Círculo de los sueños

"Esa noche tuvo una extraña pesadilla. Sueña que se encuentra en una casa vacía y silenciosa velando a su hijo asesinado. Oye un retumbar de golpes contra el portón y tres soldados irrumpen en la estancia. Cada uno le apunta con un fusil. Se deja llevar al exterior sin pronunciar palabra. El aire de la noche le azota el rostro. En la oscuridad puede percibir el resplandor de las estrellas sobre el perfil siniestro de algunos árboles. De pronto le gritan algo y se detiene. Lo colocan contra un grueso tronco de anacahuita. Sabe que también a él le ha tocado el turno de morir. Siente el rastrillar de las armas y cierra los ojos en espera de la descarga, que al fin se produce. Entonces despierta y mira lleno de asombro a su alrededor. Se encuentra en una casa vacía y silenciosa velando a su hijo asesinado. Oye un retumbar de golpes contra el portón…"

Manuel Rueda



Conocimiento de estatua – Elegía

A Franklin Mieses Burgos
“A la orilla del aire tú destruyes los pájaros”
                          Franklin Mieses Burgos

Hoy eres nada más que una forma
sollozando en los brazos de las cosas perdidas.

Hoy creo que eres sólo un contorno sangrante
sin una línea pura donde el cielo se caiga
a soñar el corneta liviano de tus lágrimas
y a darle aire a los pájaros ingenuos de tu canto.
Huérfana eres de una línea, cárcel para tu alma,
ahora sola sobre los caballos del Tiempo,
ahora fría en un sitio en que ni siquiera es fría,
donde ni tampoco es un témpano azul de madrugada
por falta de una mirada tuya que la recuerde.

Qué perforación del alba es, mujer, tu beso?
¿Qué mueca de esqueleto sin sombra tu sonrisa?
Ahora vives en el alfabeto de las cosas inútiles,
en la quietud de una sangre no cuajada de pena sobre las miserias,
en el fondo de una vena donde no se acuesta siquiera ni la muerte.

Eres un ataúd de soles humillados
en los cuales no cabe ni el resplandor oblicuo de lo que agoniza.
Qué guitarras toca la vida sobre tus ojos
y en qué momento ellos tocan sobre mi corazón, perdidos?
En qué marco de venas trémulas se encienden tus deseos
y en qué lugar de mi cuerpo se me someten ellos?
En qué orillas de luto tu silencio se degüella
para encender de voces esta lumbre desierta?
En qué deshielo pacífico tus entrañas últimas gotean?

Hoy eres una forma que no va herida de músicas.
Un ser que dejó de mirar la rosa como mano
para también dejar de verla como a rosa,
porque si no existen tus cosas más allá de su espacio,
más allá de su esencia de límites y tactos permanentes,
tampoco puedes amarlas en su misma presencia.
El árbol que ha dejado de ser ángel,
un ángel verde encima de todos los misterios,
ya ni siquiera encuentra tus ojos preparados
para la evidente armonía de su otro crecimiento.

Crecer ya significa encontrar otra forma,
reconocer preguntas donde el llanto se acaba.
Qué amplitud tiene el lenguaje de tu carne por el árido limbo de sus goces?
Un día llegará en que una línea crezca hasta ser planeta,
en un día aprenderemos qué número de estrellas han regado los árboles.

Hoy eres un espacio pleno de un solo sexo,
una nada que no quiere poblarse de semillas,
un gran vacío abierto que no se ha fecundado.
Piérdete en el goce andrógino de las substancias
y aprende como lo eterno a ser hembra y macho al mismo tiempo.
Ah, mujer, cuando tu alma se engendre en otro mundo libertado!

Entonces madurará mi amor.
Entonces seremos dos gotas parejas
en donde dormirán los crepúsculos perdiendo su horizonte.
Los planetas bajarán a beber a nuestro pecho
y sabremos por qué el mar entero puede cabernos dentro de una mirada.
Dios se va a entretener creándonos misterios para, que los descifremos.
Entonces, mujer, será cuando desembocaremos en el mismo Infinito.
Entonces será cuando vendrá el Tiempo, como un perro, a tenderse a nuestro lado.

Ay, amiga, si pudieras respirar más allá del aire.
Si pudieras soñar más allá del sueño
y más allá del sueño aún volver a despertar.
Si pudieras aprender a vivir más allá de la vida.
Ay si pudieras aprender a morir más allá de la tierra.

Hoy eres algo triste y entre sus sombras tapado.
Quiero descubrir tu rostro y está oscura la piedra.
Quiero saber tus voces y está vacío el eco.
De tu estatura el cielo no tiene ya memoria
y ni la tierra, en una cicatriz, ha guardado tu huella.
Quiero indagar sobre tu alma, hoy,
pero hace mucho tiempo que no se alimentan de ella los pájaros.

En qué lugar de mí existías entonces?
Qué lugar de mi amor te hacía saludable?
Qué hora marcaban las pestañas sobre mis pupilas
cuando el minuto de tu soledad me encegueció?
Cuál fué esa hora redonda como una luna de silencios
colgando en pesadez sobre mis párpados?
Mi mano puso un cálido enigma entre tu carne
y tu estatua siguió siendo de más barro que sangre.
Ya no queda ni el hueco de tu presencia en mi aire,
ni el tamaño de tu boca sobre mis palabras,
ni la obsesión de un color tuyo, náufrago en mis sueños.

Presumo que eres un agujero lleno de espumas blancas.
Adivino que eres un vacío en el vacío sin término de los olvidos.

Manuel Antonio Rueda González



Fragmento de una carta

Llanes, quiero tu creación lenta del mundo que no se hizo de prisa.
Tu conquista del pequeño mineral de la altura.
Y tu fletante luz bajando con sonrisa que tiene otros latidos.
Y tu mudez que entona un canto más allá de las sílabas.
Buscaré el agua tuya como al cuerpo posible de la soledad,
de una soledad llena de voces y secretos.
El cielo le devuelve su abismada pregunta
y el vacío encuentra un eco que quiere responderla.
Llamaré a esa agua como a la mano amable y vencida del amor,
como a todo lo apartado de que ella se hace madre.
Su mirada engendra un cielo sin presencia inmediata.
Las cosas se hacen poesía viviendo en el reflejo.
Agua, madre del alma y de los llantos.
Pecho de Dios en el callado fluir de sus misterios
en ti suena el silencio como en su sima deseada.
Buscaré también tu Dios a mi lado y hacia donde quiera que tú lo resucites.
lo quiero conocer sin su misterio,
no en las tres personas
sino en una, en la del Hombre y del amigo.
Dios humano y mío, Dios de mi miseria y mí poesía.
Quiero tu Dios conmigo
partiendo en ese tren tuyo que cruzará mi almohada hacia otros límites
porque cien coronas de sueño desde tu cuerpo ausente
me señalan la ceniza callada y el corazón muerto.

Manuel Rueda


La criatura terrestre

Me puse entonces máscaras, disfraces
que encubrieron mi estigma, mis labores
de muchacho en los cuartos solitarios,
en los baños, envuelto por la ducha
consentidora que entregaba al fango,
al hondo sumidero, los residuos
que caían de mí como las pieles
sucesivas y bellas de mis días.
Nada claro. Ni el corazón ni el alma
en sus límites. Nada verdadero.
Oscuridad y selvas al acecho.
Emboscadas, traiciones, desafíos.
El tambor redoblando entre las hojas
y tú, diablo, surgiendo con tus colas
encarnadas, con patas de animal
y cornamenta florecida, echando
por los belfos espumas y mentiras.
El tambor redoblando y tú de pie
oponiendo tu látigo a la música,
invencible desde antes de la lucha.
Tú te imponías rojo, gualda, rojo,
verdinegro de rostro, espejijunto,
cascabeleando por las calles rotas
de pánico mientras se oían puertas
sucesivas abriéndose, cerrándose,
entre aldabones sordos. Eras dueño
y señor de mi pueblo, monstruo aciago
en los altares de febrero, macho
oropelesco y fúnebre, viril
y neutro, inevitable frenesí
que prendía en los leños de un mal año.
Todo quieto y de pronto tu llamado
desafiador de la miseria, haciendo
entrechocar las piedras cuando entrabas
a tu reino borrado, a tus plazuelas.
Fuimos unos y otros y ninguno.
y nos vistió la muerte a cada cual
de prisa y como pudo, intercambiando
risas, sexos, trocando unas verdades.
Rostros blanqueados, máscaras ardientes
y voraces. Tuvimos gran urgencia
de renovar reliquias y medallas,
de tocarnos el pecho con imágenes
bendecidas tres veces. Eso hicimos
todavía algún tiempo. Solo entonces,
en medio del estruendo, sonreímos
de pronto, y sin siquiera sospecharlo
dijimos nuestros nombres, sorprendidos
de que acudieran, fieles, a nosotros.
El cielo estaba azul y las montañas,
recién lavadas por la lluvia, abrían
sus entrañas al sol, fuertes y jóvenes.
Yo me miré la cara en los espejos
y supe que era el día de partir
atravesando huertos apagados,
viendo las sillas rotas, los graneros
llenos de ratas grises y tinieblas
y los secos parrales retorcidos.
Supe que era la hora porque el llanto
nos había gastado el alma, el ojo
adormido en paredes carcomidas.
Junto al mar, y las lentas mecedoras
impulsaban su carga en el vacío,
afirmación y negación en sol
y sombra de quedar y de perderse.
Ida y vuelta, ida y vuelta y yo mirando,
esperando el momento en que las olas
se detuvieran, en que la mecida
acabara en mitad de una sonrisa.
¿Dónde estaba la época del fuego
y de la doma de los potros? ¿Dónde
las excursiones cuando había manteles
blancos sobre la hierba y cestos llenos
de la abundancia de la tierra y del
descanso: leche, pan, almibaradas
frutas y los crujientes caramelos?
¿Dónde estaban? Oh diablo, ¿dónde estabas,
fustigador, hiriente, parecido
al amor con tus colas encarnadas?
Febrero era fugaz, y tú tranquilo,
ignorante del mal que desatabas,
ignorante del bien, te consumías
en tu lecho de hastío, en tu sepulcro
miserable y oscuro, visitado
por mendigos, por perros y palomas.
y entré a una selva oscura. Era de noche
y había fieras rondando. Y había hombres
rondando. Y en lo alto y en lo hondo,
oscuro y claro, yo volví los ojos
hacia ti, pueblo mío arrinconado,
mi pasado, mi flor, mi blanca sombra,
donde apoyé los pies y puse el labio,
donde dormí diez años al amparo
de un regazo y la cálida montaña.
Yo pasé por los arcos de tu piedra,
pueblo enterrado en lluvia y en olvido,
y sentí que mis muertos renacían.

Manuel Rueda
(Fragmento final)



La noche

"Es la noche, oscura como el antifaz de los asesinos. Muy cerca se oye un grito de terror, luego, un disparo que lo silencia. Ninguna de nuestras ventanas se ha abierto; todos temblamos en el interior, absteniéndonos de ser testigos de un hecho que más tarde podría comprometernos. Un automóvil arranca y se pierde a lo lejos con su carga de muerte. En la esquina alguien agoniza en medio de un gran charco de sangre. A su alrededor un vecindario de culpables trata en vano de conciliar el sueño."

Manuel Rueda


La noche alzada

Urdido soy de noche y de deseo.
¡Qué negro resplandor, qué sombra huraña
preludian mi nacer! En una entraña
de oscurecido asombro me paseo.

Buscador del contacto, lo que creo
vive en mis dedos como pura hazaña
de ciego amor y cuerpo que no daña,
adolescente siempre en su jadeo.

Con un rubor temido, con un miedo
de encontrarme la cara y la medida
del ignorado espacio en donde ruedo

justa en la luz y a su verdad ceñida,
alzo mi noche –todo lo que puedo–
ya sintiendo llorar mi amanecida.

Manuel Rueda


Voy hacia ti. Derribo los cerrojos…

Voy hacia ti. Derribo los cerrojos
que guardan tu morada. Entreabro puertas
que dan a salas frías y desiertas
solo encendidas por celajes rojos.

La memoria me guía, de tus ojos
la luz de tus verdades encubiertas,
y tiemblan celosías casi muertas
cuando voy tras tu soplo y tus sonrojos.

Dónde estás, dónde estás, tú, la que ansío,
forma de mi desvelo y mi vacío
susurrando en mis últimas estancias.

Dura carne de amor en el espejo
donde vives dormida entre distancias
entregándome sólo tu reflejo.

Manuel Rueda









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