A mi lira
               
¿Por qué te abandoné? ¿Por qué, inclemente, 
plácida y dulce compañera mía,
no te acaricio ya, cual otro tiempo,
y te dejo olvidada tantos días?
      Yo te encontré en el valle una mañana
de la copa de un árbol suspendida
y, al verte, me detuve a contemplarte
con mi inocente candidez de niña.
      Una paloma de color de cielo
en las ramas de un árbol se cernía
y llevabas la frente coronada
de blancas y rosadas campanillas.
      De improviso sentí de dulce llanto
inundarse mis cándidas pupilas
y al corazón en mi inocente pecho
con extraño latir se estremecía.
      Y era con sus alas la paloma
acarició tus cuerdas peregrina
y un sonido lanzaron que a mi alma
diérale un mundo de contento y vida.
      Vi entreabrirse los cielos: los querubes,
que el trono de la Virgen circuían,
entonaron un himno de amor lleno
que mi entusasta corazón bebía.
      Éxtasis fue que reveló a mi alma
que hay otro mundo de ventura y dicha;
y a la madre de Dios vi que, risueña,
entre nubes al valle descendía.
      Desprendióte del árbol, en mis manos
púsote al fin con celestial sonrisa
y me dijo con voz que desde entonces
en el fondo quedó del alma mía:
      "Ésta es tu compañera: para siempre
consérvale tu amor, niña querida,
y no desprendas de tu frente humilde
esa corona de altivez sencilla.
      Toda la dicha que en tu alma cabe
te la ha de dar tu enamorada lira;
ecos de bendición son sus acentos
o dulces ecos de alabanzas mías."
      Dijo, y desapareció: su voz celeste
yo escuché proternada de rodillas
y, al alejarme, te tomé en mis brazos
como a una tierna y cariñosa amiga.
      Cuando la tenue luz de las estrellas
me trajo el sueño arrulladora brisa,
suspendida quedaste de mi cuna
y mi sueño encantó tu compañía.
      Cambióse mi destino: a todas partes
conmigo te llevé, mi dulce lira,
y en ti buscaba mi consuelo sólo
si el dolor me agobiaba o la vigilia.
      De duelo y de pesar eran tus ecos
de mi vida en las páginas sombrías
y con ecos de amor y de esperanza
celebrabas, alegre, mi sonrisa.
      Mas luego te olvidé: que me dijeron
que el mísero metal compra la dicha
y oíste al oro, en estridentes sones,
qu de tu casta sencillez reía.
      Por eso enmudeciste: yo en malhora,
atenta a contemplar el ansia impía
con que corren los míseros humanos
a gozar el festín que llaman vida,
      de ti me separé, vi tu corona
a mis plantas caer seca y marchita
y te quedaste, encanto de mis ojos,
silenciosa, olvidada y abatida.
      ¡Ay! ¡También mi corona de ilusiones
la dura suerte convirtió en ceniza
y el loco mundo, que miraba ansiosa,
mi triste frente coronó de espinas!
      Y allí en la cabecera de mi lecho,
tú me has visto doblar la sien herida;
tú me has vistollamar tiempos mejores
y me has recogido las plegarias mías.
      Hoy me vuelvo a tu amor: ingrata he sido,
ingrata para ti, mi dulce amiga;
pero yo te prometo para siempe
en el alma guardar tus melodías.
      Horas serán de afán las que consagre
al rudo empeño de ganar la vida:
las horas de dolor serán la prosa;
las horas de placer, la poesía.
      Vivirás para mí en amor santo
volveremos a estar por siempre unidas,
que sólo con amor pagar podemos
los dones que los cielos nos envían.
      Cantemos a las madres y los niños;
cantemos del amor la luz bendta;
cantemos la virtuad, la paz del alma,
y Dios recogerá nuestra armonía.
      Y en vez de la corona que perdiste
cuando te abandoné, mi pobre lira,
en tu frente pondré ul nevado velo
que mi frente ciñó cuando era niña.
      Y entre el tenue tejido de su gasa
brotarán los amores, las sonrisas,
y de la infancia los halagos puros
que irán a acariciar tu sien marchita.
      Cuando juntas cantemos, en sus pliegues
dejarásme ocultar con alegría
y detrás de mi velo de inocencia
quedarán las tormentas de la vida.

Pilar Sinués de Marco
Mujeres de carne y verso.
Antología poética femenina
en lengua española del siglo XX.
Edición de Manuel Francisco Reina.
La esfera literaria. 2002


"Era una mujer alta y bastante corpulenta: su tez era basta y encendida: sus ojos negros y pequeños, de mirada maligna y dura, estaban separados por espesas cejas negras y ásperas, y guarnecidos de pestañas muy espesas, pero muy cortas, señal segura de dureza de corazón, así como las largas y convexas lo son de sensibilidad.
Sobre su delgado labio superior, se extendía un bigote negro, que le había envidiado más de un adolescente: tenía la frente estrecha y deprimida, la nariz regular y la barba cuadrada completamente.
Su cabello, bastante escaso, era negro y reluciente, con ese brillo peculiar de las cabelleras cerdosas, y que se adquiere con el uso continuo y repugnante de la grasa.
Por lo demás, no había en ella nada que agradase por la delicadeza de la forma: tenía el talle echado a perder y grueso, porque jamás llevaba corsé: el cuello corto y rollizo: sólo su pie y su mano eran pasables, ventajas que hacía lucir con una insistencia bastante inoportuna.
Traía para el camino un traje lanilla, estropeado y viejo, porque era en extremo desaseada: una manteleta antigua, de seda, y lustrosa a fuerza de haber prestado largos servicios, y un sombrero de paja, aunque se estaba en el mes de Enero, componían su presuntuoso, ridículo y deteriorado atavío.
Pendiente del brazo llevaba una bolsa de terciopelo con boquilla de acero, y sus manos, encendidas por el polvo del camino, no tenían guantes."

María del Pilar Sinués
El alma enferma



El viento

–Porque esas blancas nubes serenas e inocentes
jamás formar supieron graniza destructor;
porque esas blancas nubes su faz muestran rientes
y nunca encapotaron del cielo el resplandor.

El grande acatar debe lo dulce y amoroso;
el fuerte, la inocencia, la calma y suavidad:
por eso el rey del mundo, el viento poderoso,
respeta de esas nubes la cándida humildad.

Pilar Sinués de Marco



"La instrucción de la mujer debe estar reducida únicamente a sentir, amar a su esposo y a sus hijos y a saber educar a sus hijas para que sean lo que ellas deben ser: buenas esposa y buenas madres. (...) Es una verdad innegable que la mujer recibe su segunda educación de su esposo. Una joven de dieciocho años no puede tener, al casarse, ideas fijas, ni aún formado su carácter, y muchas mujeres que se enlazan de treinta, lo tienen tan pueril como una niña de dieciséis." 

María del Pilar Sinués
El ángel del hogar. 1859 página 258, 259



"La mujer ha recibido de la naturaleza la misión de sembrar de flores el sendero de la vida."

Pilar Sinués de Marco



"Una joven bien educada puede, en el día de la desgracia, enseñar cosas buenas y agradables; puede ganar su vida y unirse al hombre que ama, aunque la fortuna de ese hombre sea modesta, porque puede ayudarle; una señorita cuya educación abrace el amor y el cuidado del hogar y el conocimiento perfecto de una de las manifestaciones del arte, puede educar a sus hijos y hasta escribir algunos libros que ayuden al bienestar de los suyos, porque la literatura va siendo ya lucrativa."

María del Pilar Sinués y Navarro más conocida como María del Pilar Sinués de Marco






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