Amor

Amor que vida pones en mi muerte
como una milagrosa primavera:
ido ya te creí, porque en la espera,
amor, desesperaba de tenerte.

era el sueño tan largo y tan inerte,
que si con vigor tanto no sintiera
tu renacer, dudara, y te creyera,
amor, sólo un engaño de la suerte.

Mas te conozco bien, y tan sabido
mi corazón, te tiene, que, dolido,
sonríe y quiere huirte y no halla modo.

Amor que tornas, entra. Te aguardaba.
Temía tu regreso, y lo deseaba.
Toma, no pidas, porque tuyo es todo.

Manuel Magallanes Moure



"...Amor que tornas, entra. Te aguardaba.
Temía tu regreso, y lo deseaba.
Toma, no pidas, porque tuyo es todo..."

Manuel Magallanes Moure


Ansiedad

Ella:
Sus ojos suplicantes me pidieron
una tierna mirada, y por piedad
mis ojos se posaron en los suyos...
Pero él me dijo : ¡más!

Sus ojos suplicantes me pidieron
una dulce sonrisa, y por piedad
mis labios sonrieron a sus ojos...
Pero él me dijo : ¡más!

Sus manos suplicantes me pidieron
que les diera las mías, y en mi afán
de contentarlo, le entregué mis manos...
Pero él me dijo : ¡más!

Sus labios suplicantes me pidieron
que les diera mi boca, y por gustar
sus besos, le entregué mi boca trémula...
Pero él me dijo : ¡más!

Su ser, en una súplica suprema,
me pidió toda, ¡toda!, y por saciar
mi devorante sed fui toda suya
Pero él me dijo: ¡más!

Él:
La pedí una mirada, y al mirarme
brillaba en sus pupilas la piedad,
y sus ojos parece que decían:
¡No puedo darte más!

La pedí una sonrisa. Al sonreírme
sonreía en sus labios la piedad,
y sus ojos parece que decían:
¡No puedo darte más!

La pedí que sus manos me entregara
y al oprimir las mías con afán,
parece que en la sombra me decía:
¡No puedo darte más!

La pedí un beso, ¡un beso!, y al dejarme
sobre sus labios el amor gustar,
me decía su boca toda trémula:
¡No puedo darte más!

La pedí en una súplica suprema,
que me diera su ser..., y al estrechar
su cuerpo contra el mío, me decía:
¡No puedo darte más!

Manuel Magallanes Moure



"Breve espacio dudó Daniel entre salir o volver a entrar.
La noche era apacible. Miró a1 cielo y lo vio sembrado de estrellas temblorosas. Observó la calle taciturna. A la distancia danzaban las luces rojas de un carruaje sacudido en su marcha por los altibajos del pavimento. Bajo el farol de la media cuadra se iluminaron algunos trajes claros, que a poco se apagaron en la sombra. Luego un rumor de voces lejanas; luego, el prolongado canto de un vendedor.
Cerró la puerta con cuidado y echó a andar.
Tenía el tiempo necesario para llegar a la Plaza a la hora que Marta le indicó. Sin embargo, apresuró el paso inconscientemente, aspirando con fruición la fresca brisa que en ondas suaves descendía de la cordillera a la ciudad.
Encontró en su camino muchas casas desveladas en la espera del año; puertas a medio abrir, con charladoras comadres sentadas en el dintel y la luz redonda de un farolillo chinesco muy al fondo; pasadizos alumbrados por una ancha faja de claridad salida de alguna puerta lateral; ventanas y zaguanes iluminados, y animándolo todo, ecos de voces regocijadas, girones de risas, rápidos gritos femeninos.
La alegría de los hogares despiertos hizo surgir en su mente, por contraste, el aspecto de su casa cerrada, oscura, silenciosa, tal como la vio a1 alejarse de ella, y esta evocación trajo a su espíritu una bruma de melancolía. Pensó en Adela.... Trató de recordar cómo habían pasado los dos esa misma noche el año anterior, y andando, andando siempre, reconstruyó con imágenes fragmentarias la plácida visión de aquella velada íntima, tan semejante a la que acababa de interrumpir con su brusca salida. ¡La serena dicha de aquella época feliz, tan cercana y tan distante a un tiempo mismo, en que su alma ignoraba todavía el conflicto de los sentimientos encontrados, en que los anhelos de su corazón iban todos de acuerdo, como las aguas de una tranquila corriente!"

Manuel Magallanes Moure
Qué es amor



El barco viejo

Allá, en aquel paraje solitario del puerto,
se mece el viejo barco a compás de las ondas,
que tejen y destejen sus armiñadas blondas
en derredor del casco roñoso y entreabierto.

De la averiada proa cuelga un cable cubierto
de líquenes que ondulan cuando pasan las rondas
de los peces, clavando sus pupilas redondas
en el barco que flota como un cetáceo muerto.

Y el barco, que fue un barco de los van a Europa,
y que era todo un barco de la proa a la popa,
ahora que está inválido y hecho un sucio pontón,

sus amarras sacude y rechina y se queja
cuando ve que otro barco mar adentro se aleja
mecido por las olas en blanda oscilación.

Manuel Magallanes Moure


El regreso

Me detuve en la entreabierta
puerta de mi oscuro hogar
y besó mi boca yerta
aquella bendita puerta
que me convidaba a entrar.

Mi corazón fatigado
de luchar y de sufrir,
cuando escuchó el sosegado
rumor del hogar amado
de nuevo empezó a latir.

Fue como el lento regreso
de la muerte hacia la vida,
como quien despierta ileso
tras fatal caída al beso
de alguna boca querida.

Adentro una voz serena
decía cosas triviales
y había un dejo de pena
en esa voz suave y llena
de cadencias musicales.

La voz suave de la esposa
despertó mi corazón,
aquella voz amorosa
que en otra edad venturosa
me arrulló con su canción.

Desfallecido de tanto
batallar y padecer,
llevando en los ojos llanto
y en el alma desencanto
llegué ante aquella mujer.

Caí junto a su regazo
y en él mi cabeza hundí,
y unidos en mudo abrazo
de nuevo atamos el lazo
que en mi locura rompí.

Ni reproches ni gemidos...
sólo frases de perdón
brotaron de esos queridos
labios empalidecidos
por tanta y tanta aflicción.

«Llora, llora -me decía-.
Yo sé que llorar es bueno»...
Mudo mi llanto caía
y ella mi llanto bebía
y me estrechaba a su seno.

Nunca, nunca he de olvidar
sus palabras de cariño
ni el amoroso cantar
con que tras lento llorar
me hizo dormir como a un niño.

Manuel Magallanes Moure


Jamás

Ante nosotros las olas
corren, corren sin cesar,
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.

Dice la esposa: ¿No es cierto
que nunca habrás de tornar
junto a esa mujer lejana?
Y yo contesto: ¡Jamás!

Ella pregunta: ¿No es cierto
que ya nunca volverás
a celebrar su hermosura?
Y yo contesto: ¡Jamás!

Ella interroga: ¿No es cierto
que nunca habrás de soñar
con sus fatales caricias?
Y yo respondo: ¡Jamás!

Las olas, mientras hablamos,
corren, corren sin cesar,
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.

Dice la esposa: ¿No es cierto
que nunca me has de olvidar
para pensar sólo en ella?
Y yo le digo: ¡Jamás!

Ella pregunta: ¿No es cierto
que ya nunca la amarás
como la amaste hasta ahora?
Y yo contesto: ¡Jamás!

Ella interroga: ¿No es cierto
que su imagen borrarás
de tu mente y de tu alma?
Y yo murmuro: ¡Jamás...!

Los dos callamos. Las olas
corren, corren sin cesar,
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.

Manuel Magallanes Moure


¡No puedo darte más!

Le pedí una mirada, y al mirarme
brillaba en sus pupilas la piedad,
y sus ojos parece que decían:
¡no puedo darte más!

Le pedí una sonrisa. Al sonreírme
sonreía en sus labios la piedad,
y sus ojos parece que decían:
¡no puedo darte más!

Le pedí un beso, ¡un beso!, y al dejarme
sobre sus labios el amor gustar,
me decía su boca toda trémula:
¡no puedo darte más!

Le pedí en una súplica suprema,
que me diera su ser..., y al estrechar
su cuerpo contra el mío, me decía:
¡no puedo darte más!

Manuel Magallanes Moure


¿Recuerdas?

¿Recuerdas? Una linda mañana de verano.
La playa sola. Un vuelo de alas grandes y lerdas.
Sol y viento. Florida la mar azul. ¿Recuerdas?
Mi mano suavemente oprimía tu mano.

Después, a un tiempo mismo, nuestras lentas miradas
posáronse en la sombra de un barco que surgía
sobre el cansado límite de la azul lejanía
recortando en el cielo sus velas desplegadas.

Cierro ahora los ojos, la realidad se aleja,
y la visión de aquella mañana luminosa
en el cristal oscuro de mi alma se refleja.

Veo la playa, el mar, el velero lejano,
y es tan viva, tan viva la ilusión prodigiosa,
que, a tientas, como un ciego, vuelvo a buscar tu mano.

Manuel Magallanes Moure



Sobremesa alegre

La viejecita ríe como una muchachuela
contándonos la historia de sus días más bellos.
Dice la viejecita: «¡Oh, qué tiempos aquellos,
cuando yo enamoraba a ocultas de la abuela!»

La viejecita ríe como una picaruela
y en sus ojillos brincan maliciosos destellos.
¡Qué bien luce la plata de sus blancos cabellos
sobre su tez rugosa de color de canela!

La viejecita olvida todo cuanto la agobia,
y ríen las arrugas de su cara bendita
y corren por su cuerpo deliciosos temblores.

Y mi novia me mira y yo miro a mi novia
y reímos, reímos... mientras la viejecita
nos refiere la historia blanca de sus amores.

Manuel Magallanes Moure









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