Desde el más allá

Desconozco los motivos,
aun ahora, desde aquí, 
el más allá,
todavía los ignoro.

Mi presencia palpable de mujer
desencadenaba en ti la furia salvaje.

Golpes, caricias brutales,
besos acerados y sombras homicidas
acercabas día y noche en ofrenda 
a mi pesadilla, 
cada vez que los miedos, tuyos,
te corroían los huesos vacíos y
el lobo feroz que te habita
te buscaba para saciarse
hambriento de víctimas.

En los días que, valerosamente,
descuartizabas mi vida y
la sensación de terror
era mi fiel compañera,
esos días, yo, ya moría.
Impotentemente moría.

El esqueleto se me achicaba instintivamente
          —más intuitivo que yo—
Mi alma se ahuyentaba envuelta en temblores
y mis pies se paralizaban temerosamente 
invocando con gesto desolado la invisibilidad.

En mi postrero día…
Tus ojos sombríos arribaron en mi cuello.
Tus voces coléricas asesinaron mi cuerpo.
Tus siniestras manos dieron partida,
bajo un mortal silencio,
a mi último lamento.

Hoy por hoy, todavía algunas veces en la casa (en el mundo) huele a sangre…

A partir de ahora tus noches se llenarán de sombras;
mi presencia ausente de mujer, por siempre ya impalpable,
te visitará suscitándote inquietudes eternas…
                   Que así sea, y tu desvelo infinito.
                   Por los siglos de los siglos,
                                       AMÉN.

Mary Zurbano





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