Cuando me vaya

¿Qué haré cuando me vaya?
Qué haré con tanto verbo sin alas
con la palabra no nacida, 
estrangulada por su cordón umbilical,
sembrada en una primavera quebradiza.

No traje arcones
para guardar el luto
del corazón
cuando resuenen 
las campanas que te anuncian
en mi jardín de lágrimas.

¡Pesa tanto el alma
que se inyectó en mis huesos
y que jamás fue mía!
Duele el beso negro de almibar
con el que envuelves la tela de mi nombre.

¿Qué harás cuando me haya ido?
tal vez
rebuscarás en mis glóbulos enfermos
un rasguño de luz que te alimente.

Ahora mi lengua sabe a olvido,
a precipicio, a vértigo,
y no alcanzo a distinguir un horizonte
donde no me persigan tus palomas.

Rosa Marzal


El búho

El búho palpaba 
la noche 
en el iris del agua. 

El búho 
palpaba la noche 
del agua, 
su luna de ojos. 

El búho soñaba el alma 
profunda del agua. 

Cuando escampe la lluvia- le dijo- 
pon a secar tu Aliento; 
tiéndelo al sacrílego dulzor 
de las sombras; 
bien alto, 
que no puedan los perros morder 
sus vísceras azules. 
Séllalo 
con el licor de tu lengua, 
que ni las víboras del aire 
logren filtrarse 
por sus cuencas cordales. 

Yo 
vigilaré la siesta del cielo 
mientras tanto, 
me tatuaré un silencio en la frente 
cuando 
hunda en tu vértigo 
mi insomnio 
para beber a oscuras 
la dimensión hondamente líquida 
del Grito.

Rosa Marzal


El día siguiente a la nada

Siempre temieron vomitar un adiós,
quemarse las manos
desenterrando capítulos álgidos del libro 
del tiempo. 
Cada punto y final iniciaba un alud
en sus mentes
“no me despiertes en mitad de un reglón
purulento,
mira que los fantasmas de infancia huelen
las cicatrices, como huelen el miedo
los perros”

Se pudrió la raíz del silencio y enmudeció lentamente
la vida.

Pero fui destejiendo tus muros; sembrando migas de pan
en la noche; quebrando
un esqueleto tras otro; tendiendo un puente
de lo absurdo a tu herida.
Tentamos a ciegas la luz,
creyendo que el día siguiente
a la nada
es posible nacer,
reinventarse...

Toma aliento y camina, camina con tu futuro llanto a cuestas, con el pesado fardo 
de tus sombras; lima con fiereza los afilados dientes de días venideros. La fatiga rondará
tu garganta, pero no podrá degollarte 
porque sabes que volviste a vivir el día siguiente 
a la nada; 
que el día después de lo improbable,
a ti, a mí, 
nos bautizaron con agua 
de cometa.

Rosa Marzal


En otro abril

Fue en otro abril,
bajo otra aurora distinta.

Yo era un hilo de claroscuros
que se deslizaba por el tiempo
de puntillas
para no herir sus pies
con la ruda aspereza de los días.

Entonces
cosimos primaveras de fuego
a nuestras manos.
Nos vestimos de flores encendidas
para seducir al enjambre del futuro
que parpadeaba 
sueños amarillos en el aire. 

La inocencia
quemó sus venas de alcohol
y evaporó los pulmones azules de la sangre.

La carretera del destino
abrió al sur de nuestro ser
un año luz de abismos. 

Y ahora
las palabras que narcotizan los silencios
llevan siempre
ese acento de túnel
que precede al viento reseco del olvido. 

Rosa Marzal


Expiación

Imagina 
esa lágrima hueca 
que  jamás inundó el odre de tus ojos. 

Esa luz que secó al sol del hastío. 

Ese grito amordazado y solo 
sobre las canteras del fracaso. 

Imagina tu sangre coagulándose 
en el vasto desierto de la espera 
mientras diez interrogantes masticaban 
mil onzas de averno entre sus dientes. 

Imagina 
ese animal anestesiado 
que nos ardió en la sangre tantos lustros. 
La palabra encarcelada en los huesos, 
infectada de termitas que royeron 
su corazón de lluvia. 

Esa palabra lapidaria 
fustigando 
fatigados caballos de silencio. 
Esa palabra 
goteando 
día a día 
un sueño molido entre sus dedos, 
un aliento disuelto en heridas 
que supuraban pronombres ya dispersos 
en las aceras de un sueño invertebrado. 

Y ahora desnuda todas tus visiones, 
arráncale al dolor su sombra inútil, 
expía  estos parámetros de huída, 
esta cosecha sonámbula de llanto   
detenido en la tierra del temblor, 
y arrójale al viento del olvido 
tanta ráfaga de signos funerarios.

Rosa Marzal



La mujer nenúfar

Si la vieras:
tiene tu voz de páramo,
idéntica simiente gris
en la mirada,
el mismo gesto herido
de gacela.
Muchos más pájaros, menos pozos
que yo.
más relámpagos, menos niebla,
más infancia en las manos.

Si la vieras, madre,
rozar con su piel el jazz
de los pronombres,
florecer vivaz en lechos
de agua,
mordisquear un pan de olvidos
palpando a tientas el belfo
amarillo
de la muerte, besándolo sin piedad,
domesticando el grito...

Hay algo tuyo en la mujer-nenúfar:
una hilera
de rebelde tristeza;
corpúsculos de huidizos ayeres;
grisazul infinito
enredado en el ramal de la sangre,
sal de ausencias
que se tornan memoria
al mirarme.

Rosa Marzal

Licantropía de espumas

Acostumbraba a quitarse las espinas 
con carne de relámpagos,
a envolver su magia en piedra o en palabra.
Pensaba (ingenuamente)
“ así es como uno debe arrancarse los oscuros racimos
de la muerte”
Fructificaba en su alma una ira
blanca y dulce,
una creciente ira lunar que sofocaba el aullido
de las sombras.
Creyó ver resurgir entre tumbas
auroras boreales.
Abrió en canal su vientre
y echaron a volar
lamias y víboras, cadáveres
de pájaros, niños
castrados de azul, semidioses
de humo...

Realizó incontables autopsias
al olvido,
desconociendo
que la palabra es un cigarro
que nos va consumiendo lentamente
y deja, al final, en los labios un beso
ceniciento y turbio,
un ictérico sabor
 a despedida.

Rosa Marzal











No hay comentarios: