Aquí me tiene
  
Aquí me tienes. ¿Recuerdas…? Así te dije.

No tienes que tomarme porque tuya soy desde hace siglos.

Desde el primer hombre y la primera mujer.
Nuestra historia no empieza…
¡Si los años lo saben de hace tanto…!

La escribimos nosotros; sí, nosotros;
otra carne, otra luz, otra distancia,
pero tu alma y la mía siempre fueron.
Tuya soy; desde el aire y la tumba, tuya soy;
desde el soplo primero de la vida
hasta el poderoso misterio de la nada.

No tienes que tomarme;
estoy en ti como puedes estarlo tú en ti mismo;
así estoy, porque existes, simplemente…

Lo nuestro no comienza…
con el primer latido de la tierra
mi piel y mi sueño fueron tuyos,
y heredados a través de los paisajes,
modelados por los siglos,
por las piedras durísimas y tristes de las horas,
aquí están…

Aquí están, piel y sueño de tu piel y sueño;
aquí están, en la arteria vital de tu silencio
y en el canto socavado de tu sangre.

Aquí me tienes.
Tuya soy sin razones y sin gestos;
así, simplemente, porque siempre,
desde siglos y siglos tuya fui…

Nira Etchenique


Sin amor

Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
si sólo hubieras dibujado con tu mano cabal
la mansedumbre de mi cuerpo,
si me hubieras asaltado en silencio,
como el agua,
si hubieras venido a mí como un sonámbulo,
todo pulso, y calor, y piel, y lengua.

Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
esta noche,
esta noche tan amarga
me sería más fácil caminarla.
Caminarla sin ti que estás mordido
como pan de vagabundo en la ventana,
caminarla sin ti, que te has herido
como pájaro de vientre prolongado.

Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
si sólo hubieras llegado con tu hoy
simple y rotundo como un cero
y nada más, y nada de tu ayer y tu castigo,
y tu culpa y tu viejo carro uncido.
Si me hubieras penetrado sin palabras
solo y único, en silencio, acorazado.
Si me hubieras medido con tu carne
con la boca afirmada a la moneda,
si me hubieras logrado sin hablarme....

Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
si solo hubieras descendido oscuro
y anónimo y feroz y enmudecido,
qué fácil caminar por esta noche
de ciudad dilatada en bocacalles.
Qué fácil detenerte en las esquinas
y en las manos que juegan a ser rosas
sobre el límpido cristal de las vidrieras.
¡Qué fácil el otoño y el olvido! 

Nira Etchenique


Sin embargo recuerdo.
Un cuarto piso.
Gorriones que venían con espejos,
Un suave olor a nardo,
Un suave olor a sexo,
Un suave olor a noche,
Un suave, suave, suave,
Un suave olor a humano.

Entonces las ventanas se abrían como madres
Y el cigarrillo ardía
Y ardía la campana, la lámpara, el abismo
Del muslo que gemía, del labio que quemaba,
Del áspero silencio sangrando boca arriba.

A veces te tocaba como si hubieras muerto.
Se me ocurrían cosas de loca, parecía
Que el mundo era de yema,
De azúcar, de canela,
Que había alcohol caliente tocando las paredes
Y pájaros de trigo colgando de mis senos.
Se me courrían cosas de loca, me reía
O acaso no reía,
O acaso me callaba
O sólo, solamente
O solamente acaso
Lloraba con el gusto de tu pelo en mi boca.

A veces te miraba como si hubieras muerto,
Dormido, estremecido, sin protección ni odio,
Prófugo de mi arena, solo en isla de miedo,
Negro de negra ausencia
Marinero sin espumas.
O quizá me soñabas y me estabas soñando
Pero yo te miraba como si hubieras muerto.
Entonces en el barco feroz de mi garganta
Navegaba cigarras, hormigas, grillos ciegos,
Un circo de cristales
Un mercado de lobos un pozo de calandrias
Y un cántaro de rosas.
La tarde se ponía color de cien naranjas.

Volvías a tu isla.
Naufragabas en mí.

Nira Etchenique


"[...] Todo conduce a él en un sufrimiento inútil. Aparece como una enajenación, es un descubrimiento doloroso que nos revela las débiles consistencias de nuestra naturaleza enfrentada al horror sin la posibilidad de reflexionar. Es un asalto brutal que nos empobrece rápidamente y hace vulnerable el instinto. La realidad nos impide tomar distancia para observar el contenido de la conciencia. El rostro del miedo se multiplica en noches infinitas sacudidas por el contraste sin referencias de viejas raíces podridas que alimentábamos en secreto, y temblores que impiden encajar las viejas experiencias en un modo desgarrante de padecer y de vivir.
¿Este es nuestro país, nuestra tierra? El miedo nos empapa y rezuma. La calle levanta atmósferas amenazantes que transportamos en la intimidad, es un eclipse de la razón que lame nuestros pasos. Taparse los ojos, algodonarse los oídos. No hay amuleto contra el miedo. Veremos, oiremos por las células, por los poros, crujiendo y vomitando como los médium de un sacrílego rito.
Sólo en los amaneceres encontramos algo de paz. Entumecidos por el cansancio aceptamos dormir. Hasta allí llegarán los coletazos del miedo y los sueños serán pequeños roedores que desgastan el corazón creando con los restos de nuestra energía las pesadillas que acabarán por consumirnos. Al despertar preguntaremos azorados qué parte de nosotros mismos hemos perdido, cuántas deberán aún seguir cayendo en esta extenuante batalla contra el miedo. Agotados, enfermos, entraremos día a día en pequeños instantes de vitalidad –miserable tregua de la que extraeremos, como pordioseros, la voluntad estratégica de sobrevivir.
Todos envejecemos hasta comprender que es preferible sufrir el espantoso estremecimiento de un hecho antes de soportar su espera. Es entonces cuando se produce la colisión. El miedo desaparece. Su lugar será ocupado por la persona.
Tambaleamos al borde de un abismo intemporal. Preguntamos quién es nuestro enemigo. Preguntamos, preguntamos, preguntamos. ¿Me matarán por pensar, me matarán por escribir, me matarán por no creer en dios, me matarán por querer ser una persona? ¿Me matarán por saber, por oír, por ver?
Las palabras revientan sofocadas por aullidos, estallan en vómitos de coágulos contra las paredes de baldíos barriales en los que por las mañanas manos piadosas queman pelotas de trapos ensangrentados.
Las nubes asesinas no interrogan. Son la justicia de la barbarie."

Nira Etchenique
Persona











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