"A lo largo de nuestra difícil historia, no nos han faltado contribuciones valiosas, y aun muy valiosas, a esa tarea colectiva que tenemos por delante, y a la que ofrecen un modesto aporte las páginas precedentes: la de precisar los verdaderos aspectos teóricos de nuestra literatura. Desde la polémica Bello-Sarmiento hasta la tarea fundadora de Martí; y desde los estudios indispensables de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes hasta nuestros días, tales aportes constituyen un corpus que en gran medida espera aún su apreciación, articulación y utilización adecuadas. Un capítulo decisivo en la historia de esa meditación fue iniciado por José Carlos Mariátegui al introducir el materialismo dialéctico e histórico en los estudios literarios […] Y el que, como paso indispensable para elaborar nuestra propia teoría literaria, insista en rechazar la imposición indiscriminada de criterios nacidos de otras literaturas, no puede ser visto, en forma alguna, como resultado de una voluntad aislacionista. La verdad es exactamente lo opuesto. Necesitamos pensar nuestra concreta realidad, señalar sus rasgos específicos, porque sólo procediendo de esa manera, a lo largo y ancho del planeta, conoceremos lo que tenemos en común, detectaremos los vínculos reales, y podremos arribar un día a lo que será de veras la teoría general de la literatura general.”

Roberto Fernández Retamar
Para el perfil definitivo del hombre, La Habana, 1995, págs. 220-221



A mi amada

En el Día de los Enamorados, el domingo, he despedido a mi amada.
Subió al ómnibus de la mano de su compañero,
Que en la otra mano llevaba una guitarra remendada.
Se sentaron sonrientes en el primer asiento: ella ocultaba su tristeza con un giro
          de sus bellos ojos,
Y él estaba ya proyectando aventuras, cacerías, veladas con música.
Los rodeaban nuevos amigos que aún ignoraban que lo eran:
Iban a empezar a conocerse en un largo viaje,
Cambiando de avión en Madrid, en Roma, hasta llegar a su destino,
Su destino de médicos durante dos años.
Fui a buscar una flor, o al menos una hoja de árbol,
Para dársela como hacía cuando ella regresaba cada domingo a su beca.
Pero el ómnibus empezó a ronronear, y tuve que regresar de prisa.
Mi amada había descendido y me esperaba en la calle.
Apenas nos abrazamos. No teníamos tiempo. Quizás tampoco teníamos fuerza.
Regreso a su asiento. Movimos nuestras manos en el aire del mediodía.
Sé que lleva en su maletín dos dólares y unos centavos y una novela alucinada.
Confío en que le duren los tres días del viaje.
Luego empezará su otra vida, su otra novela, de médica en África,
De médica en Zambia, adonde mi hija ha marchado,
En el Día de los Enamorados, de la mano de su gallardo compañero de barba
          roja.
Sé útil. Sé feliz. Este triste está orgulloso de ti.
Te espero siempre, amada.

Roberto Fernández Retamar



 Con las mismas manos

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que, en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando
supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí,
¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos -como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del pastor
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo,
Fumando, después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy quizás más,
Y mientras ayude a construir esta escuela
Con las mismas manos de acariciarte.

Roberto Fernández Retamar



"Debo decir que tengo una desconfianza enorme sobre lo que un autor pueda decir de sí. Trabado entre modestias y vanidades (que pueden ser los mismo), y sobre todo impedido insalvablemente de mirarse acon los ojos con que los ven —y sobre todo lo verán— los otros, su testimonio sólo puede tomarse con las mayores cautelas . Desautorizadas así la líneas que siguen, añadiré que quizás en el futuro, si algún ocioso quiere ocuparse de mis versos, descubrirá que, después de ilusionados pastiches, a mis veintitantos años, voluntariamente influido por la poesía inglesa (que en general conocí y sigo conociendo mal, pero así son las cosas), y especialmente por Eliot (que acaso conocía un poco menos mal), y queriendo salir de un ambiente poético enrarecido, di en buscar una poesía que se acercara a la conversación en su idioma, a los inmediato en sus asuntos (...) pero no fue sino hasta la Revolución Cubana, en 1959, que empecé a trabajar con ese idioma que había intuido, necesitado. La conmoción histórica y psicológica (¿cómo podría ser de otro modo?), que ha sido, que está siendo, este acontecimiento, y la violencia, la inmediatez de las cosas que me rodean, lo explican suficientemente. ...) Lo que uno quisiera es (...) que la poesía, en fin, sea leída como uno leyó la poesía: porque era la vida misma, incandescente."

Roberto Fernández Retamar
Trilce, V, 14, 1968-1969, págs. 40-41



El otro

Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
Sus huesos quedando en los míos,
Los ojos que le arrancaron, viendo
Por la mirada de mi cara,
Y la mano que no es su mano,
Que no es ya tampoco la mía,
Escribiendo palabras rotas
Donde él no está, en la sobrevida?

Roberto Fernández Retamar


El primer otoño de sus ojos

Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,
Pedazos del castillo del día
Sobre los muertos pensativos.

Mientras la luz se filtra entre las ramas,
El aire frío esparce las memorias.

Es el primer otoño de sus ojos.

Cuánto camino andado hasta la huesa
Donde se han ido ahilando
Los amigos nocturnos del vino
Y los lejanos maestros.

Quedar como ellos profiriendo flores,
Quedar como ellos perfumando umbrosos,
Quedar juntos y dialogar
En plantas renacientes,
Para que nuevos ojos escuchen mañana
En el cristal de otoño
Los murmullos de corazones desvanecidos.

Roberto Fernández Retamar



Epitafio de un invasor

Tu bisabuelo cabalgó por Texas,
Violó mexicanas trigueñas y robó caballos
Hasta que se casó con Mary Stonehill y fundó un hogar
De muebles de roble y God Bless Our Home.
Tu abuelo desembarcó en Santiago de Cuba,
Vio hundirse la Escuadra española, y llevó al hogar
El vaho del ron y una oscura nostalgia de mulatas.
Tu padre, hombre de paz,
Sólo pagó el sueldo de doce muchachos en Guatemala.
Fiel a los tuyos,
Te dispusiste a invadir a Cuba, en el otoño de 1962.
Hoy sirves de abono a las ceibas.

Roberto Fernández Retamar


Felices los normales

Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

Roberto Fernández Retamar


La veo encanecer sobre los rasgos que amé en otra cara...

La veo encanecer sobre los rasgos que amé en otra cara
cuando su presencia era sólo un ardiente deseo,
Sobre los rasgos que después se repitieron y florecieron
ante mis ojos maravillados.
Ahora batalla contra dolores ajenos que hace suyos, y se
derrama en los otros con la misma tenacidad
Con que volvía del colegio enarbolando relucientes colores,
O de la beca con una confianza que nos avergonzaba en
que su escuela era la mejor del mundo.
Ya no cree en esas ilusiones ni en tantas otras, e ignora
aún, como ignoramos todos,
Que las creencias reales no desaparecen: se hunden y
              transfiguran:
Una semilla, un conato verde, un arbusto, unas flores
Que esparcen sus semillas en el viento.
Y alivia penas, siembra certidumbres tan imprescindibles
como imposibles,
Porque al cabo La Sin Ojos puede más y nos arrastra
               hueco abajo,
Detiene corazones de verdad, inflama riñones, desgarra
El estómago, el hígado, la garganta, el pulmón,
Pulveriza columnas y castillos, confunde
A la pobre jactanciosa ave a la cual rompe la brújula que
señala entonces los cuatro puntos cardinales
Y no puede impedir que irrumpan pensamientos no
               pensados,
Ruidos fétidos en la cinta de la sonata cristalina.
Quién salvará, querida Haydee, Raúl querido, a los
pasajeros de la barca
Con el cangrejo, la soga, la oreja cortada y el disparo.

Regresan las palabras que me enviara niña a la lejana
               guerra bárbara
Y que luego la hicieron sonrojar y el olvido pretendió
desvanecer piadosamente,
Regresan sin quererlo, sin saberlo,
En los cuentos africanos inesperados o quizá siempre
                esperados
De que habla en la cerrada tiniebla.
No le vemos el rostro sobre el cual encanece.
Solo nos llega su voz encendida por la conversación del
                 amigo generoso.
Sólo vemos algunas estrellas, vagas siluetas de gatos como
                 Música,
Y de vez en cuando ráfagas de autos y la punta roja del
                 cigarro
Titilando entre las plantas embozadas del portal y el
                 jardín.

Dios mío en que no puedo creer, cómo será
La visita de situaciones y personajes imperiosamente
                 reclamados
Cuando da consulta, cuando friega, cuando intenta
                descansar,
Cuando los dos años del capitán exigen su ternura de
                pájara, su alerta de pantera.
Qué conoce de esas aventuras quien traza en verso o en
                prosa rota para pedir
Otra mirada, luz para su desvarío,
Quien traza sobre el papel signos como monedas antiguas
Sobrevivientes después del cambio de moneda en la mano
Del que no tiene tiempo ni deseo para buscar otras
                aunque sepa bien
Que después del cambio una moneda con la cual nada se
                puede comprar
Ya no es una moneda, sino un simple pedazo de metal
Más parecido a una vasija acaso venerable o mejor
Al trasto echado en el cesto que ahora hasta él escasea.
Cómo será, Dios mío.
Sólo inventé seres para mis breves crédulas,
Como las figuras que el techo carcomido ofrecía
O como Paco Robarroz cuyo nombre escribo esta
madrugada por vez primera.

La oigo encanecer mientras la penumbra hace avanzar sus
                  pabellones
O sobre todo llega de pronto interrumpiendo
Programas y lecturas y escrituras.
Estas mismas líneas las borroneo a la dudosa luz de una
                  linterna agonizante
Porque me han arrancado del sueño, me han demandado
Salir afuera, y yo las obedezco con molestia y entusiasmo,
Pues aunque necesitaba dormir, estoy fatigado, quizá
                   enfermo,
He nacido, y es mi felicidad, para cauce de ellas,
A las cuales no les importa que sean o no aceptadas. Lo
que quieren, lo que requieren
Es echarse sobre el papel como la amada criatura desnuda
                    sobre la sábana,
No tanto para el goce como para otro nacimiento.
La oigo encanecer y sin embargo las palabras reverdecen
                    en ella
Contra lo oscuro, contra la enfermedad,
Contra la descreencia, contra la lasitud.
Toda la noche esplende como un palacio iluminado
Cuando su voz llena el aire de peripecias que trajo al mundo,
Este pobre mundo que alguien trajo a su vez
Y ahora está detenido en la inmensidad
Sobre la cabecita de una dulce niña que encanece,
Mientras la escuchamos con un amor sin bordes
Similar a la tan difícil pero irrenunciable esperanza.

Roberto Fernández Retamar



"Mentira no es solo decir A cuando es B, o Si cuando es No. Mentira es presentar solo una parte del todo, mentira es decir lo malo y callar lo bueno, mentira es seguir usando un mismo nombre para designar cosas que sabemos que han cambiado de esencia, mentira es subrayar lo negativo pequeño y dejar en brumas, o no mencionar, lo positivo grande, mentira es mezclar lo verdadero con lo dudoso, pera que lo dudoso parezca verdadero también."

Roberto Fernández Retamar


Una salva de porvenir

A Jacqueline y Claude Julien.
A Fina y Cintio.

No hay pruebas.
Las pruebas son que no hay pruebas.
No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones.
Creer porque es absurdo,
Y creemos.
Más absurdo que creer es ser,
Y somos.
Nada garantiza que fuera menos absurdo
No ser ni creer.
Las llamadas pruebas yacen por tierra,
Húmedas reliquias de la nave.
Se derrumbaron las estatuas mientras dormíamos.
Eran de piedra, de mármol, de bronce.
Eran de ceniza.
Y un grito de ánades las hizo huir en bandadas.

No guardar tesoros donde
La humedad, los bichitos los mordisqueen.
No guardar tesoros.
El tesoro es no guardarlos.
El tesoro es creer.
El tesoro es ser.

No existen las hazañas ni los horrores del pasado.
El presente es más veloz que la lectura de estas mismas
palabras.
El poeta saluda las cosas por venir
Con una salva en la noche oscura.
Sólo lo difícil.
Sólo lo oscuro.
Y contra él, en él, el fuego levantando
Su columna viva, dorada, real.

El amor es
Quien ve.

Roberto Fernández Retamar









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