A Roselia

Cuando risueño se levanta el día
se agrava con las horas mi tormento
y crece de continuo el sentimiento
cuando cae la noche oscura y fría:

Lejos de la quietud y la alegría
descanso busco, pero no lo siento.
Porque si es que reposo algún momento
es cuando me desmaya la agonía.

Vuelve otra vez el día congojoso
y me encuentra del modo que me deja.
Despierto sin alivio ni consuelo.

Tu, Roselia, procura mi reposo,
no renueves la causa de mi queja,
haz por que mude de semblante el cielo.

Manuel Justo de Rubalcava



Calidades de la mujer

Que sea noble, virtuosa y entendida
Porque la necia, loca y sin talento
Podrá hacer amarguísima mi vida;

Mas si quiere ostentar entendimiento
Con los falsos resabios de doctora,
Más la quiero en brutal predicamento,

Que es más fácil sufrir lo que se ignora
Que presumir de altísima ralea
No habiendo en qué llenar la cantimplora.

No la quiero muy linda ni muy fea,
Que aquélla no es un bien, sino un cuidado,
Y ésta me asustara cuando la vea.

Mas entre ambos extremos colocado
A la hermosa por fin elegiría,
Que no quiero fantasmas a mi lado.

Tener yo que guardar la misma arpía
De quien muy lejos existir quisiera,
Es cosa dura, bárbara e impía.

No la quiero tampoco de manera
Que sea rica ni pobre, mas dotada
De una herencia, aunque poca, verdadera.

Pues yo no busco ni mujer comprada,
Ni que sea de mí la mercadora,
Sino con mi peculio equilibrado.

Entre triste y alegre y decidora,
Antes de genio alegre que villano,
Con que temple mi humor en cada hora.

Porque al fin en lo propio cotidiano
No faltarán los males de costumbre,
Y de los acre entonces se echa mano.

El tener una esposa pesadumbre,
Mas que las telarañas escondida,
Es todo de pena y de herrumbre

Es pintarte un marido de por vida
Con un consorcio tétrico y adusto,
O con una mortaja entristecida.

Galana debe ser para mi gusto,
No para que la aplaudan los ociosos
Que hasta el mismo deber llaman injusto.

Vistiéndose de trajes decorosos,
Sentarla ha lo que decente fuere,
No lo que inventa el sexo vaporoso:

No ha de hacer ella lo que alguna hiciere,
Mas aquello que deben hacer todas,
Y lo que a todas la virtud sugiere:

Ni sea rigorosa de las modas,
Ni en modo de vestir vituperable,
Sino medio entre duelos y entre bodas.

Más que pródiga sea miserable,
Pues se debe a lo uso tener miedo,
Y es el contrario extremo utilizable,

Me gusta más señalen con el dedo
Menos por liberal que por mezquina,
A la mujer a quien mi pecho cedo.

El que sea morena o blanquecina
O pelinegra o rubia sin salero
Nada de esto me para ni amohína;

Lo que me agrada más y sólo quiero
Es que no se haga blanca si es tezada,
Ni se cubra las canas con sombrero.

En chica o grande no reparo nada,
Ni menos en la magra o mantecuda,
Sino entre hueso y grasa entreverada.

Si pongo en paralelo a la huesuda
Con la más grasa para ser mi esposa,
Yo a la primera tomaré sin duda.

Ni la quiero muy vieja ni muy moza,
Porque ni a cuna ni a ataúd convido
En caso de tomar cualquiera cosa.

Ya los arrullos los eché en olvido,
Y los responsos ni los he cantado,
Ni menos a solfearlos he aprendido.

Bástame una mujer hecha a mi agrado,
Que no me obligue, me confunda o muela
Con su origen de Alfonso derivado.

Que tenga poca y buena parentela,
Mas no tías, ni ahijados, ni nodrizas, 
Ni demás sabandijas de cazuela, 

Pues para tantos no ha de haber camisas,
Y allá en el purgatorio mis libranzas
Las tiraré de preces y de misas.

Yo daría a mi Dios mil alabanzas,
Si muda y sorda mi consorte fuera,
Para ahorrar tertulias y privanzas.

Si la natura una mujer me diera
De estas prendas y de otras adornada,
Con ella al justo, justo me volviera. 

Manuel Justo de Rubalcava



El tabaco

¿A qué vienen teoremas,
Docta tesis, canónicas secciones
Y el despreciable tema
De formar inconexas objeciones
En contra del tabaco....
Mucho más suave que el antiguo Baco?

Nicocio fue el primero
Que en el suelo encontró la yerba indiana,
Y fue del orbe entero
Llamada, en honor suyo, Nicociana.
¿Quién le ve con desprecio
Teniendo en todos general aprecio?

Ilusión del poeta
Es llamarlo balsámico asqueroso,
Cuyo tronco respeta
El hombre en sus faenas
Lo busca como el oro,
Y mucho más lo cuida que el tesoro.

¿En qué producto alguno
Al tabaco excedió la rica Hesperia?
Cosmógrafo ninguno
Escribió tan acérrima materia,
Como el poeta vano
Contra el arbusto del pensil cubano.

¿Para qué sale ahora
Con modernos y antiguos escritores,
Cuya cita indecora
El nombre de tan celebres autores,
Pues sin venir al caso
Impropera las reglas del Parnaso?

Dioscórides solía
Investigar el reino vegetable,
Sólo el cual merecía
Hacerle en sus escritos espectable;
Pero es caso previsto
Citar autores sin haberlos visto

Patólogo el poeta
Debe de ser, si escribe de las plantas,
Y con pluma discreta
Formar concierto de noticias tantas
Lo útil y lo dulce encadenando,
Al lector instruyendo y deleitando.

Si el celebre Abderita
Autor de la Botánica el primero
En su diascoma escrita
No vio la planta que infamó severo.
Fue secreto negocio
Para honor del invento de Nicocio.

Corrió el descubrimiento
Por todos los extremos de la tierra
Como noble alimento
Mejor que todos los que el vicio encierra;
Propágase el cultivo del tabaco,
Y con mucho placer lo riega Baco.

¿Qué bárbaro inocente,
Allá en los montes del nombrado escita,
No perfuma el ambiente
Con el tabaco, y al placer invita?
¿Qué sordo Catadupa
No le compra. le huele, masca y chupa?

Tanto gusta en la Iberia
Como en la segregada Lusitania;
Es de la nueva Hesperia
Planta medicinal que sin insania
Felicita y alegra
Al chino, al turco y a la gente negra.

Y ¿por qué tanto gusta
La planta nicociana?
¿En qué paraje
su blando olor disgusta
Aun después del opíparo potaje?

Sólo en el orbe por ejemplo saco
Al poeta enemigo del tabaco.

Querer impugnar sólo
Lo que en lo general el hombre aprueba
No son cosas de Apolo;
Veneno en la moral es la luz nueva,
Y en el honesto gusto
Invención criminal y error vetusto.

Pero, musa, detente,
Pregúntale a ese docto cancionero,
¿Qué fue el suave Nepente
Que consolaba a Elena en su mal fiero?
¿Qué sino fue el tabaco?
¿Quién fuera, sino tú, divino Baco?

El tabaco divierte
En cualquier lugar al afligido,
El humo espeso de su boca vierte
Ya en círculos, ya en ondas dividido,
Y con blando donaire
Balsama el cuerpo, purifica el aire.

La virtud tiene toda
Que no le pudo dar el sabio Sueco,
Si al mundo le acomoda
¿Por qué declama su contrario hueco?
¿Pretende hacer su estimación malicia
Para seguir de Zoilo en la milicia?

Pero suspense un tanto
¡Musa, lo irascible de tus sones,
Mientras que dulce canto
De Cuba las amenas producciones!
¡Mas no! primero la verdad entona
En honor de la Patria y de Pomona.

Manuel Justo de Rubalcava



Las frutas de Cuba

Más suave que la pera
en Cuba es la gratísima guayaba,
al gusto lisonjera,
y la que en dulce todo el mundo alaba,
cuya planta exquisita
divierte el hambre y áun la sed limita.

El marañon fragante,
más grato que la guinda si madura,
el color rozagante,
¡Oh! Adonis en lo pálido figura;
árbol, ¡oh maravilla!
que echa el fruto después de la semilla.

La guanábana enorme
que agobia el tronco con el dulce peso,
cuya fruta disforme
a los rusticos sirve de embeleso,
un corazon figura
y al hombre da vigor con su frescura.

Misterioso el caimito,
con los rayos de Cintio reluciente
en todo su circuito
morado y verde, el fruto hace patente,
cuyo tronco lozano
ofrece en cada hoja un busto á Jano.

La papaya sabrosa
al melón en su forma parecida,
pero más generosa
para volver la vacilante vida
al ético achacoso,
arbol al apetito provechoso.

El célebre aguacate
que aborrece a1 principio el europeo,
y aunque jamás lo cate
con el verdor seduce su deseo,
y halla un fruto esquisito
si lo mezcla con sal, el apetito.

La jagua sustanciosa
con el queso cuajado de la leche,
es aún más deliciosa
que la amarga aceituna en escabeche:
no se prefiere el óleo que difunde
porque acá la manteca lo confunde.

El mamey celebrado
por ser ambos en la especie: uno amarillo
y el otro colorado,
en el sabor mejor es que el membrillo,
y en los rigores de la estiva seca
la blanda fruta del mamón manteca.

El mamoncillo tierno,
a las mujeres y á los niños grato,
y, pasado el invierno,
topo de los frutales el moniato,
y el sabroso ciruelo que sin hoja,
amarillo ó morado el feto arroja.

Amable más que el guindo
y que el árbol precioso de la uva
es acá el tamarindo:
licores admirables saca Cuba
de su fruto precioso, que fermenta,
almásigo mejor que Horacio mienta.

El Argos de las frutas
es el anón, que á Juno he consagrado;
fruto tan delicado,
que reina en todas las especies brutas
de ojos llena su cuerpo granuloso,
al néctar comparable en lo sabroso.

La piña, que produce
no Atis en fruta que prodiga el pino,
que la apetencia induce,
sino la piña con sabor divino,
planta que con dulcísimo decoro
adorna el fruto con escamas de oro.

El níspero apiñado
por la copia del fruto y de la hoja,
en más supremo grado
que las que el marzo con crueldad despoja,
árbol que, madurando, pende y cría
dulcísimos racimos de ambrosía.

El coco cuyo tronco
ruidoso con su verde cabellera,
aunque encorvado y bronco,
hace al hombre la vida placentera
y es su fruto exquisito
mejor plato á la sed y al apetito.

El plátano frondoso…
Pero ¡oh Musa! ¿qué fruto ha dado el orbe
como aquel prodigioso
que todo el gremio vegetal absorve
al maná milagroso parecido,
verde o seco, del hombre apetecido?

No te canses ¡oh numen!
en alumbrar especies pomonanas,
pues no tienen resúmen
las del cuerpo floral de las indianas,
pues á favor producen de Cibeles
pan las raíces y las cañas mieles.

Manuel Justo de Rubalcava



¡Oh qué dulce amor...!

¡Oh qué dulce amor cuando comienza!
Pero ¡qué amargo es y denegado,
qué infiel, qué libre, injusto, osado
cuando cumplido su apetito piensa!

Mira sin atención la recompensa
y todos los favores que ha logrado
los borra con olvido descuidado,
cuando no los iguala con la ofensa.

Lo más querido ve con repugnancia,
de lo que puedo apenas evitarme
por ser cuasi tu amor duro despecho.

No apures, no, Roselia, mi constancia,
que si pretendes pérfida olvidarme
repara bien el daño que me has hecho.

Manuel Justo de Rubalcava








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