Crónica roja

Violadita por los hijos de Jiménez
se desangra en el campo de fútbol.
Era una muchacha de paso bello
que se ponía su shortcito para correr
y luego se lo quitaba para ducharse.
Se llamaba Raquel, la suavemente.
Ahora le dicen la violadita.
/Cuando venga el hipo: te tomas tres vasos de agua
y piensas en tres viejas feas/.

En el estadio de fútbol, los hijos de Jiménez
no saben qué más hacerle al cuerpo.
Ella venía con sus tarecos de la beca
y un diploma enrollado debajo del brazo.
Se veía linda desde lejos:
un tomeguín, la suavemente.
Le gustaba desde niña a los hijos de Jiménez
que eran feos como los domingos que se mueren
sobre el largo bostezo de las gradas.
Poco que hacer había luego del partido.
En Cuba hay poco que hacer
después que los equipos recogen y se van
y el domingo comienza a morirse de tan tonto.

/Cuando venga el hipo: te tomas un vaso de aguazuca
y piensas en que un día de estos van a morirse todos los traidores/.

Pasaba Raquel y ellos le miraban zarandear
y se volvían lobos.
Tenía aquel cuerpo de perfectos arrecifes.
Una nalguita pa aquí, otra nalguita pa allá:
el pelo rítmico caía en forma de bengalas.
Fue la única vez que el padre de Raquel
no fuera a acompañarla.
Estaba con Jiménez matando un lechón para sus hijos.
Hablaban sobre la vileza de los días
y en el aire las moscas se tambaleaban
y caían, víctimas del comunismo tropical.

/Cuando venga el hipo: te tomas un café en el bisne de Jiménez
y piensas en que el viento del mar
se espesa como sopa de pescado en viernesanto/.

Pasaba, jacarandosa y tierna, suavemente
y a los hijos de Jiménez se les cruzaron las cuerdas.
Una nalguita pa aquí, otra nalguita pa allá
y ellos la seguían haciéndose los lobos.
En la calle Celia Sánchez, estrecha y tremendista,
la agarraron;
en la calle Celia Sánchez, oscura y muy propicia,
la obligaron
a coger por la calle Che Guevara hasta el estadio.

/Cuando venga el hipo: te tomas un jarro de sambumbia
y piensas en el novio de la beca/.

Le arrancan la ropita de uniforme, la acomodan.
La previoladita llora como un lechón ante el cuchillo.
―Pásame un trago, Jiménez:
no te cobro un peso y estás más cicatero que los chinos.
La machacan, la ensucian y le llenan la boca…
y le llenan el cuerpo de chiflidos.
Se toma el trago, doble… y hunde las manos en el puerco.
―Las tripas me las llevo; a mi hija le encanta la morcilla.
Se ríe Magdalena, la esposa de Jiménez.
Se ríe el marido, como un cerdo
y un vaso se cae y no se rompe.

/Cuando venga el hipo te quedas calladita
y verás que se larga y no regresa/.

Dos puñaladas… tres… y poco a poco
la sangre va manchándole el diploma.
Se ríen con risa de muchachos
que quieren morirse de tan lobos. Y se van.
En el estadio de fútbol se queda violadita y suavemente,
sin saber que va a morirse,
sin saber que el hipo llegará de pronto, inevitable.

Otilio Carvajal


El abandonador

No soy. No puedo: No siento.
No crezco. Yo apenas corro.
Me vuelvo llaga, la forro
con los tatuajes del viento.
Me quedo sin cruz. Presiento
la arena en mi boca. Digo
que si no soy un castigo
soy el que pone la cara
y cruje cual quien dispara
y termina en enemigo.

Depongo el morral, mi caza,
el desafío, un garrote,
una misa, el sacerdote
del café: la mustia taza,
el doble seis y la traza
que nos consume, y el centro
de mi pecho, donde encuentro
los abismos de otra mano.
¿No ves que soy un humano
lleno de piedras por dentro?
  
Otilio Carvajal


“Mi cabeza está en lo alto, tiesa, y no puedo dirigir la vista hacia abajo porque cada vez que lo hago los mareos me matan.”

Otilio Carvajal
El libro más triste del mundo









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