Con sangre

Escribiré con sangre este momento
en que nieva en los montes del ocaso,
y escarcha en las laderas del fracaso,
con blancor helador y ceniciento.

Escribiré con sangre el nacimiento
de aquella incierta flor del por si acaso,
de vivir tan efímero y escaso
que sólo dejó pena y sufrimiento.

¡Cuánta lágrima inútil y desnuda
se vierte en el papel que no está escrito!
¡Cuánto gemir que el transcurrir no muda!

Por eso, si la sangre fuese grito,
dijera con la voz del que no duda:
¡Amar fue mi condena y mi delito!

Manuel Parra Pozuelo



Cuando retornas

En la desolación del tiempo ausente,
en la tristeza que, de pronto, nace,
en tanto amor perdidamente muerto
inclemente se eleva un insomne cuchillo
que esparce por altas galerías
del renacido otoño sus nostalgias.


En los cantos rodados de su cauce
busco una piedra ardiente, un fuego mío
que habitara mi sangre en otro tiempo,
entonces llegas con el pelo al viento,
entonces gimes como fuera entonces,
entonces miro tu perfil desnudo,
tras miles de momentos renaciendo,
y vuelves a ser tú y yo retorno
a tus frutales labios y a tus besos,
y de nuevo las ansias nos despojan
de instantes y vestidos, entonces, ya
desnudos de nostalgias y de angustias,
nos inundan las aguas que clamaban,
que rompían las ventanas y las tapias.
Amada, ahora de nuevo entre mis brazos,
atravesando el polvo y la ceniza,
retornas inmortal, tiendes las manos:
y el amarillo contraluz del tiempo
esconde su derrota y su fracaso.

Manuel Parra Pozuelo



Flor de desolación y de quimera

En la desolación de la quimera,
un desdichado pájaro cautivo
cantó con canto tan ardiente y vivo
que a su voz envidió la primavera.

Su canto fue la enseña y la bandera
de todo lo soñado y fugitivo,
de lo fluyente por el cauce esquivo,
que fuera inaprensible y fatal fuera.

El resplandor aquel de la hermosura,
y el brillo incandescente de su canto
fueron precipitados en la oscura

y silenciosa sima del espanto.
¡Su cantar era canto sin ventura,
para el pesar nacido y para el llanto!

Manuel Parra Pozuelo


Intimidad

La conciencia se tiñe de violeta,
se irisa y nos oculta el llanto de los árboles.
Nada nos deja ver que nos conturbe
en el recinto autista de las masturbaciones,
que nos permite amarnos tiernamente
construyendo paisajes inefables.

Qué gozo así la tarde y su crepúsculo,
con cuanta libertad lo contemplamos,
sin que siquiera un llanto ni un susurro
altere aquella paz que nos invade.

Nuestro reducto así se muestra incólume,
capaz de resistir cualquier catástrofe.
Ante él las invasiones, los conjuros
detienen su presagio y su amenaza.
Los pétreos muros y las altas torres
el huracán impiden y derrotan.

Pero, de pronto, escuchas,
vibrando entre los álamos,
un atroz cataclismo, una catástrofe
que a ti mismo te lleva hasta el abismo,
y ves allí, tímido y palpitante,
tu propio corazón que está llorando,
porque otro corazón y otras criaturas
están sufriendo sin que acuda nadie,
solos con su gemir inconsolable.

Manuel Parra Pozuelo
















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