Aquella mano

La mano deslizante en mi mejilla,
tu mano ya tocada por la muerte;
yo vislumbraba la monstruosa suerte
que iba a trocarte en un montón de arcilla.

Aun ahora la horrible pesadilla
de tantas noches de silencio inerte
crea en mis ojos la ilusión de verte,
un espejismo que mi amor humilla.

Aquella mano blanca, como un nardo,
y que en mi frente era un celeste dardo
ya no serena mi existencia ausente.

¿Es el cielo que sueño, quizá en vano,
encontraré, algún día, aquella mano
reposando otra vez sobre mi frente?

María Molina González

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