





No hay comentarios: