No me siento como en casa donde estoy

No me siento como en casa donde estoy,
ni donde paso el tiempo, solo donde,
mas allá del recuento, hay libertad y calma,
es decir, olas, es decir, espacio donde, al estar
allí, consiste en libertad pura, la cual, a la vista,
torna a las multitudes, como la Gorgona, en piedra,
piedrecillas y arena… donde el significado de la vida
yace bajo tierra, sin que puedas
acercarte siquiera a tiro de cañón.
Desde pozos nublados jamás mencionados
se vierte color y luz, una fiesta
de Cupidos y Ledas en oro.
Es decir, seda y miel y brillo
es decir, dones y carcaj y las invitaciones
es decir, todo lo que vive para ser libre,
sin precisar de palabras.

Regina Derieva
Traducción basada en la versión en inglés de Alan Shaw



Toda mi vida
he estado buscando
un ángel.
Pero cuando él se dejó ver
fue para decir:
«Yo no soy ningún ángel» 

Sólo resta
leer y leer
hasta llegar al conocimiento
de lo que en ningún lugar está escrito,
absolutamente en ningún lugar:
que pueda escribirse con signos cuneiformes
en una tablilla de arcilla
o con el pico de un ave
que huye de su lugar de origen. 

El humo de la Patria, 
ha minado la vista.
¿Fue por eso que se volvió ciego el rapsoda? 
En mis viejas
cuencas, viven
búhos, en torno a mis huesos marmóreos,
ondea un mar de lágrimas extranjeras
Mi blanca túnica
se ha vuelto vela en cada
buque que deja el puerto.
Ya no puedo leer el catálogo de los buques
más que hasta la mitad.
Ahí donde la respiración se detiene
empieza lo irreversible.
¿Fue por eso que se volvió ciego el rapsoda?

Bellamente hablaban los viejos, 
concisos y brillantes.
Sus pensamientos tenían alas,
justo como Hermes.
Los viejos no se inquietaban
si eran malentendidos.
Todos los entendieron,
y si hubiese aparecido alguien
incapacitado intelectualmente
se habría sentado sin ser notado 
junto a alguna de las nueve musas, 
para que lo pudiera instruir.
Y la musa, recostaría en él graciosamente 
su rojiza cabeza
y le habría enseñado a continuar callado
callado, callado, callado – y si él
alguna vez hubiese hablado
habría sido sólo en hexámetros.

Cuando se queman 
todos los puentes, 
no queda nada, evidentemente. 
Ni siquiera el camino 
te reconoce, por eso 
te tropiezas con él. 
Los ojos se vuelven ceniza, 
la boca, un pozo de cuyo fondo 
ya no surgen palabras. 
No hay nadie sin embargo 
que te crea. 
Que crea 
que estás muerto. 

Cada poeta
tiene su propio
cementerio de poemas
que a veces
visita
para depositar
un ramo barato
o un manojo
de aéreos pensamientos 
junto a uno de los celadores. 

Mira,
cómo el espejo
ha envejecido
reflejándote

Regina Derieva







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