Aquello en lo que te fijas cuando salimos por las noches

Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
          vida era renunciando a la propiedad particular.
Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos
          en música de cámara, con mis zapatos.
Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido. 
          Vende dos y ante ti se revolverán las semillas de tu reino.
Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí que los compraría de colores para camuflar mi identidad, 
          sobrios si aspiro a desvelar mis secretos.
No tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
          suciamente. He descubierto que pasos-pequeños
conducen a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.

Descalza, de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
          por dentro de tanta soledad.

Elena Medel



Irène Némirovsky

                                                   Para Benjamín Prado

Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo a los nazis, saltando la valla.
Yo soy David Golder arruinado tras tu muerte.
Yo soy un acorde de piano cualquiera
que, de repente, en Issy-L'Evêque suena.
Yo soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo soy las lágrimas que derramaste
en una cámara de gas en Auschwitz.
Yo soy el espíritu de la mala suerte.
Yo soy, como tú, una judía atea.
Yo también me exilié por la guerra.
Y soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y soy un perro y soy un lobo
y soy un trago de vino de soledad...
Y soy tu todo y soy tu nada.
Y soy el cabrón alemán que te mató.
Y el germen de la semilla de tu ser.
Yo también me marché de Kiev.
Yo soy tú y a la vez yo.
Yo soy un insecto que por noviembre
merodea en los crematorios.
Yo soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy tu mano que acaricia sus cabellos
y que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y digo que este poema es Irène Némirovsky
lo mismo que yo soy Finlandia en 1918
y tú eres un corazón más en un mundo vacío.

Elena Medel
De "Mi primer bikini" 2001




Los niños que se mueren

Los niños que se mueren
pueden elegir entre saltar durante el día sobre camas de
          hormigón dulce, o comerse las sábanas muy lento, con
          los ojos cerrados y felices.
El privilegio de la franela. Dos centésimas de miedo para
          que suelten su mano: por la avenida se agarran de la
          punta de mis dedos, mordiéndome, mamá.
Ya no tengo piernas y canto muy bajito, buscando en un lugar
          cerca de mi padre, así que ellos me hacen compañía
          antes de llegar a casa.
Qué alegría en el vestíbulo: soy tan blandita que no puedo 
          morir.
Tengo amigos sin sueño ni pijama. Huelen a víspera de 
          festivo, y convierten los termómetros en un cuento de
          buenas noches, y han muerto y sin embargo
confían en enero igual que en las ventanas y la voz de la
          nieve.
Así es la vida de los niños que se mueren. Acolchada. Muy
          dulce. Es tan bello extinguirse siendo niño...

Elena Medel
De "Tara" 2006


Punto de partida

Un poema condenado al ocio. 
Sus dieciocho versos montan en autobús 
y guardo en la cartera -dibujos animados- 
dos pasajes con destino a la garganta. 
Tu móvil, apenas unos céntimos, sonrisa: 
ganarte así, renegando de Espronceda. 

Tus besos son la excusa del verano. 

Elena Medel



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