Caña de bambú

a la memoria de Mosameet Hena, ejecutada

                                 en Naria, Bangladesh, el 2/02/2011


                                                               Flexible la caña

                                                                        cimbra la proximidad

                                                             de la tormenta

                                                                                       Beatriz Vallejos




El Ganges satelital abre cauces violetas.

Penetra, el delta, una tierra húmeda

de bosques y pantanos:

boca de río sagrado   

territorio modelador de la tragedia.



Sigila

-ojo de tigre-

-ojo de ágata-

la sombra azul del tigre real bengalí.



Un solo acto bastará para mochar y tachar

la sombra también azul de Mosameet: 

             shaluk, loto, nenúfar.



Escena Primera: 

El decorado sobre telas negras sugiere un tribunal clandestino:                                …………………………………………………… / el shalish.

Carátula del conflicto en la mira: “relación ilícita”.

Dictamen: fetua o fatua

nada fatua, sí asesina.

Enardecido,

letra a letra la transcribe el muftí,

en rústico caftán sumido

sumiso el hombre a la ciega ira patriarcal

ha citado a la inculpada

la solapada

la incestuosa

la manchada incitada a la cita

bocado en bandeja de oro

ambrosía

para todas las bocas de Mahabub, violador.



Pero esa es harina de otro costal

harina protegida,

dogma de fe.



La sentencia pide en cambio cien azotes para Mosameet,

la puta imputada.



Escena Segunda y desenlace:

La acción transcurre en Naria, caserío al sur de Dacca,

capital de Bangladesh.

La coordenada temporal dice febrero, 2011.



Por doquier desparramados hay tallos de bambusa arundinaria 

originaria de la India, 

caña fuerte con vocación de altura.



Y porque en lo alto enlaza la vara la voz del viento

talla en su hueco y lija y pule oboes y caramillos el luthier.



Pero el lado oscuro del corazón también existe y talla

y en negra dimensión afina su látigo el verdugo

chasquea

el aire antes que la flexible espalda cimbre

como sepulturera cimbra la caña y escarmienta

a la rea Mosameet



devenida surco va naciendo su espalda las ochenta líneas

ochenta semillas plantadas

para un bosquecito de rojas cañas de bambú.



La niña

……….shaluk, loto, nenúfar

también ella vara elástica,

ha resistido el peso de monzones y ciclones



pero no resistirá

este rojo hondo tatuaje:

ochenta veces roturada

crecerá en el surco el tiempo

proliferadas cañas de larga sombra.



A su resguardo

oirá una tarde el poeta peregrino

el lamento póstumo de la real niña bengalí;

por cada uno de los ochenta versos

que el viento ha de gemir,

él escribirá una flor.

Marta Ortiz
publicado en Casa de viento (poesía, Alción Editora, Córdoba, 2015



Flores ácidas

Para Anusha *, a su memoria


Mejor si con paciencia de artesano

–aguja y tinta de tatoo mediante–

esas flores sin pétalos se abrieran en tu piel,

            –Anusha–


Mejor si marcado al roce del arte,

el relato nombrara sólo adolescencia:

mariposa / amor / luna / ideograma;


mejor si cubierto de arena cada estambre

si trazos en la memoria del siglo

           –de los siglos–

si tallado en la piedra el monolito,

hendido a golpes de gubia

entintado el surco y mil

veces copiado el lema y volanteado

a las muchachas vecinas.


Nunca este serpenteo de flores ácidas

esta culebrilla amorfa,

tu luz acribillada en el oscuro caldo:


manos amadas –y armadas–

gatillaron /chamuscaron

tu frágil envoltura

capa sobre capa

dragados tus ríos

tus colinas

la seda oliva de tu piel

      –aniquilada–

la inscripción de la belleza en el estuche .


Ni aguas abiertas

ni cruce impune a la otra orilla.


Sí tu negra caja

de puños y madera lacrada

cerrados / impotentes,


gotea sangre la lengua del poema:

alfabetos / deletreos / delirios

la cartografía de tus nuevas estaciones:


dolor

desamparo

intemperie

muerte

*Anusha, adolescente quemada con ácido (por su padre con ayuda de su madre) y fallecida la última semana de octubre de 2012 en Saidpur Bela, aldea de Khoi Ratta (región), Cachemira, Pakistán.

Marta Ortiz








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