Agua mansa

Afuera en los bambúes se ha enredado
la música del viento: se remansa
la orilla del estanque; el agua mansa
las más hondas raíces ha inundado.
Vivo y vive mi alma plenamente
mientras canta mi ser de sí olvidado…
Sin inquieto futuro ni pasado.
Sumergido tan sólo en el presente.
Se crecen los bambúes en mi centro:
Se agitan y mecen… El adentro
no se altera; la orilla se remansa…
La música de afuera ya se aqueda
y en el borde del tiempo desenreda
mi raíz del ayer, el agua mansa.

Carmen Stella de Vallejo


Con la prisa

Con la prisa de ser
ya no estoy siendo.
En mi prisa de estar
no estoy estando.
Tengo prisa de ver
y no estoy viendo
que en mi prisa de amar
me estoy quemando.
…Por prisa de vivir
me estoy muriendo.
¡Y el no saber morir
me está matando!

Carmen Stella de Vallejo



El seto y los mirlos

Todo el seto rebulle por los mirlos
que acuden en bandada al fin del día
y en inquieta y sonora algarabía
se llaman, se contestan. Por oírlos
he abierto el ventanal. Tantos acuden
que alborotan la tarde; parlotean
lo mismo que chiquillos. Juguetean,
se acicalan, se alisan, se sacuden.
Ya el revuelo de mirlos en el seto
se pliega y se remansa. El aire quieto
se adormece en la azul atardecida.
A lo lejos, el río presta un fondo
de rumores continuos y es más hondo
el azul, de la azul anochecida.

Carmen Stella de Vallejo


Las anjanas

En Cuevas y Torcas
tienen las entradas…
Palacios de oro
y puertas de plata.
Son las anjanucas
primorosas hadas
que en el monte viven
por las enramadas.
En el manto lucen
estrellas de plata.
Gastan faroluco
en la su picaya
que en el cuento tiene
florucas de malvas.
Su vestido adornan
hojas y guirnaldas
claveles y rosas,
margaritas blancas.
Su frente coronan
flores muy galanas.
Espigas de oro
las sus trenzas atan
y de comadreja
zapatucos calzan.
Los ojos… Los ojos
como fuente clara
o mejor, azules
como mar en calma.
Y su canto… al simen,
es como campana
que llama en la ermita
al llegar el alba.
O alegre repique
cuando juntas parlan.
De nácar, los dientes,
las manos, de nácar…
Que abiertas parecen
palomucas blancas
cuando al pobre ayudan
y al niño regalan.
Al pobre dan onzas
de oro, y de plata
al niño que es bueno
cosucas regalan.
Cuando se aparecen
en vez de asustalas
deciles guapuras
y dailes castañas
para su magosta
con otras anjanas.
Y si no es el tiempo
dir a apañalas
por ser primavera,
mayuetas y natas.
Ellas no se olvidan
de quien bien les haga
y del que bien hace
a cambio de nada,
y en ayuda acuden
cuando éste las llama.
Da igual que sean críos
viejos o muchachas,
y que sea en el monte,
el río o la braña.
Si llegáis al caso
de necesitarlas
perdidos en cierzos
o en la nieve blanca…
Llamadla: ¡Anjanuca!
¡Anjanuca santa!
La del faroluco
en la su picaya,
pues que me he perdido
llévame a mi casa…
Y la anjana entonces,
con la su picaya,
el su faroluco
y la su campana…
-tin… tin… campanuca…
tan… tan… tan… campana-
te guiará hasta el jiso
y si es en la Braña,
hasta lante mismo
de la tu cabaña.
…Con su campanuca…
con la su campana,
que tiene majuelo
de oro y de plata.

Carmen Stella de Vallejo







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