Los demonios le nacían a Italia


Los demonios le nacían a Italia
en los campanarios abandonados
cada noche que nosotros dormíamos
acurrucados junto a la Fontana de Trevi.

Demonios pequeños como arrugas
en las manos,
que nadie mira
a no ser que el rostro
se contorsione por el terror:
( nuestra máscara de acero
no puede ocultar la sinceridad
de la carne,
última delatora de todas las edades
y cuando su candor palidece,
auténtico nombre de la muerte.)

Los demonios se nos subían por el pelo
y acampaban en nuestras estrecheces,
en los resquicios abiertos al viento
de nuestros besos,
entre las uñas que arañaban
la piel desnuda y mutilada
de nuestros cuerpos,
entre las briznas de hierba
que se nos habían pegado a los dedos.

Rostros seniles con cuerpos de vencejo,
que nadie ve,
excepto en las caricaturas hilarantes
inútiles e irreversibles
del poema.

Rosalía Linde



Partida de ajedrez

Hace mucho tiempo
que el pánico escudriña las alas de la duda.

Desde el inmenso telescopio puedo comprobar
el sitio de los cometas,
de la locura sin sentido.

Casi mordí el veneno de las brujas
cuando la sombra se fusionó con mi cuerpo
en el eclipse del misterio.

Y el tribunal se consuela de su estruendo de feria
en las partidas de ajedrez,
que sólo tienen dos contrincantes.

Silba el caballo jaques homicidas
y los alfiles toman delantera
olvidando al peón que no lamenta
el no retorno y el potro con sus bridas

se abre camino, bravo, entre las negras
Parece tan sagaz la tez dormida
del rey valioso y parco en la partida
que es capaz de eclipsar la damisela.

porque ella jamás muere en la batalla,
sólo hay un asesino en cada bando
y un penitente muerto en el combate.

el asedio de blancas ya no para
y el enigma no existe en este tango,
el destino es ballet y nunca un arte.

y cuando termina la baza me doy cuenta
de que soy la víctima que no probó nunca el veneno,
porque nombrar la cicuta es como carnalizar la muerte
en el propio cuerpo
con los ojos de otra.

Rosalía Linde


Yo me bajo en la última estación

-Yo me bajo en la última estación-,
dijo el anciano que masca tabaco
y de frente arrugada;
-pues yo me bajo en la siguiente-,
dije yo tímida ante sus ojos
como espejos negro azabache.
El tren se mueve como el paisaje,
por los rieles. Deja atrás la playa
de La Concha,
las drag queen de los carnavales de Río,
la Gran Muralla China,
las citas apuntadas en mi cuaderno
amarillo,
las estaciones,
los poemas que se solapan
en la espalda de la duda,
los cromos adhesivos de una infancia
perdida, como los días lectivos,
pero con más nostalgia:
una encina y Alicia leyendo
cobijada por su sombra.

Deja atrás mis recuerdos
y mis olvidos se vuelven amigos
de esta nueva claridad
como de nieve
que veo al atravesar los túneles
de la memoria.
-Cuando lleguemos a la próxima,
yo me bajo-,
pero mi único compañero de trayecto
se limita a sonreír
y me regala su chaqueta
de cuero negro. Me dice:
-en este vagón el aire acondicionado
está estropeado
y a mí me queda menos
de lo que te piensas para llegar
a mi parada;
de hecho ambos tenemos
el mismo destino.
Y yo pensé: por lo menos
no viajo sola en este sueño
dormido por el crepúsculo,
eterno compañero de viaje.

Rosalía Linde
De "Huesos de Ángel", 2008









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