“Cuando la mujer se excita sexualmente, el útero empieza a latir como un corazón, pero un poco más lentamente.
Impulsado por la emoción erótica, palpita como una ameba que se contrae y que se expande, como lo hace el cuerpo de una rana al respirar. Justamente, los Taironas -indígenas de Colombia- representan el útero como una rana.
Durante 5 milenios fue el útero y no el corazón el símbolo del amor y de la vida. Y sabemos por la Medicina Tradicional China, que existe una conexión directa entre el corazón y esta entraña curiosa.
El útero, además, tiene conexiones nerviosas con el neocórtex y con el sistema nervioso voluntario. Por tanto, cuando la mujer recupera la unidad psicosomática útero-consciencia puede, consciente o semi-inconscientemente, acompañar ese movimiento ampliando la ola de placer, de tal manera que puede vivenciar su sexualidad de forma expandida, sana y continuada.
Lo que sucede habitualmente, es que cuando la niña llega a la adolescencia -debido a la represión de su naturaleza, miliar y social-, tiene el útero tan rígido y contraído, que la mínima apertura del cérvix uterino para dejar salir la menstruación, produce dolor.
Pero el útero es recuperable, y sabemos de jóvenes con dismenorreas, que al adquirir conciencia de su útero, visualizándolo, sintiéndolo y relajándolo, han normalizado sus ciclos.
Tomar conciencia del útero, visualizarlo, sentirlo y relajarlo puede lograr mejores y más satisfactorios resultados que las saldevas. 
Para recuperar la sensibilidad uterina la primera cosa que hay que hacer es explicar a nuestras hijas desde pequeñas que tienen un útero, para qué sirve y cómo funciona. Explicarles que cuando se llenan de emoción y de amor, su útero palpita de placer.”

Casilda Rodrigañez
El Asalto al Hades



"El imprinting es el período de transición entre la gestación intrauterina y la gestación extrauterina; es un momento muy delicado de la vida humana. Inmediatamente después del parto la madre tiene las descargas de oxitocina (la hormona del amor) más altas de toda su vida sexual, correlativas, según el psicoanálisis, a la condensación libidinal también más fuerte de su vida. En condiciones normales, sin las prácticas obstructivas hospitalarias, se vive como un deseo y una pasión indescriptibles. Biológicamente este fenómeno pertenece a la filogénesis mamífera -aunque está acentuado en nuestra especie humana- y tiene como objeto formar la díada, la unión simbiótica madre-criatura.
Por su parte, la criatura, entre media y una hora más o menos después de nacer, si está sobre el torso de la madre, reptará sobre él guiada por el olfato hasta alcanzar el pezón; la criatura no nace inútil, sino que es capaz de hacer lo necesario para sobrevivir, con el único requisito de no quitarle su hábitat. Este fenómeno ha sido descrito en términos fisiológicos y clínicos por el pediatra sudafricano Nils Bergman. Las constantes vitales como el ritmo cardíaco, la temperatura corporal o la respiración se regulan mediante hormonas que dependen de la unión piel con piel con la madre. Hay una sincronización fisiológica (nutrición, sueño, temperatura) que acompaña a la sincronización libidinal. La producción y composición, siempre variable, de la leche materna se regula por el contacto piel con piel, por la interacción libidinal a través del sistema neuroendocrino.
Cuando a la criatura se la separa de la madre, entra en una situación de estrés, con descargas de glucocorticoides (hormonas del estrés) que ponen el metabolismo basal en un modo de funcionamiento previsto para la supervivencia en situaciones límite. Esto altera la regulación fisiológica de forma más o menos grave según lo que se mantenga la situación. Además, las descargas de glucocorticoides en el cerebro de la criatura en gestación impactan negativamente en la formación de su sistema neurológico. Se está comprobando que éste es el origen de muchos trastornos autistas, bipolares, etc., así como de la capacidad para la crueldad. La neurología ha empezado a explicar cómo se somatiza la represión."

Casilda Rodrigáñez


"El origen de la violencia de hecho se conocía ya en el patriarcado primitivo. Los vikingos colgaban a los bebés de un árbol bajo la nieve, y los espartanos los tiraban montaña abajo, para que el acorazamiento de los supervivientes les convirtiera en guerreros capacitados para la crueldad. Eran formas bruscas de congelación del sistema libidinal; ahora son más sutiles, lentas e invisibles."

Casilda Rodrigáñez



"El útero de una mujer que no ha sido sexualmente reprimida desde la infancia, funciona perfectamente, produciendo placer y no dolor; pero el útero de una mujer cuya sexualidad se ha paralizado desde niña, funciona de una manera patológica y con dolor."

Casilda Rodrigáñez Bustos



"Esta es la gran impostura, la madre de todas las imposturas, el dogma básico que subyace al discurso de la dominación: creer que el ser humano es el arquetipo viril que ha sido y es protagonista de nuestra historia patriarcal, una historia de guerra entre los sexos, de dominación, esclavitud, sufrimiento humano y saqueo. Creer que somos esto, que las criaturas humanas tienen un tánatos innato, que nuestr@s hij@s son tiran@s, vag@s y perezos@s, que la letra sólo con sangre entra, y que la paz de los sexos es sólo posible mediante un pacto de sometimiento a una regulación artificial."

Casilda Rodrigáñez


"La maternidad es algo muy importante. Freud dijo que había sexualidad infantil: ¿dónde está esta sexualidad? Jean Liedloff en El concepto de continuum hablaba de su experiencia en las selvas amazónicas donde todas las criaturas van pegadas, a un@ o a otr@. No lloran y nunca dan la lata a nadie. Las mujeres hacen lo que sea con la criatura encima, o si no la suben a otra chepa. Cuando la criatura empieza a andar, el proceso de hacerse autónoma es mucho más rápido y seguro que en la sociedad occidental, porque el desarrollo psicomotor se produce con la experiencia repetida; y si el ambiente es de seguridad, no tienes miedo de experimentar; por eso en una situación de estrés y de miedo, el aprendizaje psicomotriz es mucho más lento. Aquí nos venden la seguridad física para tapar la inseguridad afectiva originada por la separación prematura de la madre, y por no haber tenido lo que te corresponde en la primera etapa."

Casilda Rodrigáñez


"Las emociones y los sentimientos pierden su sabiduría y su sentido cuando se desarraigan de las pulsiones corporales, con la represión de la sexualidad. Esta pérdida de la sabiduría emocional por la represión, es muy importante para entender el verdadero sentido del analfabetismo emocional que está hoy en boga."

Casilda Rodrigáñez


"Para parir con placer hemos de empezar por explicar a nuestros hijos que tienen útero, que cuando se llenan de emoción y de amor, palpita con placer. Hemos de re-conquistar nuestros cuerpos y re-aprender a mecer nuestro útero, a conectar sus inervaciones voluntarias con las involuntarias, sentir su latido y acompasarlo con todo nuestro cuerpo... Las mujeres tenemos que contarnos muchas cosas. De mujer a mujer, de mujer a niña, de madre a hija, de vientre a vientre."

Casilda Rodrigáñez



Recientemente me han preguntado si era verdad en términos absolutos una afirmación que hice de que nunca había recibido una orden ni de mi madre ni de mi padre, pues parece que una cosa así es difícil de creer en el mundo en el que vivimos; y sin embargo tengo que decir que sí, que es absolutamente cierto, en términos absolutos.
La verdad simple y sencilla es que amar es complacer al ser amado, y si yo deseo complacer los deseos de los seres que amo, y si los seres que me aman desean complacer mis deseos, las órdenes carecen de sentido. El sistema libidinal es el sistema de relación humano normal, que para eso existe. Las órdenes y la obediencia pertenecen a un sistema jerárquico artificial.
Complacer a los seres queridos es una cualidad del amor, una cualidad humana; no es cosa exclusiva de las madres-marujas que no tienen nada mejor a lo que dedicarse. Decirlo tendría que resultar casi tautológico, sino fuera por el magma dogmático que impide ver lo evidente.
Cuando ocurre que unos y otros deseos son incompatibles (yo quiero ir al cine y tú quieres ir al fútbol, por ejemplo), se hablan las cosas para tomar una decisión, pero fijémonos que los argumentos que cada cual emplea en general son para favorecer el cumplimiento del deseo del otr@. Entre seres que se quieren no se resuelven las cosas con la imposición de la voluntad de un@ sobre la del otr@, las dificultades transcurren por otro camino.
Y ello es así por la cualidad de la libido, que hace que la felicidad o el bienestar del ser amado sea mi felicidad y mi bienestar: en ello consiste la relación amorosa, que no tiene nada de mágico ni de espiritual, como lo prueba la producción de endorfinas y de las hormonas del estado amoroso; y como lo prueba también la propia sensación y percepción corporal de ese estado amoroso, lo que sentimos, y cómo se fija lo que sentimos, los sentimientos. Los sentimientos que fijan, hacen y conforman la estructura psíquica para la complacencia. Todas las sublimaciones y misticismos se hacen tan sólo para justificar la existencia de lo que sentimos en el estado amoroso, y arrebatarle su función de relación fraterna.
La actitud general de una madre o de un padre de complacer los deseos de sus hij@s es fundamental para que crezcan desarrollando también su capacidad de complacencia y de amar. Dicha actitud implica una confianza en la capacidad de amar de las criaturas humanas y en que se pueden desarrollar de ese modo. En este contexto dar una orden es una ofensa y una humillación, un atentado a la integridad y a la dignidad de sus hij@s, y supone la desnaturalización de las relaciones entre madre-padre e hij@s.
Quiero precisar que el empleo del término ‘vía’ (vía de la complacencia o vía de la autoridad) es porque efectivamente no se trata de actitudes concretas o puntuales, sino de la actitud general que se desprende del estado amoroso, y de las relaciones dinámicas que se establecen desde ese estado.
Si desde el principio una criatura ha sido tratada con actitud amorosa y complaciente, su actitud general será también amorosa y complaciente; y a nadie se le ocurre plantear las cosas en términos de órdenes y de obediencia; tales cosas ocurrirán en el colegio, porque allí es otra cosa, no son relaciones desde los estados amorosos.
Si una criatura desde el principio es tratada con órdenes y sus deseos han sido tratados como caprichos improcedentes, las cosas transcurren por otro camino diferente. El camino de la guerra con l@s niñ@s, de los berrinches, de las pataletas, de los chantajes, etc. Pero aquí lo que he observado es que quizá no a la primera, pero sí a la segunda o a la tercera, la criatura humana es capaz de reaccionar y de situarse en la vía de la confianza y de la complacencia, porque todavía no tiene demasiado atrofiada su capacidad amatoria.
Lo que la situación actual esconde es que hay una falsa noción del amor. Lo que se llama amor no es amor verdadero. En el estado amoroso a nadie se le ocurre dar órdenes, sino hablar, explicar las cosas, aplicarse en la resolución de las decisiones con mutuo mimo y cuidado, para conseguir lo mejor para el ser querido.
Detrás de la vía autoritaria hay una ignorancia de lo que es la criatura humana, una ignorancia y una desconfianza en sus capacidades y cualidades.
¿Es posible entonces educar “sin poner límites”? ¿Por qué la mayoría de los padres creen que es necesario “poner límites”?
Los límites no tienen nada que ver con el tipo de relación entre las personas que se encuentran dentro de esos límites. La complacencia se produce siempre dentro de unos límites, de lo que es posible.
La cuestión no está en los límites (los límites se utilizan como excusa), sino en el tipo de relación desde la que se abordan los límites, lo que podemos o no podemos hacer. Los padres siguen la inercia social y desconocen la vía de la complacencia porque nadie la practicó nunca con ell@s, y por ello no saben que existe ni saben cómo son sus hij@s y de lo que son capaces. Desconocen la capacidad de amar, de complacer, de entender, de tener iniciativas y de ser responsables de sus actos, es decir, las cualidades de sus hij@s. Y tratándoles como si no tuvieran esas cualidades, como si fueran egoístas, tontos, inútiles, irresponsables, etc., les atrofian y les hacen egoístas, tontos, inútiles e irresponsables. Esto es lo que explica Ruth Benedict en su Continuities and Discontinuities in cultural conditioning. Detrás de la supuesta protección que damos a nuestr@s hij@s lo que se ejerce es una mutilación de sus principales cualidades, un bloqueo de su desarrollo justo en el momento en el que depende su formación. Este es uno de los aspectos más importante de ese magma dogmático que sustenta nuestra sociedad basada en la dominación: no sabemos de que están hechas las criaturas humanas.
Las preguntas y el asombro que suscita mi afirmación de que ni mi madre ni mi padre me dieron jamás una orden, ni grande ni pequeña, da la medida del dogma que sustenta la dominación. ¡Si hasta la relación con la carne de mi carne tiene que ser de imposición y de dominación, como no va a ser así en el resto de la sociedad¡ Y sin embargo lo que tendría que ser difícil de creer sería lo contrario, que una madre o un padre mantuvieran con sus hij@s una relación otra que no fuera la basada en la complacencia.
En resumidas cuentas, cuando se ama a una persona se desea complacer sus deseos para hacerla feliz. Y si esa persona también me ama, también desea complacer mis deseos para hacerme feliz. La relación entre las dos personas es de mutua complacencia, y en una relación de mutua complacencia las órdenes carecen de sentido.
Ciertamente la cuestión suscitada nos coloca en la frontera del dogma conceptual básico de la dominación.

La Mimosa, marzo 2010

Nota del 20 de diciembre del 2010:

Como parece que mi afirmación de que mis padres no me dieron nunca órdenes carece de credibilidad, añado aquí una pequeña anécdota, que para mí es significativa, por si pudiera ayudar a dicha credibilidad. Estaba yo con mi hijo recién nacido y le pedí por favor a mi hija de cinco años, que debía estar entretenida jugando con algo, que me trajera una cosa, no recuerdo si un jersey o algo por el estilo, que estaba en otra habitación. Mi madre allí presente se adelantó a cualquier reacción de mi hija, y dirigiéndome una mirada de reproche que no olvidaré jamás, dijo que cómo era posible que no me diera cuenta de lo que eso fastidiaba a los niños, se levantó y fue ella a buscar y traerme lo que le había pedido a mi hija. No era ninguna teoría pedagógica ni nada por el estilo; solo la empatía con una criatura de cinco años que le salía de dentro. No recuerdo si esas fueron sus palabras exactas, pero lo de fastidiar a l@s niñ@s y el reproche de que no me diera cuenta, lo recuerdo perfectamente, lo mismo que su mirada, su gesto y su acción de adelantarse a ir a buscar ella lo que yo había pedido. 

Casilda Rodrigáñez


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