Las tardes prisioneras

Las tardes prisioneras
En los rincones fríos
Y las canciones cónicas de los jardines
Golondrinas sin alas
Entre la niebla sólida
Angustia en mi garganta
Sobre la frente seca
Y en tus manos una estrella fresca
Después, en el valle sin sol
Un mismo ruido
La luna y el reloj

Olga Acevedo


Los malos vientos

Yo venía rosada de fresca adolescencia,
por la campiña verde, bajo el azul de Dios...
Yo venía cantando mi sana florescencia
con el cristal sonoro de mi cándida voz.

Yo venía rosada. Yo venía fragante
oliendo a agüita clara y a risueño botón...
Tú estabas a la vera de mi huella triunfante
para torcer mis pasos hacia tu corazón!

Y como fascinada yo seguí el laberinto
de tus suaves pendientes todas ellas de Amor...
Yo venía rosada con olor a jacinto
Yo venía cantando sin saber del Dolor...

Y hoy... que un viento de olvido sacudió mis hondores
vengo triste y velada por mortal palidez...
Yo venía rosada con mis sueños cantores
y hoy me vuelvo amarilla de temprana viudez...

Olga Acevedo


Primavera

"Hay un espeso amor de tréboles rosados,
un delicioso impulso de oscuras músicas terrestres.
Gozo puro, coral de nidos y de arcángeles,
arboledas que trinan como arpas encantadas.
Hora de misteriosos regocijos y olorosos contactos.
Gran festival de músicas y guirnaldas radiantes.
Es la hora de los capullos y las gemas henchidas.
Pájaros de maravilla cuelgan cítaras de oro
en las altas copas verdinegras.
¡Dios se mira en los ojos puros del aire amaneciente!
Oíd la grácil zapatilla del agua entre el boscaje
va de princesa oculta, suspira apenas,
se desliza entre finos canastillos de pétalos
y entra en ondas castísimas al corazón terrestre.
Oh festival de cánticos y gozosas estrellas.
Ternura de nidales tibios, fragante amor de tréboles
y ardientes madreselvas.
Las manos del buen Dios tienden un palio blanco
sobre los cuatro puntos cardinales del tiempo!"

Olga Acevedo


Serenata

Rayo de luna suave que llegas a mi estancia...
Entre tus velos blancos mi Carne disolved!
Este espíritu puro puede ser la fragancia
del espíritu blanco de tu buena merced!

Rayo de luna suave que llegas a mi estancia
a ponerme de blanco «la tristeza de ser»...
Ya que en tus albos tules soy como una fragancia
¡hazme como una nube que no pueda volver!

Llévame entre los pliegues de tus rasos plateados!
Tómame con tus manos que son flores de amor...
Vedme como una novia con los velos rasgados
y con los azahares deshojados en flor!...

Rayo de luna suave que llegas a mi estancia...
¡Vedme como una novia que no habrá de ser más!
Ya que en tus blancas gasas soy como una fragancia
¡hazme como una nube que no vuelva jamás

Olga Acevedo


Sitio

Me veo aún, asegura de la mano de un ángel,
liviana, livianísima, como sobrevolando por extraños follajes.
Me perseguía un viento negro de cuchillos y lágrimas.
Volaban por el aire mis camelias deshechas.
Y con horrible estruendo se abrieron cráteres y abismos
poblado del duro instante de escalofriantes máscaras.
Amenazada con su propia madriguera la víbora
silbaba agudamente (también inútilmente).
Las corrientes de fuego arrasaron con todo.
No hubo límite en pie. Copa, raíz y báculo
cayeron con gran desgarrarniento.
Hasta donde mirábamos se elevaban ardiendo los torrentes siniestros.

Nos perseguían encarnizadamente, nos cerraban el paso.
Su flecha envenenada me buscaba el corazón, la vida.
Algo me hirió por fin, y estallé en ese llanto
silencioso y humilde que me sé desde siempre.
Quise saber el nombre de ese extraño suceso
e interrogué llorando a los dulces guardianes de mi alma.
Largo tiempo tal vez me sostuvo en su nimbo
el mayor de los ángeles que vigilan mi casa.
Y entendí en mi inocencia que entonces, en ese preciso instante,
adonde fuera el alma con sus rosas de fuego,
me hallaría sitiada por rabiosos espectros y mortales enigmas.
Hasta que vino el día que alumbró cielo y tierra.
Se limpiaron los suaves horizontes. Una paz de ala blanca
se esparció por los ámbitos más íntimos del alma.
Y aunque herida, enlutada por la prueba más dura,
el mayor de los ángeles que vigila mi casa
me reveló el secreto. Y me colmó de estrellas,
de fulgurantes dones y apasionados frutos.
Oh Madre soledad, déjame ahora y siempre
adentro de tu espíritu de nardos y de lámparas,
bien segura, bien firme, como en caja sellada
donde no alcanza nada, ni nadie halla la puerta.

Olga Acevedo









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