Bailando claqué por los raíles de la conciencia

Hay un lugar sin nombre en mi cerebro,
un cigarrillo, inesperadamente solo. 

A veces observa mis venas,
cuando cierran por reformas,
y remodelan el cajón donde duerme
el silbido de las sienes,
junto a las hogueras que nunca muerden mis huesos
ni bailan claqué por los raíles de la conciencia,
y por la silueta cadavérica de los coches de mi calle. 

Hay una habitación sin zapatos en mi casa,
quizá un par de medias, aterradoras, desnudas,
con la agonía de saberse siempre
entre dos incendios submarinos,
que me miran de perfil.

Marian Raméntol


La tilde se ha perdido en la bohemia

Voy a ponerle nombre a una sonrisa.
A esa,
la que he visto columpiarse más de una vez
entre los dedos de una tarde entrada en años.
Porque es insuficiente saber contar las letras
que hacen noche en lo indecible pero no saben a mar,
y caminan luciendo su vientres como bombas.

Ya no nos queda tiempo
para jugar al póquer con la memoria,
la tilde se ha perdido en la bohemia,
y sólo queda un lugar urgente para el beso.
Démonos prisa,
antes de que a alguien se le ocurra
nombrarte antes que yo.

Marian Raméntol


Mancho de silencios el ahogo

Me traiciona el paisaje de mi cuerpo
no hay antibiótico para estos párpados
que se pudren en la maleza de las calles,
como la obscenidad de la huella de un curioso
sobre el rumor de sillas y patíbulos,
que siempre deja relojes falsos sobre la mesa
y cicatrices auténticas en las encías.

Pero a veces,
amanece el vértigo de las hojas,
sobre el eco de los libros y el café.

Entonces imagino un caballo de cartón
que libra sus batallas en quirófanos salados,
una tarde preguntándole a la fuente
cuando cambió el agua por limpia cristales,
un par de pechos aprendiendo los pasos de baile
que ofrece la gelatina cuando cruza
la tráquea a toda leche,
y me veo en un rincón del pentagrama,
tan absurda
como una niña
lanzando sobre una luna sin parabrisas
toneladas de maquillaje y grietas arrugadas.

Y mancho de silencios el ahogo, la carcoma
y los deseos, como un saxofón tuberculoso.

Marian Raméntol






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