Arte de soledad

No puedo olvidar que estaba hecha de noche,
construida con un caliente sortilegio de estrellas,
edificada sobre un blanco bambú de luna.
No puedo olvidar su espina dorsal,
ese junco que amagaba de luciérnagas
o el suspensivo néctar de sus ojos de azotea
o el miedo que sus carencias maldecían,
ese miedo que la desmoría,
que dejaba desnudo el odio de su raíz
porque sus manos nacían bajo la tierra
de un caos huérfano que me arrojaba
desde su fortaleza cada día más virgen.
No llevaba encima ni su propio nombre
porque le pesaba respirarse,
no era consciente de sus caníbales andanzas
y así abandonó el perfume de los domingos
y habitó en soledad el cajón incendiado
de su propio monólogo.

Pilar Sanabria

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