"Incluso después de su conversación y una vez que ella había renunciado por completo al mundo, conservó una parte de su belleza; y un caballero de mundo la vio en ese momento en casa de su hermano, Príncipe de Condé, y declaró que el paso de la edad apenas se manifestaba en ella; que con su piedad, candor, modestia y dulzura, ennoblecidos por su aire de dignidad, era capaz en este período de resultar agradable como siempre.
Al describir a la persona de Madame de Longueville, nos hallamos en la tesitura de trazar el carácter de su mente y de su alma.
Su mente ha sido homenajeada por los más delicados expertos. Hemos sido testigos de que La Rochefoucauld, Retz, y Madame de Motteville la alaban tanto como su belleza. Retz nos insta en particular a fijarnos en el hecho de que su mente le debe todo a la naturaleza y casi nada al estudio, proviniendo su indolencia de los esfuerzos ordinarios. "Madame de Longueville -dice- tiene, naturalmente, un gran caudal de ingenio, pero posee en mayor grado delicadeza y tacto. Su talento, que no ha sido incentivado por su indolencia, no es ejercitado sobre asuntos de negocios, etc." Y hablando de la languidez de sus modales: "Ella atesora una languidez de espíritu que resulta encantadora, dado que tenía, si así puede decirse, despertares luminosos y sorprendentes" Madame de Motteville coincide con el Cardenal de Ketz: "Esta princesa... era sumamente indolente" El gran mundo, que aplaude de ordinario con demasiada admiración las buenas cualidades de las personas de rango, había privado a Madame de Longueville de oportunidades para la lectura y para adiestrar su mente mediante el aprendizaje. Ella se encontraba muy lejos de todo esto y no se resentía por sus adquisiciones. Mientras que sus dos hermanos, el Príncipe de Condé y el Príncipe de Conti, habían estudiado asiduamente con los jesuitas de Bourges y París, Mademoiselle de Borbón había recibido, bajo la dirección de su madre, nada más que las sencillas instrucciones dadas en aquel tiempo a las mujeres. Su feliz disposición y el trato social con espíritus selectos que pululaban a su alrededor le suministraba todo lo necesario. Siendo incluso muy niña, ella había gozado de una gran reputación y me parece que siendo aún una niña hubo de hacer frente a todos aquellos elogios y dedicatorias. Tengo ahora ante mí una trágica comedia pastoral (¿titulada Urania?) que un tal Bribard le dedicó a ella en 1631; es decir, cuando tenía doce años. El tal Bridard dice: "Los cortesanos más ilustres saben que posee una mente muy adelantada a sus años. Yo mismo puedo dar testimonio de ello, después de haberla oído recitar versos con tanta gracia que podría llegar a pensar que me hallo ante un ángel que con toda su belleza hubiera descendido sobre la tierra para disertar sobre las maravillas del cielo."

Victor Cousin
La juventud de Madame de Longueville...


“La justicia es el freno de la humanidad.”

Victor Cousin


"Me decís, supongo, que no tengo gusto, que no tengo juicio... ¿qué puedo decir? ¿no dispongo del mismo sentido que vosotros?... luego, ¿cómo podéis decir que tenéis la razón, si solo expresáis las razones que profesáis? ¿cómo podéis decir que estoy equivocado si precisamente hago lo mismo que vosotros?... Si el juicio de las personas y las cosas se resuelve a partir de una sensación y además no hay nada en este mundo, en la infinita diversidad de nuestras disposiciones, que pueda gustar a todos, luego no existirá nada que sea verdad, es decir, no existirá ni lo verdadero ni lo falso, ni el bien ni el mal, ni lo bello ni lo feo... Lo absurdo de estas consecuencias demuestra mis preguntas del principio."

Victor Cousin
Tomada del libro de Paul Choisnard, Psicología astral y psicología, página 11


"Podemos percibir la misma verdad sin preguntarnos a nosotros mismos esta cuestión: ¿Tenemos la capacidad de no admitir esta verdad? Nosotros la percibimos, por tanto, por la mera virtud de la inteligencia que nos ha sido dada, la cual, espontáneamente, efectúa este ejercicio de comprensión; o en su lugar, nosotros intentamos dudar de la verdad que percibimos, intentamos negarla; nosotros no somos capaces de hacer eso y por tanto ella se presenta ante nuestra reflexión como algo superior a todo, algo imposible de ser negado; se nos manifiesta no sólo como verdad, sino como verdad necesaria.
¿No es evidente también que nosotros no comenzamos por la reflexión, que la reflexión supone una operación previa y que esta operación en base a no ser ajena a la reflexión y no diferir de ella ha de ser totalmente espontánea; que, por lo tanto, la intuición espontánea e instintiva de la verdad precede a su reflexión y necesaria concepción?
La reflexión es un progreso más o menos tardío en el individuo y en la raza. Es, por excelencia, la facultad filosófica; algunas veces genera duda y escepticismo, algunas veces genera convicciones que, por ser racionales, son más profundas. Construye sistemas, crea la lógica artificial y todas esas fórmulas que ahora utilizamos por la fuerza de la costumbre como si fueran naturales para nosotros. Pero la intuición espontánea es la verdadera lógica de la naturaleza. Preside la adquisición de casi todos nuestros conocimientos. Los niños, las personas, las tres cuartas partes de la raza humana nunca la traspasan y descansan allí en una seguridad sin límites.
La cuestión del origen de las cogniciones humanas es resuelto por nosotros de la manera más simple: es suficiente para nosotros determinar esa operación de la mente que precede a todas las demás, sin la cual ninguna otra se llevaría a cabo y que es el primer ejercicio y la primera forma de nuestra facultad cognoscitiva."

Victor Cousin
Verdad, belleza y bien









No hay comentarios: