Barcas submarinas

El mar y el cielo azul… duerme la arena
Su placidez de brazos siempre abiertos;
Mientras la tarde en lacitud morena
Se tiende en el cansancio de los puertos.

El tiempo en su liturgia se nos llena
De locuras y besos inexpertos,
Se nos entrega como el alma plena
Como el nirvana de los budas muertos

Estamos los dos solos… tus pestañas
Son una sombra larga de montañas
Sobre un fondo de lámparas lunares.

Sobre tu cuerpo azul de aguas cetrinas
Van mis caricias -barcas submarinas-
A naufragar en medio de tus mares…

Oswaldo Escobar Velado


Dolor tremendo

Pienso en los niños pobres de mi tierra...
En Colorado Springs no hay gente mala.
Cómo quieren al perro y a su perra,
¡son los mejores muebles de la sala! 

Aquí perros con suéter y bufandas,
con la alegria azul sobre los ojos.
Allá en mi tierra bajo jacarandas
niños pores sacándose los piojos... 

Aquí toman los perros el desayuno
con leche, tostaditas, granizado.
¡Desconocen la pena del ayuno!

Qué tremendo, tremendo este dolor:
¡Vive mejor un perro en Colorado
que un niño pobre allá en El Salvador!

Oswaldo Escobar Velado


La iguana

La iguana sola. Sobre la piedra, sola.
En pleno mediodía
apenas mueve su dorada cola.
Cola con sol y cola con poesía.

Sola. Sola. El sol la tornasola.
Se vuelve pedrería.
Su cresta en la cabeza es una ola
de fina alfarería.

Junto a los cactus, lejos de la hoja,
la iguana está sobre la piedra roja.
Sobre la piedra roja. Roja y dura.

Sola. Sola. El sol la tornasola
y cuando mueve su dorada cola,
la cola le fulgura.

Oswaldo Escobar Velado


Patria exacta

Esta es mi Patria:
un montón de hombres: millones
de hombres; un panal de hombres
que no saben siquiera
de dónde viene el semen
de sus vidas
inmensamente amargas.

Esta es mi Patria:
un río de dolor que va en camisa
y un puño de ladrones
asaltando
en pleno día
la sangre de los pobres.

Cada gerente de las compañías
es un pirata a sueldo; cada
ministro del gobierno democrático
un demagogo
que hace discursos y que el pueblo
apenas los entiende.

Ayer oí decir a uno de los técnicos
expertos en cuestiones
económicas, que todo
marcha bien; que las divisas
en oro de la patria
iluminan las noches
de Washington; que nuestro crédito
es maravilloso; que la balanza
comercial es favorable; que el precio
del café se mantendrá
como un águila ascendiendo y que somos
un pueblo feliz que vive y canta.

Así marcha y camina la mentira entre nosotros.
Así las actitudes de los irresponsables.
Y así el mundo ficticio donde cantan
como canarios tísicos,
tres o cuatro poetas,
empleados del gobierno.

Digan, griten, poetas del alpiste.
Digan la verdad que nos asedia.
Digan que somos un pueblo desnutrido,
que la leche y la carne se la reparten
entre ustedes
después que se han hartado
los dirigentes de la cosa pública.

Digan que el rábano no llega
hasta las mesas pobres; que diariamente
mueren cientos sin asistencia médica
y que hay mujeres que dejan
la uva de su vientre
a plena flor de calle.

Digan que somos lo que somos:
un pueblo doloroso,
un pueblo analfabeto,
desnutrido y sin embargo fuerte
porque otro pueblo ya se habría muerto.

Digan que somos, eso sí, un pueblo excepcional
que ama la libertad muy a pesar del hambre
en que agoniza.

Yo grito, afirmo y aseguro.

En todas partes donde vivo, el cerro.
En todas partes donde canto, el hambre.
El hambre y el dolor junto a los hombres.
La miseria golpeándoles la vida
hasta quebrar el barro más cocido del alma.

Y a esto, amigo, se le llama Patria
y se le canta un himno
y hablamos de ella como cosa suave,
como dulce tierra
a la que hay que entregar el corazón hasta la muerte.
Mientras tanto al occidente de la casa que ocupo
hay una imagen encaramada en el mundo
(¡mayor razón para que viera claro!)
y allá junto a sus pies de frío mármol
una colonia alegre
se va en las tardes
cantando a los cinemas.

Bajo la sombra de “El Salvador del Mundo”
se mira el rostro de los explotadores.
Sus grandes residencias con ventanas que cantan.
La noche iluminada para besar en Cadillac
a una muchacha rubia.

Allá en el resto de la patria, un gran dolor
nocturno: allá y yo con ellos, están los explotados.
Los que nada tenemos como no sea un grito
universal y alto para espantar la noche.

Allá las mesas de pino; las paredes
húmedas; las pestañas de los tristes candiles;
la orilla de un marco de retrato apolillado; los porrones
donde el agua canta; la cómoda
donde se guardan las boletas
de empeño; las desesperadas
camisas; el escaso pan junto a los lunes
huérfanos de horizontes; el correr
de los amargos días; las casas
donde el desahucio llega y los muebles
se quedan en la calle
mientras los niños y las madres lloran.

Allá en todo esto, junto a todo esto,
como brasa mi corazón
denuncia al apretado mundo,
la desolada habitación del hombre que sostiene
el humo de las fábricas.

Esta es la realidad.

Esta es mi Patria: 14 explotadores
y millones que mueren sin sangre en las entrañas.

Esta es la realidad.

¡Yo no la callo aunque me cueste el alma!

Oswaldo Escobar Velado


Regalo para el niño

Te regalo una paz iluminada.
Un racimo de paz y de gorriones.
Una Holanda de mieses aromada.
Y Californias de melocotones.

Un Asia sin Corea ensangrentada.
Una Corea en flor, otra en botones.
Una América en frutos sazonada.
Y un mundo azúcar de melones,

Te regalo la paz y su flor pura.
Te regalo un clavel meditabundo
para tu blanca mano de criatura.

Y en tu sueño que tiembla estremecido
hoy te dejo la paz sobre tu mundo
de niño, por la muerte sorprendido.

Oswaldo Escobar Velado



Retorno de la ausencia

Vienes desde la ausencia, taciturna,
Traes islas de humo entre las manos,
Tu pupila como una flor nocturna
Aroma mis dolores más lejanos.

Vienes desde la ausencia y sin embargo
Parece que jamás te hubieras ido,
Has estado conmigo en este amargo
Dolor que nunca me quitó el olvido.

Vienes desde la ausencia, ah viajera
Agitando tu negra cabellera
En una fuga luminosa y loca.

Vienes desde la ausencia y tu regreso
Trae la lejanía de aquel beso
Que tembló sobre el trébol de tu boca.

Oswaldo Escobar Velado



Un obrero

Triste los ojos, sin instante grato.
Sudoroso, explotado, no rendido,
Sin el derecho a descansar un rato
En el trabajo vive consumido.

Tiene casa, mujer y un hijo en crianza;
No le rinde el jornal porque el dinero
Apenas si le llena la esperanza
De pagarle sus cuentas al casero.

Si reclama un derecho que le asista,
Que le haga menos áspero el camino,
Se llama perverso y comunista.

Hombre del siglo veinte encadenado,
Encontrarás tu fe y tu destino
Cuando mi luz te haya iluminado.

Oswaldo Escobar Velado



Ya llegará, Miguel, el claro día

Adiós, hermanos, camaradas, amigos:
¡despedidme del sol y de los trigos!
Miguel Hernández

I

Vengo desde la angustia que revela
tu España traicionada.
Suave pastor de cabras de Orihuela,
dame la mano tuya constelada.

Poeta, con el fusil en la trinchera
todavía tu voz hoy nos recita
para Rosario, la dinamitera,
la capitana de la dinamita.

Imagino tus gestos: los soldados
oyéndote cantar en la batalla
bajo la madrugada… atrincherados;
aplaudido por el viento y la metralla.

Ya llegará, Miguel, el claro día
por el que tú luchaste en la trinchera.
Cuidará tus granados de poesía
tu España heroica, elemental, torera.

II

Para el pastor dormido un blanco hato de cabras
o alguna flora silvestre.
Soldado de la cárcel, su tumba no la abras.
Allí reposa y duerme un gran dolor campestre.

Enterrado muy cerca de la cárcel, amigos,
prisionera su muerte por las botas impuras,
le tiemblan a sus huesos calcinados de trigos
y banderas maduras.

Se escucha la palabra del esposo soldado.
Y me parece oírte, cercado por las balas,
decirle a Josefina, tu amor ilimitado:
“Espejo de mi carne, sustento de mis alas”.

Sólo el pueblo es el único que puede perturbar
la paz de ese reposo.
Miguel está dormido, tendrá que despertar
cuando despierte España en un día glorioso.

Mientras tanto su muerte prisionera la arranco
y me la traigo, amigos, a dejarla en América.
No es justo que repose en la cárcel de Franco
el poeta a quien el rayo dio su fuerza colérica.

Aquí tendrá de todo. Campiñas, sol y trigos.
El aire —niño libre— para el poeta que duerme;
le sobrarán amigos
para cuidar su muerte cuando su muerte enferme…

Oswaldo Escobar Velado


















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