A los amigos de tristeza

A los amigos de tristeza, pero, les diría 
que el ave del pecho aún vive y anida. 
Que ya vendrá la noche, y la mano fría 
rechazará el leve tacto de la seda

para buscar de otra mano el tamaño 
en lo que quizás aún es vida.

Os recomiendo el sol y el específico, 
la tierna compañía, el frigorífico 
donde enfriar los sueños viejos, al cuidado 
del grado de la adecuada temperatura.

Y, en cohorte pequeño, la frase hecha: 
"Aún queda solo en la torreta"

María Beneyto


Amigo íntimo

Y, con todo, ya veis, no tengo miedo.
Lo tuve, sí, lo tuve cuando era
la luna un círculo de luz helada,
el agua una llamada irresistible,
los árboles un grito monstruoso
de la tierra, y mis manos un extraño
temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta
a mis propias pisadas, que no evitan
tropezar con los huesos esparcidos
de la desolación que me rodea.
Estoy casi contenta de irme lejos,
acarreo abundancias abusivas,
enseres inservibles, semilleros
que tienen que brotar por el camino...
El miedo era un hermano muy pequeño
que había que cuidar de que pudiera
caerse y añadirse hasta volverse
un pánico feroz, era una leve
suavísima ternura, tan querida,
que había que cubrir hasta asfixiarla
para que no creciese más. (Su muerte
se duerme aquí en la mía de algún modo).
No tengo miedo, y por lograr ahora
la paz, me voy sin él. (Dadle una tierra
benigna a su cadáver, casi el mío).
Ya veis, por no tener, ya ni siquiera
tengo a mi amor de siempre, al pobre miedo
que tan fiel compañía dio a mi vida.

María Beneyto
De "Casi un poco de nada" 2000



Ciudad bombardeada 

Se rompía la paz blanca las nubes. 
La alta muerte nos llovía hacia la vida, 
y la infancia se hacía un grito de piedra, 
            una negrura pequeña.

Sólo era cierto que el cielo, arriba del milagro 
de otro día bien recibido, por otra esperanza 
iba haciéndose fuego por el mundo donde estábamos 
            la novel nidada.

Sólo era cierto que no llegaba el ángel 
que nos pudiera llevar las letras de la joya. 
(Pensábamos ángeles muertos, bajo la llama 
            la chamuscada pluma).

La ciudad en el entorno. Y el cielo en la tierra, 
a truenos desconocidos todo él deshaciéndose. 
(Donde las tortas con miel? Donde la ternura? 
            Donde el dios del pesebre?)

Gritábamos bajo los rayos con voz de chispa. 
Roto el techo, Dios quizás miraba: 
sólo respondió a escombros, silencios, 
            por la ausencia más azul.

Era el clamor infinito. Nuestra tierra 
herida en el corazón, nos decía sin palabras, 
pequeños nombres de la sangre que s'enfugia. 
            La tierra, desangrándose.

Ay, la infancia cerrada a la oscuridad, 
como dejó con fuego sus metas! 
desde un eco de llama, baches la ceniza, 
los pánicos ahogados todavía llaman. 

María Beneyto


La inesperada

Era Eva, su infancia nunca usada
                                  emergida del polvo de los astros
                                  Eva la niña, corazón de selva,
                                  selvática pastora de alimañas...
                                                            (De "Vida anterior") 


Eva la niña, nacerá del viento
y del amanecer
cuando se acabe
el tiempo, y el tiempo vuelva
a encarnarse en el sol.
Vendrá ilesa
y, a través de su infancia nunca usada
descenderá, pausada, del asombro.
Flores flotantes, casi aves, lirios
alados, le darán soporte
donde apoyar su luz.
Nadie la espera.
Nadie sabe que está, cerca, aguardando.
Nadie
sabe que va a existir.
(Yo lo sé, porque vino a ser soñada
por mis horas de ausencia,
esas que se me llevan y aproximan
al corazón astral.)
Y vendrá a ser la niñez del mundo
que la gran creación conserva intacta,
embrión de criatura
total,
alevín de mujer, presagio, magia,
y esperanza,
esa esperanza otra
por estrenar,
desconocida y libre...

Cuando se acabe el tiempo.
Este tiempo, esta extraña aberración que se va
a lo oscuro, a morir,
como una fiera herida
va al osario.
El tiempo que dará la mano a otro
sucesivo, de dulces manantiales,
cuando ella ponga el pie en el aire, lúcida,
trasportando la paz.
Sí, nacerá. Y muy pronto.
Observa el vientre de la tierra, tenso,
cómo late impaciencia
ocultando arboledas, bosques, flora
de inédito color intermitente,
que serán dados a nacer con ella. 
Ha de llegar riendo,
y con su risa
incendiará la luz.
Seres ocultos
de los que ahora tienen miedo y guardan
en su voz musical
pájaros nuevos,
la predicen, y en nombre suyo intentan
ser,
atreviéndose a izar la melodía
que avisa la llegada de la noche
en los veranos plácidos, inmunes
al desamor.
Vendrá, Eva, la inédita, la otra,
la anterior, y con ella
bajarán las montañas a las simas
del mar, de donde fueron arrancadas,
y lo harán en silencio, porque todo
encontrará el lugar de sus ausencias
en la mañana que la traiga
-extraiga-
del viento de la aurora
y del cósmico amor que la retiene
y la deja ir.
Vendrá, y el día encontrará su origen,
su pérdida, su olor a madreselvas,
su música olvidada, su reverso.
Eva la niña ayudará a la vida
y todo lo nonato
nacerá con ella.

María Beneyto
De "Hojas para algún día de noviembre" 1993



Sonámbula

Pasar cantando así, bajo la noche
como yo canto, como un ave ciega
que fuera hacia la luz por puro instinto,
¿os puede ser ofensa, compañeros?

Vosotros que vivís al borde mismo
del precipicio, que tenéis la casa
ya inclinada del lado del vacío,
¿perdonaréis que cante en esta hora?

Yo me inclino también. Pero no temo.
Allá en mi densa flora voy dormida
encerrada en paisajes de cretona
como en reales, sólidas prisiones.

No me digáis que entierre también esto
–la sencilla y absurda melodía
que me queda– después de darles tierra
a tantas hermosuras derruidas.

Mi canto es la primera voz del agua
corriendo entre las hierbas y las piedras.
No sabe detenerse, no se acaba.
Fluye, como yo fluyo en su corriente.

Estoy recuperando del olvido
el nombre primitivo de la vida.
Canto las cosas y los seres hondos
que no poseen voz o la perdieron.

¿Me oís cantar, sonámbula, en la noche
todavía rayada por la luna
segura, solitaria y aislada
con la voz de algún pájaro en desvelo?

Hasta el final he de cantar. Dormida.
Yo pasaré afirmándome tan sólo
por esta voz que me sostiene y guía,
delgada voz de amor fosforescente.

Y hasta en el caos, si es que el caos llega,
dejaré en la canción mi señal viva
como medida de esto inagotable
que en humano llamamos esperanza.

María Beneyto


"Soy yo tantas mujeres en mí misma!
¡Están viviendo en mí tantas promesas,
tantas desolaciones y amarguras,
tanta verdad que no me pertenece!..."

Maria Beneyto Cuñat 









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